No obstante, pensar que todos nuestros sufrimientos sólo se pueden imputar a los bajos precios del petróleo o al gobierno del Presidente Maduro y su típica forma de ¿dirigir? al país, sería una equivocación muy grande y hasta una injusticia.
Guste o no, la mayoría de los problemas que enfrentamos y enfrentaremos tuvieron su origen durante la estadía en la presidencia del hoy difunto Presidente Hugo Chávez y algunos de quienes lo antecedieron. Porque si bien es cierto, que el desmejorado progresivo de las instituciones, convertir PDVSA en la caja chica del gobierno y su –casi- única fuente de recursos financieros públicos, son sin duda hechos que contribuyen y explican gran parte de lo que hoy ocurre. La inflación, el déficit, los subsidios a todo, el desabastecimiento también estaban presentes antes de 1999. No reconocerlo es una necedad que desvirtúa el análisis objetivo.
Lamentable para Venezuela y sus ciudadanos Nicolás Maduro no tiene -ni en sueños-, el carisma y liderazgo de Chávez, y la oposición –MUD- está desarticulada e inmersa en sus peleas e intereses personales y partidistas sin poder convencer ni atraer. Triste, muy triste, y aún más angustiante, esta circunstancia que vivimos, y debemos asumirla y aceptarla con valentía para así, evidenciada la enfermedad, podamos prescribir la medicación correcta y salir adelante.
El control del gobierno es incompleto y el chavismo se enfrenta a una bicefalia formal, donde Maduro comparte el poder –créanlo o no- con Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional. Para peor, dentro del partido gobernante, el PSUV, coexisten múltiples líneas de fractura entre los diversos grupos que pugnan por imponer su agenda y promocionar sus dirigentes. Los resultados de las primarias se sabrán como estarán repartidas las cuotas de poder en el oficialismo.
Tomando en cuenta la inmensa dificultad económica, política y social de la situación venezolana, cabe preguntarse por las salidas a la crisis, o lo que es lo mismo, ¿cuánto puede aguantar Nicolás Maduro al frente del gobierno? La respuesta no es sencilla dadas las múltiples variables que condicionan la capacidad de resistencia del chavismo. Hoy el Presidente se aferra con pasión y frenesí a la imagen y legado de Hugo Chávez y tiene mucha razón en hacerlo pues aun no se ha consolidado y correría un riesgo descomunal si tratara de ignorarlo.
En algún momento de este año, una vez agotadas las líneas de crédito, Maduro debería impulsar duras medidas de ajuste. Y si no lo hace él la impopular tarea le tocará a quien le sobrevenga, sea quien sea: fuerte devaluación, recorte del gasto público y de las políticas clientelares y asistenciales, fin del subsidio a la gasolina y otros productos básicos. En definitiva, las muy temidas y tan cacareadas medidas neoliberales que pueden promover protestas violentas, ya no de la oposición política sino de sectores próximos al chavismo. De proseguir las dificultades actuales no sería descartable la suspensión de las elecciones parlamentarias, -a pesar de la insistencia presidencial en realizarlas- algo que afectaría aún más la imagen exterior del país, pero que también aumentaría la movilización opositora y que se pudiera utilizar –el gobierno- para acusarlos de saboteadores electorales y de generar acciones violentas y contra la democracia.
Por otro lado los conflictos de la oposición son múltiples y complejos. Hasta la Conferencia Episcopal señaló, semanas atrás, que la oposición no había sido capaz de concebir propuestas que permitieran que la inmensa mayoría de los venezolanos descontentos se sumaran a las actividades de la MUD; sin quererlo o no, la cúpula eclesiástica estaba dejando al descubierto una de las grandes fallas de las que adolece la coalición opositora. Además de lo que hemos insistido en artículos anteriores, el gran error es insistir tercamente en el doble discurso y la doble moral de algunos voceros opositores.
Pero la oposición, con recursos mucho más limitados, está obligada a preguntarse: ¿Quién sucedería a Maduro y cuándo, si fuere el caso? ¿Qué posibilidades tiene la oposición de llegar al poder y, de tenerlas, qué políticas debería impulsar? ¿Contaría con los recursos necesarios o debería enfrentar una complicada coyuntura marcada por la emergencia y las políticas de ajuste? Las respuestas a estas y muchas otras interrogantes le ayudarían a fijarse una estrategia propia y de contenido que deben ser sin prórroga del conocimiento de los ciudadanos, no como es usual y costumbre con engaños y demagogia sino con claridad y transparencia que merece el difícil momento es decir, la pura verdad.
Si en los próximos meses el gobierno, cada vez más aislado internacionalmente y con menores recursos, no toma la iniciativa en materia económica, política y social, los escenarios se irán complicando y las soluciones serán más complejas y complicadas de implementar. Todo parece que está en manos del Presidente Maduro, sus asesores y más cercanos colaboradores aunque siento mucho temor que fracase en su intento. Por lo pronto la estrategia es –muy lamentable- insistir en dividir y polarizar entre los burguesitos y sifrinitos que nunca volverán y el pueblo llano y humilde que ahora cree -erróneamente- que gobierna. Lo peor es que también empieza a creer, cada día más, que eso también es mentira.
La solución, lo sensato, lo aconsejable, lo prudente, lo correcto y hasta lo político de implementar, seria convocar a toda la sociedad venezolana, con independencia de filiación política o ideológica, a converger en un gran pacto para salir de la crisis. Se entiende y hasta se comprenden los dogmas y el legado dejado que hay que cuidar pero mantenerse inmóvil y cabezudamente comprometido no salvará al país y al Gobierno de Maduro y del PSUV de la crisis, por el contrario se acentuará y podrían ser víctimas de su propia tozudez.
Seguramente habrá algunos que no quieren o no desean el diálogo por aquello de que con la dictadura no se negocia, y otros tampoco creen en elecciones por lo de la trampa y la ventaja oficialista; otros apoyan y se lanzan a dialogar y pasan a ser complacientes y cómplices. En fin, cada quien tiene su percepción de cómo solventar la situación y todas tienen sus razones y fundamentos y hay que respetarlas porque nadie es dueño de la verdad, pero lo que sí es cierto, es que trancando el juego y no explorando alternativas lo seguro será una crisis de dimensiones desconocidas o, peor aún, un enfrentamiento entre venezolanos. Por ello el título: Venezuela, ¿viable o inviable? Quizás sería mejor preguntarnos ¿es viable? Pues bien, es responsabilidad y obligación de todos hacerlo viable.
@ArmandoMartini