Les traemos un interesante análisis de Daniel Méndez, director del portal ZaiChina, para el Centro de Estudios Latinoamericanos Sobre China (CELC), de la Universidad Andrés Bello (UNAB) en Chile. Dice, entre tras cosas “Por encima de otras consideraciones, el sistema cultural chino se encuentra con un handicap difícil de superar: la censura. Mientras el gobierno limite la libertad de expresión de sus artistas y ponga trabas a las propuestas culturales más arriesgadas, difícilmente será capaz de lanzar propuestas atractivas para una audiencia global“.
Te encuentres donde te encuentres, es muy probable que ahora mismo lleves contigo algún objeto producido o ensamblado en China. Puede ser tu camiseta, tu celular, tus zapatos o tu computadora. O incluso todas estas cosas juntas. El hecho es que el “made in China” es un fenómeno global presente en todos los rincones del planeta. El país asiático, segunda economía mundial, ha entrado en nuestras vidas por la puerta del comercio.
Si el impacto económico es palpable en casi todos los países del mundo, mucho más escasa está siendo hasta ahora su influencia cultural. Cantantes estrella en su país como Wang Fei o Xu Song todavía suenan a chino en el mundo occidental; escritores que conmueven a cientos de millones de fans como Han Han o Guo Jingming casi no cuentan con traducciones a otros idiomas; algunas películas chinas son objeto de culto en festivales (por ejemplo, los filmes de Jia Zhangke), pero pasan desapercibidas para el público mayoritario. Se mire por donde se mire, China puede hoy considerarse un gigante económico, pero es tan sólo (siendo optimistas) una potencia media cultural.
Tal vez el caso del cine, por su relevancia e impacto, sea el más significativo. Piensa por un momento: ¿qué actor chino es realmente conocido en todo el planeta? Probablemente el único sea Jackie Chan, un hongkonés que se hizo famoso hace más de 20 años. ¿Se te ocurre alguna película china de impacto en estos últimos años? Al espectador medio quizá le venga a la cabeza Hero, un film estrenado en 2002 que sedujo en occidente pero que de hecho fue muy criticado en China. Durante la última década es difícil encontrar una película que haya triunfado al mismo tiempo en el país asiático y en el extranjero; de hecho, el director más taquillero y popular de China, Feng Xiaogang, sigue siendo un gran desconocido para las audiencias de Estados Unidos, Europa, África y América Latina.
El caso de China puede considerarse una excepción histórica, ya que el poderío económico casi siempre ha traído consigo influencia cultural. La España del siglo XVI, la Francia del XVIII o el Reino Unido del siglo XIX no sólo dominaron el comercio, sino que también supieron crear nuevos patrones y estilos culturales. El ejemplo de Japón, otra nación asiática que alcanzó la medalla de plata de la economía mundial en los años 70, es muy significativo: además de conquistar al mundo con sus productos de tecnología y electrónica, el país nipón también popularizó conceptos propios como el manga, el anime, los bonsais, los haikus o el sushi. Más recientemente, también Corea del Sur se ha colado en los hogares de medio mundo con el omnipresente Gangnam Style, la última muestra de una seducción cultural que en Asia tiene ya varios años.
Todo esto no quiere decir que la cultura china no haya ganado en repercusión en estas últimas décadas. En comparación con los años 80 ó 90, se producen hoy muchos más intercambios culturales con Pekín, el arte chino se ha revalorizado, la industria del cine ha crecido espectacularmente y la música de la China continental se ha hecho un hueco en muchos países de Asia. Por encima de todo, la enseñanza del chino se ha popularizado en todo el mundo y cada vez más padres entienden que hablar la lengua del país más poblado del mundo puede ser un gran activo para sus hijos. A pesar de eso, la influencia de la cultura china está muy por detrás de su peso económico y el softpower puede considerarse como el actual punto débil de una súper potencia llamada a marcar el siglo XXI.
¿A qué se debe esto? ¿Por qué está fallando la cultura china a la hora de “conquistar la mente y los corazones” del mundo? Aquí van algunas ideas:
1 – Por encima de otras consideraciones, el sistema cultural chino se encuentra con un handicap difícil de superar: la censura. Mientras el gobierno limite la libertad de expresión de sus artistas y ponga trabas a las propuestas culturales más arriesgadas, difícilmente será capaz de lanzar propuestas atractivas para una audiencia global. Tal vez el caso más representativo de todos sea Ai Weiwei: un artista provocador, moderno y multidisciplinar con gran repercusión internacional y al que el gobierno chino puso entre rejas durante casi tres meses de 2011. Si el país busca convertirse en una potencia cultural, lo que tendría que hacer es mimar y promover a artistas como Ai Weiwei, no cancelar sus exposiciones.
2 – La rentabilidad del enorme y creciente mercado chino hace que muchos artistas y empresas se centren únicamente en las audiencias nacionales. Con la economía creciendo todavía a ritmos en torno al 7,5% y cada vez más millones de personas entrando en las clases medidas, para muchos escritores y cantantes el competitivo mercado chino (donde se pueden incluir Taiwán y Hong-Kong) es más que suficiente. ¿Para qué salir al extranjero cuando ni siquiera se da abasto con el público nacional?
3 – Durante las últimas décadas, la identidad china ha descansado sobre dos pilares que no son precisamente la mejor carta de seducción: el nacionalismo y el pragmatismo. Por un lado, China se considera a sí misma como una civilización diferente y única, renegando de forma intencionada de cualquier tipo de universalismo. Por otro, los chinos se presentan como personas pragmáticas y poco dadas al romanticismo, priorizando el desarrollo económico por encima de casi todo lo demás. Todo esto tiene su repercusión en las producciones culturales, que suelen centrarse en historias locales y carecer de la magia universal de Hollywood.
4 – Gran parte de las labores de producción cultural en China (especialmente las pensadas para los extranjeros) está en manos de empresas estatales dirigidas por burócratas y con escasos incentivos económicos para conquistar los mercados globales. Aquí entrarían no sólo los famosos Institutos Confucio, sino también medios de comunicación, productoras de cine y editoriales. En muchos casos estas empresas están mucho más interesadas en contentar a los líderes políticos de su país que a las audiencias foráneas, difundiendo aburrridos contenidos que sientan muy bien en los pasillos de Zhongnanhai, pero que provocan rechazo en el resto del mundo. Las subvenciones por parte del gobierno hacen además que estas empresas puedan sobrevivir sin importar la respuesta del público.
5 – El dominio cultural estadounidense. Incluso si los cuatro puntos anteriores fueran completamente distintos, China lo tendría muy díficil para disputarle a los países anglosajones (básicamente Estados Unidos) su indiscutible hegemonía en el mundo cultural. Las nuevas comunicaciones (Internet) y los crecientes mercados globales surgidos tras el fin de la guerra fría han supuesto que el inglés se imponga como la llingua franca en todo el planeta. China, como muchas otras naciones emergentes (India, Brasil, Turquía, México, Rusia…) o cualquier otro país, lo tiene muy complicado para competir con multinacionales que llevan décadas contentando a audiencias globales.
A pesar de todo lo anterior, China tiene ya hoy suficiente creatividad dentro de sus fronteras como para seducir en gran parte de Asia. Aquellos que siguen de cerca las novedades culturales saben que existen grandes músicos que triunfan en todo el mundo (como la pianista Yuja Wang), directores que han marcado una época (Zhang Yimou) o escritores que han recibido los mayores galardones de literatura (Mo Yan). Y esto es sólo una pequeña gota en medio del océano: la cultura popular ha vivido el auge de nuevos estilos de vida gracias a compañías como Sina Weibo o WeChat; jóvenes directores de cine como Xiao Yang se han volcado en hacer originales películas para internet; nuevos grupos de música como Carsick Cars o Nova Heart han revolucionado la escena underground pequinesa; y dibujantes y animadores como Pi Sanmuestran que existen propuestas originales y arriesgadas al margen de las grandes productoras.
No sólo eso, sino que algunos de los puntos débiles mencionados anteriormente pueden jugar a largo plazo a favor de China: por un lado, su pragmatismo y propuestas alternativas a las occidentales pueden convencer en muchos países del Sur, donde las historias chinas de humildad y superación pueden tener mejor acogida. Por otro, el gobierno parece haber ideado un plan (al igual que hizo con la industria de manufacturas) para poder disputar el liderazgo cultural en el futuro: las empresas estatales son hoy poco eficientes, pero gracias a la transferencia de tecnología, a la protección del gobierno y a la acumulación de capital podrían en el largo plazo ser las únicas empresas capaces de competir con los gigantes estadounidenses del entretenimiento.
Como en tantos otros sectores (industria, tecnología, finanzas, educación…), el auge de China también está provocando cambios en el complejo mundo cultural global. Y si bien hoy en día el país cuenta con pocas tendencias culturales reconocidas en el extranjero, la tendencia sólo puede ir a más. El país asiático llegó a nuestras vida en forma de juguetes y ropa, pero ya lo hace con celulares propios, productos intermedios para la industria y obras de ingeniería. El próximo paso podría ser la seducción cultural. Como decía Pedro Sorela, escritor y profesor de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid: “La verdadera revolución china no será económica, sino cultural. Lo verdaderamente impactante será cuando todo ese mundo completamente distinto a Occidente llegue a nuestras vidas”.