Recientemente he participado de diferentes conversaciones, tertulias y peñas donde ha sido tema preferente el de las posibilidades de la alternativa democrática el próximo 6 de diciembre. Las redes sociales, como es natural, también se han hecho eco de diversas inquietudes en el mismo sentido. Ese ha sido el tema de la agenda.Me ha llamado particularmente la atención la diversidad y el contraste de opiniones. Que oscilan desde el optimismo que raya en el triunfalismo, hasta el pesimismo próximo al abstencionismo. Hay quienes estiman que la viabilidad de apertura para el cambio solo es posible alcanzando la mayoría calificada de dos tercios, hasta quienes insisten en el manido argumento del fraude electrónico. También quienes estiman que la oposición no tiene prácticamente méritos propios y la actual situación solo se debe a los desaciertos del gobierno. No faltando en mayor o menor grado las críticas a la Mesa de la Unidad.
Se ha repetido insistentemente -con toda razón- que en las elecciones a realizarse este año, la oposición está en la mejor situación con la que se ha encontrado a lo largo de estos tres quinquenios. Es cierto que el desprestigio del gobierno, su ineptitud e incapacidad manifiesta, la incompetencia para hacer frente a la más grave crisis de la historia contemporánea y a los ingentes problemas del país, han contribuido -no en poca medida- ha conformar un cuadro absolutamente desfavorable al oficialismo; tal como lo reflejan todas las investigaciones de opinión. No seria justo tampoco desestimar los esfuerzos realizados por las fuerzas democráticas en todo este tiempo.
Las condiciones de desequilibrio con las cuales se enfrenta al régimen, el uso sin el menor recato de los recursos del estado, el de todos los poderes públicos, el cerco mediático, el accionar ventajoso, inicuo, descarado y grosero, la persecución política y la represión constituyen significativos obstáculos que ha habido que superar para constituirse hoy por hoy en una real opción de cambio.
Alcanzar el máximo de unidad posible, en medio de la diferencias y la diversidad no es un logro insignificante, por el contrario es una expresión significativa de inteligencia y madurez política. Presentar candidaturas ,estrategia y campaña unitaria, comandos y tarjeta única constituyen indubitablemente elocuentes y aleccionadores logros. Todo ello sin pretender negar que hay elementos importantes susceptibles de crítica en el comportamiento de la unidad opositora, eso es una cosa y otra es en la praxis negar la necesidad de su existencia. Es evidente que ningún liderazgo u organización por si solo puede adelantar la imperiosa y fundamental tarea de abrir cauces el cambio político.
El rechazo al gobierno que se refleja en todas las encuestas tendrá necesariamente una influencia, en muchos casos decisiva, en los resultados de las parlamentarias; ahora bien, hay una particularidad en este proceso que no debe ser subestimada: la mayoría de los diputados a elegir (más de cien) serán por circuitos que integran diferentes municipios y parroquias. Donde las realidades locales tendrán fuerte incidencia que hay que tomar en cuenta como: la existencia de liderazgo reales, el abuso de poder de Gobernadores y Alcaldes para citar solo dos.
Al lado de la campaña “paragua” que se realizará a nivel nacional cobra especial importancia la de cada circuito acorde con su propia realidad y donde los candidatos cumplirán el rol preponderante. Obtener una mayoría holgada en la próxima Asamblea Nacional en cuanto al número de diputados dependerá fundamentalmente de triunfar en esas circunscripciones electorales.
De tal manera que si bien todos los estudios y análisis coinciden en la enorme posibilidad de una victoria opositora, no hay que confiarse, como diría mi abuela ” no dormirse en los laureles”; mas cuando es harto conocido que la acción fraudulenta está en las ventajas, arbitrariedades e ilegalidades de la campaña. En el propio acto electoral el fraude no se comete a través de manipular complejos mecanismos cibernéticos e informáticos, sino votando burdamente por electores ausentes donde no haya presencia de representantes de la unidad democrática.
Estamos frente a la posibilidad real de obtener un triunfo holgado -no solo en votación- sino en la mayoría de representantes en la Asamblea Nacional, convertir esa posibilidad en realidad es el cometido a asumir. Lo trascendental de tal opción exige emplearse a fondo para conquistarla.
A medida que se aproxima la fecha de los comicios aumenta la voluntad de participar y disminuye la tentación abstencionista en el campo opositor, lo que redunda en ampliar nuestras potencialidades, pero la misión hay que cumplirla, expresada con el lugar común “el mandado no está hecho”.
Como resulta evidente una victoria con anchura modificaría sustancialmente el panorama político e iniciaría el proceso de cambios, la ruta constitucional, democrática y electoral recibiría un importante envión. Las vías se despejarían para propiciar alternativas de superación del caos actual.