El papa Francisco se despojó este viernes de todos los oropeles de un pontífice ante los detenidos de la cárcel boliviana de Palmasola, a quienes confesó: “El que está ante ustedes es un hombre perdonado”, “salvado de sus muchos pecados”.
Frente a un grupo de 2.800 reos y sus familiares, el pontífice recordó que “reclusión no es lo mismo que exclusión, que quede claro, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad”. AFP
El papa Francisco llegó el viernes a la cárcel de Palmasola, en el inicio de su última jornada en Bolivia.
El pontífice saludó a los reos y a sus hijos que ya lo esperaban en una zona abierta del penal localizado en la localidad de Santa Cruz.
La prisión es considerada la más violenta de Bolivia, donde en agosto de 2013 murieron 36 presos y un niño de dos años en una pelea entre reos. El lugar fue pensado para albergar 800 reos, pero actualmente tiene una población de más de 4.000.
El pontífice tiene previsto dar un mensaje a los reos como parte de la visita en un pabellón abierto donde está el grueso de la población penal varonil.
Luego de la visita al penal se reunirá informalmente con obispos de Bolivia y posteriormente se dirigirá al aeropuerto para viajar a Paraguay, el último de los tres países que visita como parte de su gira por Sudamérica.
Más temprano
Dos años después de que 36 personas murieran calcinadas tras un enfrentamiento entre bandas rivales, pocas cosa han cambiado en la cárcel más grande de Bolivia. Los presos todavía mandan en el lugar, el hacinamiento es mayor, las drogas se venden más baratas que en la calle y el dinero es la única forma de sobrevivir.
Pero Francisco es especialmente sensible a lo que ocurre en las prisiones. La pasada Navidad estuvo dos horas lavando los pies a un grupo de presos de una cárcel de Roma y en Palmasola también tendrá un momento de intimidad para conocer los testimonios de los presos.
El ex presidiario estadounidense Jacob Ostreicher no espera que Francisco pueda conocer lo que ocurre en Palmasola, donde él estuvo encerrado durante 18 meses acusado de lavado de dinero. “El papa no va a ver lo que realmente pasa” dice Ostreicher, que consiguió la libertad provisional en 2012.
Palmasola tiene capacidad para 800 personas aunque en la actualidad alberga a más de 5.000 reos, el 30% de los presos de Bolivia, entre ellos secuestradores, violadores, asesinos o simples ladrones de teléfonos celulares sin sentencia en firme.
“Aquí impera la corrupción y el que tiene dinero es el que puede entrar y vivir bien, pero el resto malviven hacinados en la iglesia o en barracones con el suelo de tierra” explica frente el portón de la cárcel Sirley María Vargas, madre de un joven de 21 años acusado de homicidio.
“Con dinero puedes tener un cuarto propio, con servicio de limpieza, televisión por cable, aire acondicionado e internet” explica Vargas. En el pabellón uno se pagan 1.000 dólares por una habitación individual y luego 300 dólares mensuales. “Aquí la policía solo controla la entrada y salida porque en realidad son los presos los que mandan en la prisión” explica.
Ostreicher duda que el papa visite la zona donde los presos “son obligados a dormir en el patio y a buscar en los cubos de basura para lograr unas monedas”. Vargas, sin embargo, se alegra de que los pontífices por fin “dejen de ser conocidos por el lujo, los anillos de oro y las ropas caras y bajen a conocer los problemas reales”.
La cárcel que visitará el Papa el viernes tiene cinco módulos separados entre sí por un muro y dos mallas de seguridad. El módulo uno, en régimen abierto, es conocido como ‘La población’ por su parecido con cualquier pueblo, incluyendo calles llenas de hombres, mujeres, niños y animales domésticos. Además hay tiendas, restaurantes, iglesias, gimnasio, sauna, billar y talleres de artesanos. En los módulos tres y cuatro — llamados ‘Chonchocoro’ y ‘Chonchocorito’ respectivamente — están los presos más peligrosos, mientras que en el cinco viven aislados los enfermos, la mayoría con tuberculosis.
En Palmasola, las familias viven dentro de los muros de ladrillo y alambre y una bolsa de cocaína es más barata que una botella de agua, según sostiene Ostreicher.
Según Vargas, el que tiene dinero vive bien pero el que no puede pagar seguridad o manutención pasa sin comer ni servicios médicos. “Yo he traído hasta un dentista para que atendiera a mi hijo dentro de la celda”, recuerda.
Dentro de la prisión, una mujer de 40 años explica que “no le deseo ni a mi peor enemigo estar aquí dentro”. Está encarcelada por estafa y prefiere ocultar su nombre por miedo a represalias.
“La policía es corrupta, hay que pagar por todo aquí dentro y hay peleas todos los días. Intentaron matarme con un cuchillo a las dos semanas”, recuerda entre lágrimas vía telefónica a Associated Press. Este jueves preparó junto al resto de reclusas la canción con la que recibirán a Francisco.
La cárcel se levanta sobre un barrio de calles de tierra a 12 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz.
El jueves llegaron hasta sus puertas una decena de mujeres que desconocía que las visitas de familiares estaban prohibidas por la llegada del papa el viernes.
“Pero estoy feliz porque mi hijo será bendecido por el Papa” explica Ángela Coimbra, madre de un joven de 32 años condenado por narcotráfico. “También le traigo un pantalón azul porque les han dicho a los presos que se vistan correctamente para la visita”.
En agosto de 2013 un enfrentamiento entre grupos rivales con machetes y lanzallamas terminó con 36 muertos, incluido un niño de un año. En los últimos años, el narcotráfico ha agravado la sobrepoblación de las cárceles.
Hace dos años se detenía a una media de seis personas al día por tráfico de cocaína, pero en 2014 el promedio fue de 9, según estadísticas del gobierno. La mayoría son pequeños traficantes. Antes de la llegada del papa, el ejecutivo puso en marcha una amnistía a la que pocos pudieron acogerse porque el 84% de los reos no tienen sentencia. AP