Cuando Grecia ingresó en enero de 2001 a la Zona Euro, lo hizo aportando datos de una contabilidad fiscal amañada. Luego sucumbió a la crisis de la burbuja hipotecaria de 2008; posteriormente pidió un primer rescate a la Unión Europea y luego un segundo. Más adelante consiguió que le reconocieran una “quita” de 100.000 millones de euros de su deuda pública. Sus acreedores, bancos de diversos países de Europa, el FMI y el Banco Central Europeo, convinieron en condonar esa deuda. Pero los dos rescates, la quita y una actitud del gobierno heleno nada proclive a sanear sus finanzas públicas, dieron lugar a la creación de la llamada Troika, en la que el FMI, el BCE y la Unión Europea, diseñaron condiciones y plazos para devolverle a Grecia su propia viabilidad económica. Del gobierno de Karamanlis, el ideólogo del fraude, se llegó a la presidencia de Papandreus, socialdemócrata, reformador que entendió claramente que se había cometido una falta grave, que había que enmendar y que no había otro camino que la austeridad. Tales políticas, por supuesto, no fueron del agrado de la gente y el propio partido conservador, de karamanlis, volvió al poder (es decir los fraudulentos son premiados con el poder nuevamente y los que proponen ordenar las cosas, son castigados), bajo la figura de Samarás. Éste se mantuvo en el gobierno, aplicó la receta de la troika y logró al cabo de varios años un superávit primario, claro indicativo que las cosas comenzaban a marchar bien, al menos desde el punto de vista de la macroeconomía, pero ya sabemos que si ello no ocurre, no hay manera que a continuación la economía de la gente mejore.
Un paso político en falso del gobierno de Samarás, le abrió las puertas a los demagogos de Syriza, que le prometieron al electorado acabar con la austeridad. El pueblo griego, dando un salto al vacío oyó los cantos de sirenas. Tsipras y su flamante ministro de economía, Varuofakis, acudieron a Bruselas en actitud desafiante y comenzaron a renegociar la austeridad bajo la premisa que habían recibido un mandato del pueblo heleno en ese sentido. No tardó Schäuble, ministro alemán de economía, en decirle a su colega que si él quería aumentarle la pensión a los griegos, que no lo hiciera con el dinero de los alemanes. Lo cierto es que van 5 arduos meses de negociación, en la que las autoridades griegas han intentado impresionar, amagar, coquetear con Putin, amenazar, dilatar, jugar la candelita, el escondite, etc., y nada les ha dado resultado. El Eurogrupo y los bancos se mantienen incólumes.
El acuerdo está a punto de llegar; seguramente no se suscribirá mañana sábado, aun cuando el término de las negociaciones agoniza (Grecia debe pagarle el martes al FMI 1.600 MM de euros), porque a los griegos les encanta el drama y creen que eso les alivia negociar con los talibanes de su partido. En tanto no ha importado el sufrimiento de la gente, la fuga de capitales, la tardanza en enderezar la economía, los proyectos postergados, las inversiones diferidas y la gente sin empleo.
Grecia cedió y mucho. Las promesas electorales de Tsipras nunca se materializaron. La edad de jubilación será a los 67 años en 2020; las jubilaciones anticipadas a los 52, se acabaron. Va a haber un fuerte recorte en el gasto militar, algo a lo que se oponía Grecia. El puerto de El Pireo y otros activos estales se privatizarán a pesar de la promesa electoral en contra. Van a tener que aceptar un recorte de medio punto del PIB en gastos de la seguridad social. Habrá que gravar más a los ricos (los armadores griegos gozan de muchas exenciones). El IVA subirá por lo menos al 13% sin excepciones. Los pensionados deberán pagar su cotización al seguro médico El sistema de pensiones deberá autofinanciarse para aliviar la carga fiscal, etc. En fin que se dañó el tenue crecimiento que ya experimentaba Grecia, se fugaron 34.000 MM de euros y se pospusieron inversiones y creación de empleo, todo por unos demagogos.
Miguel Méndez Rodulfo