Recreación, un derecho convertido en lujo

Recreación, un derecho convertido en lujo

Hay sonrisa en los rostros de sus hijas cuando Yanet Suárez entra al centro comercial más grande de San Cristóbal. La mayor, una universitaria que carga el coche con una bebé, mira con complicidad a su hermana, una niña que no esconde sus ganas de ir al cine. Eso no podrá ser. Divertirse, en el caso de la familia, se reduce a dar vueltas por los pasillos, publica La Nación.

“Para distraerlas busco las opciones más económicas, como visitar a familiares o ir a una finca”, comenta Suárez, una docente de escuela que no degusta un plato de restaurante desde hace un mes. “Es que para esas cosas ya no queda plata, uno deja el sueldo en la comida”, explica, luego de hacer una larga cola para comprar pañales.

A la recreación tienen derecho todas las personas, como consagra el artículo 111 de la Constitución. Se trata, según el texto fundamental, de una actividad que beneficia la calidad de vida individual y colectiva. “El Estado asumirá el deporte y la recreación como política de educación y salud pública, y garantizará los recursos para su promoción”.





Después de seis años en el congelador, hace nueve meses la Asamblea Nacional sancionó la Ley Orgánica de Recreación. Contempla, entre otras cosas, un plan nacional, un registro nacional y un consejo nacional de recreación, trabajados en alianza con los consejos comunales. Una revisión permite constatar que no ha sido publicada en Gaceta Oficial, por lo que no ha entrado en vigor.

Entre tanto la coyuntura económica está haciendo que la recreación, entendida en el diccionario como “diversión para alivio del trabajo”, se haya convertido en un lujo para niños, jóvenes y adultos por igual.

Los servicios de esparcimiento y cultura cerraron el año 2014 con un incremento en los precios de 51,9%, de acuerdo con el Banco Central de Venezuela. El doble de inflación, comparada con el comportamiento de este mismo grupo (26%) hace seis años.

Los restaurantes experimentaron un alza en los costos del 81% el año pasado y las bebidas alcohólicas, del 90%. No en vano, economistas coinciden: las familias le pasan primero la tijera a los gastos en recreación. “En mi casa lo estamos haciendo”, constata Yanet Suárez mientras recorre pasillos del centro comercial, esa nueva forma de divertimiento familiar.

Niños: menos sabores para ahorrar

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Comer helado no solo depende de cómo esté el tiempo atmosférico, sino del precio. En una de las franquicias de la ciudad van desde 200 bolívares la barquilla de una sola porción hasta 1.040 el envase familiar. Una de las vendedoras confirma que la mayoría de clientes le está rebajando sabores al cremoso producto, con tal de ahorrarse algún billete.

Por esa tienda están desfilando cada vez más ciudadanos colombianos. “Ellos vienen mucho y le dicen a uno que esto sí está barato. Yo solo me quedo mirándolos”, relató la vendedora, en uno de los días de la semana que califica de “flojos”, por las pocas ventas. “Los días buenos son apenas los feriados y los sábados de quincena”, pondera.

Que una banana split cueste 400 bolívares en otra heladería de Barrio Obrero influye en que la comercialicen muy poco. “Yo lo que hago es venir menos con los chamos, casi una vez al mes, y desde el carro ya los voy preparando para que pidan barquilla de un solo sabor”, compartió Flor García, mamá de tres niños, luego de pagar 680 bolívares.

Llevarlos al cine, otra opción de recreación infantil, casi hubiese triplicado ese monto. A la tarifa del boleto se debe recargar los 260 bolívares que cuesta el combo pequeño de cotufas y refresco, sin incluir otros coloridos requerimientos como gomitas o galletas.

A la hora de cenar, cadenas de comida rápida infantil no muestran cola para comprar. Una cajita feliz oscila entre 255 y 285 bolívares, sin contar los postres, que van de 65 bolívares la barquilla a 185 el más cargado.

Aunado a los precios, la desaparición de las papas fritas del menú ha incidido en que ahora no se formen las largas colas de antes. Esa franquicia, comentan trabajadores de manera extraoficial, igual mantiene como fuerte los postres y los cafés. El de San Cristóbal, de hecho, habría registrado la mayor cantidad de ventas a escala nacional al cierre de abril.

El más reciente Índice Big Mac, el famoso cálculo de la revista The Economist que compara el poder adquisitivo en distintos países del mundo, arrojó en Venezuela una devaluación del bolívar de 47% respecto al dólar. Lo fecharon en enero, cuando esta hamburguesa costaba 132 bolívares. Cinco meses después su precio (sin combo) es de 250.

Adultos: cualquier opción es costosa

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Un plato gourmet excede los 1.000 bolívares. ¿Muy caro? Un rollo de sushi puede marcar hasta 860 bolívares. ¿Todavía muy costoso? Entonces piense en hamburguesa, papas y refresco, que en combo mediano oscila entre 355 y 565 bolívares. ¿Aún está caro? Por precios reales, como los anteriores, es que en estos tres tipos de restaurantes de San Cristóbal los encargados coinciden en que las ventas han mermado.

“No experimentamos la misma afluencia de diciembre o del año pasado, porque aunque los sueldos suben, los insumos nuestros suben mucho más. Al comprar las cosas revendidas, la ganancia no es igual y si aumentas más los precios, ahí sí que nadie va a venir. Subsistir está muy difícil”. El relato es de Rosibelle Rojas, chef de un restaurante gourmet.

Allí, lo que hace seis meses facturaban en una sola jornada de trabajo, ahora lo hacen en tres días. Y allí, por pedido semanal de mariscos ya no pagan los 15.000 bolívares de principios de este año, sino 35.000.

En el cine la asistencia es como una montaña rusa: tiene sus picos cuando aparecen estrenos mundiales altamente comerciales y sus bajos cuando exhiben la cartelera habitual. En promedio, en San Cristóbal hay unos 5.000 espectadores diarios del séptimo arte.

Encontrarse con la gran pantalla pasa por cancelar entradas de 200 bolívares (40 más si es 3D) y comprar, por ejemplo, un combo de cotufas grandes más dos refrescos por 600 bolívares. Los nuggets de pollo, otra opción, acaban de subir a 360 bolívares, lo mismo que medio kilo de comida en un restaurante por peso. “La mayoría compra cotufas, así sea de la presentación más pequeña, para no ver la película con las manos vacías”, contó un vendedor. Más o menos un tercio de los clientes lo hace con tarjeta de crédito.

De lo anterior se desprende que una ida a cine para dos personas suma alrededor de 1.000 bolívares. Con el taxi de vuelta a casa, si es el caso, en la cita se puede ir hasta 20% de un salario mínimo.

Más barato, aunque tampoco tanto, puede resultar la clásica invitación a tomar un café. En una de las cafeterías de San Cristóbal confirman que los adultos siguen siendo los clientes más asiduos, aunque también refieren bajas en las ventas. “Hay tardes entre semana en las que no vendemos ni un con leche”, confirmó Javier, cajero. Allí el marrón más sencillo subió a 120 bolívares mientras que el producto importado de mayor renombre cuesta 400.