Las luces de la sala se apagan, pero María José no lo nota. En el recinto y en su mundo todo siempre está a oscuras. Solo los sonidos y la mano de su mamá la guían hasta la silla del teatro. No alcanza a tocar el piso con los pies. Es tan liviana que la silla, de primera fila, se levanta y ella intenta mantenerse erguida para que no se le caigan los audífonos, publica El Tiempo.
“Una mano se extiende. El sol se cuela entre la enramada” son las primeras palabras que escucha de una voz masculina y grave. En la pantalla, su mamá ve exactamente lo mismo. La descripción es la primera toma de la película, la primera que ‘ve’ María José en su vida. Tiene 5 años y quedó ciega desde que era bebé. Esta es la primera vez que asiste a una función de cine.
Su mamá, Johana Ramírez, está a su lado. Mira hacia la pantalla y luego vuelve la mirada sobre María José, que enreda con sus dedos los cables de los audífonos. Cerca de ellas está otro hombre, que ha cerrado sus ojos, debajo de las gafas oscuras, y quien abraza su morral. Parece concentrarse en la narración. Otra pareja de adultos mayores, detrás de su fila, se toma de las manos. Y también cierran los ojos.
Por momentos, se les desprenden lágrimas de los ojos, esos mismos que no han visto la luz, ni los colores, ni los paisajes que detalla el narrador. Lloran con la historia de Marie y Margarite, las protagonistas de El lenguaje del corazón, la película que relata cómo Marie, una niña de 14 años ciega y sorda, aprende el lenguaje de las señas solo a través del tacto y el olfato. La trama ocurre en la Francia del siglo XIX, donde monjas cuidan de jóvenes con discapacidad.
María José, la pareja y el hombre hacen parte de un grupo de 189 personas con discapacidad visual y auditiva, quienes asisten al preestreno de la obra, que desde ayer ya está disponible en las salas de cine del país.
El último sábado de cada mes, una o dos salas del centro comercial Gran Estación se disponen para la función de ‘Cine para todos’, un programa del Ministerio de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, donde, por medio de tabletas y audífonos, esta comunidad puede apreciar una pieza cinematográfica.
El proyecto ya lleva un año y medio, pero esta función es especial. La razón es clara: nadie como ellos entiende el drama de Marie, quien ha pasado toda su vida en silencio y oscuridad, como una salvaje que no tolera el roce de otro cuerpo, hasta que comienza a comprender que sus manos la pueden guiar para comunicarse, que se puede mirar el mundo con las yemas de los dedos, con la identificación de los olores y las texturas.
La historia es tan propicia para ellos como lo podría ser esta función para un lingüista, quien vería todos los lenguajes reunidos en la oscuridad que quiebra las imágenes de la gran pantalla. Mientras, una niña como María José está concentrada en la descripción, que han adaptado para ‘pintar’ la película con palabras, filas arriba un joven sordo sostiene una tableta en la que, al mismo ritmo de los fotogramas en los cuales hablan los personajes, una mujer vestida de negro le interpreta en lenguaje de señas las acciones.
Otros prefieren unas gafas adaptadas que, en una esquina del lente, reproducen el video de la intérprete.