Los problemas de la censura en estos regímenes dictatoriales, como el que padecemos actualmente en Venezuela, mueven a reflexión permanente y, al parecer interminable.
Callar es otorgamiento, como reza bien el dicho. No es posible. Descartado el verbo. Sólo obligado, a sangre, pudiera proceder y acaso.
Decir, siempre decir. La manifestación del pensamiento no es nada más un derecho humano primordial, es también, y más, un desahogo de la presión generada por las diversas persecuciones, por los bordes que nos plantea a veces la impotencia de sentir el poder totalitario en cada esquina, en cada acción que acometemos. En el decir no va sola la expresión. El decir es recurso expresivo del ser y del hacer, del compartir grupal, del convencer y del arte. Al hablar somos y proyectamos nuestros deseos, temores, pensamientos, sentimientos. Callar es ahogar el ser, y si es por imposición se torna un ahogo por estrangulamiento.
Ahí viene el grito. Manifestación de la situación límite, como en la que estamos. Nos oyen afuera gritar. Obviamente, acá se torna, en todo lo que contiene nuestras fronteras, ensordecedora la propagación de los sonidos guturales humanos.
El gobierno, por su lado, insiste en acallar todas las voces del modo que sea. Limita los canales, todos, radios, televisoras, prensa, marchas; para él es condenable todo si no sirve para divulgar, únicamente, su pensamiento, supuestamente revolucionario, en el fondo dictatorial y fascista.
Comunistas precisamente no son ni socialistas tampoco. Algunos comunistas supieron de persecuciones totalitarias bárbaras, otros propiciaron sin parangón esas ideas de que el poder se impone a costa de todo, por el fin sin importar medio alguno, como diría Maquiavelo. La Unión Soviética supo y Rusia sabe de esas imposiciones descarnadas del poder, acallador de los seres humanos, para mantenerse en él impertérritos.
Pienso en la Alemania de Hitler, ¿por qué será? Perseguía, mataba, trituraba, a los comunistas, a los judíos, a todo aquello que estorbara su concepción de la preservación de su raza aria, como sabemos, y su concepción nacional-socialista. En ese tiempo un importante creador teatral se enfrentó al fascismo, desde sus ideas comunistas y daba señas de cómo oponerse comunicacionalmente a ese poder inmenso establecido, recurre a Confucio, a Shakespeare y otras grandes voces para vislumbrar los mecanismos de ocultamiento y decir “la verdad”, su verdad, dentro, en Alemania, o en el exilio. Bertolt Brecht nos habla de los cinco obstáculos para decir la verdad: “Quien quiere hoy día combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que vencer por lo menos cinco obstáculos. Deberá tener el valor de escribir la verdad, aun cuando sea reprimida por doquier; la perspicacia de reconocerla, aun cuando sea solapada por doquier; el arte de hacerla manejable como un arma; criterio para escoger a aquellos en cuyas manos se haga eficaz; astucia para propagarla…” Luchaba, desde luego, por decir.
Por su parte, el ahora centenario César Rengifo, en su oposición a la dictadura también fascista de Pérez Jiménez, otro perseguidor de los comunistas, se expresa como el escritor antidictatorial y antimilitarista que fue: “teníamos que hallar algunas formas de decir la verdad sin que se nos descubriera”.
Dos comunistas que supieron de persecuciones y de límites agrestes al pensamiento, no callaron.
Pues, algunos comunistas supieron de luchar contra el poder omnímodo que buscó arroparlos. ¿Por qué estos, aquí, ahora, apoyan las muertes, las persecuciones, las torturas, las prisiones, la censura, los diversos ocultamientos de cifras, de corrupciones?
La necesidad del gobierno de hacer callar a todos los que no lo alaben, como si alabable fuera, lo ha llevado a reprimir políticos, estudiantes, ciudadanos comunes en colas o manifestaciones callejeras y, muy especialmente, a los medios, como El Nacional, Tal Cual, Lapatilla o algunas radios. ¿Callarán a todos todo el tiempo? ¿Expropiarán sin piedad alguna todos los medios que no sean o actúen como arrastrados? ¿Esos medios arrastrados podrán callar siempre todo? ¿Y los ciudadanos, callaremos? ¿Miraremos pasar el tren que arrolla a todos sin decir? Es imposible callar a todos siempre. Eso cuesta, dinero, como en el caso de los medios comprados para imponer censura permanente y cuesta vidas y conciencias que no podrán callar, por limpias.
Algunos comunistas supieron lo que es ser callados de todos los modos posibles. Estos saben cómo aterrorizar para hacer callar. Pero el terror no pervive más allá de la “verdad” y de las voces que no callan, que dicen o gritan. No callarán. No callaremos, como señalan los comunistas que fueron Brecht o Rengifo, hallaremos siempre los modos de decir “la verdad”.
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