Desde hace ya unos cuantos años, se habla en Venezuela de tiempos de decadencia, de parálisis, de indiferencia y desidia, tiempos de anomia, de apatía y hasta de sumisión.
Sin duda, el país entró en lo que bien debería denominarse un callejón sin salida, en donde no se vislumbra aparentemente una salida distinta al hambre, el caos y el estallido social. Incluso en estos días ha comenzado a hablarse de gravedades tales como fragmentación territorial y guerra civil.
Con respecto al régimen imperante, la pérdida del principio de unidad de mando e incluso del principio de “autoridad revolucionaria”, debe verse como la consecuencia de la desaparición del caudillo, y sobre todo de esa gran capacidad de arbitraje que tenía sobre la sociedad, más allá de su carisma innegable ante la masa, y los recursos ingentes de los que pudo disponer para repartir e “incluir” a su manera a todos los poderes, bajo su mando omnímodo.
De la cadena de mando única e incontrastada del comandante único e insustituible, pasamos a una cadena que ya desde el principio se presenta dual por la presencia malformada de dos siameses cuya principales características obedecen a carencias absolutas, de inteligencia uno y de escrúpulos el otro, este hecho, de por si un presagio grave, se hace aún más ominoso, si analizamos la estructura del poder chavista, sus ramificaciones extensas, y la jerarquía militar sobre la cual supuestamente reposa en última instancia.
Cadenas de mando múltiples, cruzadas, contradictorias y hasta en oposición, son las que se pueden derivar de la actual situación, en otras palabras, el caos se podría decir que ya es intrínseco en los actuales estamentos del poder, y su fragmentación, ya presente en el pasado y mantenida sólo por obra y gracia del comandante, podría comenzar a disgregarse, sino es que ya ha comenzado a hacerlo.
Hugo Chávez y eso ya está demostrado, no supo o no pudo dejar ningún tipo de relevo, ni individual ni colectivo, no solo un heredero del mando supremo, al cual colocar en la cima, sino que además nunca pudo armar (menos preparar) lo que podría llamarse un equipo de gobierno cohesionado, un equipo doctrinario e ideológico, una organización política digna de ese nombre, organizaciones civiles con las cuales alimentar y mantener vivo “el proceso”, tampoco entre los militares logro crear un cuerpo aparte, una nueva fuerza real (y leal) que en la emergencia pudiese actuar y corregir el rumbo revolucionario, no logró nada de eso, de hecho se podría afirmar tajantemente que Chávez fue tan característicamente estéril (en lo dinástico) como lo son los verdaderos déspotas.
Pero el poder económico que le permitió a Chávez imponer su dominio absoluto, casi sin obstáculos ni tropiezos salvo la peripecia del 2002, resultó ser a su vez su maldición, porque la base constituyente de su poder, de su concentración de poder, pronto devino en corrupción pura, Chávez realmente nunca supo crear, menos que menos sembrar: sólo supo comprar, el proyecto era él, sólo él, y se agotó en él, y no hace falta demostrarlo, los hechos están a la vista.
Que Chávez llegara a pensar, que debía comenzar a preparar algún tipo de reemplazo, y la fulminante ofensiva de su mal incurable le impidió acometer la tarea, o a lo mejor, simple y llanamente se consideró eterno, eso estamos lejos de saberlo aún, si es que los vapores de la mitología lograrán disiparse algún día.
A ese pueblo, al que supuestamente veneró, tampoco lo trato mejor, es más, quizás fue particularmente cruel con él, pues la inoculación de esperanza y redención, no se transformó en “patria” no, se transformó en pesadilla, y basta ver a Nicolás Maduro, solo verlo, o escuchar a Diosdado Cabello, o a cualquiera de estos “sucesores” que nos “legó”, para darse cuenta del horror de su estafa histórica. Desde luego, la población humilde es entendible que tarde en asimilar un final tan espantoso para su ilusión, pues los ritmos de extinción de la esperanza, se sabe que pueden resistir al tiempo mejor que cualquier cosa.
Por otro lado, el país opuesto a Chávez, tampoco se encuentra en modo alguno en mejor situación con respecto a su esperanza, más bien, se encuentra tanto o más abandonado que el pueblo chavista, al sufrir el también, de la decadencia profunda de sus elites, de sus referentes, de sus dirigentes, de una clase política degenerada y encerrada en sí misma, de una ausencia de liderazgos que logren realmente trascender, la reducida y desesperada dimensión personalista y electoral en la cual ellos mismos se encerraron, por insuficiencia no solo individual sino generacional e histórica.
Ambos, pueblo opositor y pueblo chavista, constituyen un solo pueblo abandonado a su suerte, unido en un país que se evapora frente a ellos, unido por la desgracia de haber quedado sin alternativa, sin futuro, sin destino.
Las Visitas del Delirio
Este título hace tiempo lo escogí, para ponérselo a una recopilación personal que hice de unos artículos publicados por el finado Jorge Olavarría en el año 2003. El primer artículo se llama “La Fuerza de la Irracionalidad” y el segundo “Las Anomias Venezolanas”. Estos escritos nos ilustran sobre dos hechos que considero cruciales para el entendimiento del contexto histórico actual y es que: a) vivimos en un estado de anomia colectiva, y b) no es la primera vez que esto nos sucede como sociedad.
En el artículo sobre “La Fuerza de la Irracionalidad”, Olavarría se centra en la caída de la segunda república en 1814, y describe como una sociedad en zozobra y al borde de la disolución, cegada por el pánico, la desesperación y el abandono de toda esperanza, toma el camino siniestro de su propia autodestrucción, sin llegar a comprender siquiera, que estuvo más bien al borde de la liberación y la gloria.
En el artículo sobre “Las Anomias Venezolanas”, Jorge Olavarría en una muestra de erudición histórica realmente notable (y que me hace añorar su ausencia en forma especial) nos explica como esas anomias nos han atacado en tres ocasiones a través de la historia, siendo la última, la que “estalla” con la llegada al poder de Hugo Chávez Frías.
Explica tambien como estas anomias en cada ocasión, se resolvieron con la insurgencia en la historia de ciertas y determinadas figuras, unos “reyes de la baraja” como los llamaría Francisco Herrera Luque: Antonio Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez.
Pero con el permiso de los lectores, quisiera hacer hincapié en el primer artículo, el que alude a esa irracionalidad que por lo visto puede atacar no solo a Venezuela sino a cualquier nación, en ciertos momentos, sin distingo de su gloria y grandeza, pasada y presente.
Porque para este servidor, tan importante como la descripción que el autor hace de la patología suicida de aquella sociedad, lo es el relato del particular temple mostrado por Simón Bolívar en esa Caracas a punto de caer en la barbarie, relato brevísimo pero intenso y esclarecedor, de ese Bolívar post Manifiesto de Cartagena y post Decreto de Guerra a Muerte, o sea de un “Bolívar 2.0”, profundamente transmutado y minuciosamente consciente de la circunstancia histórica que le toca.
En el aparte de “Las Memorias de Morán” (José Trinidad Morán) se describe primero a un Bolívar que, consciente de las limitaciones de su autoridad, renuncia -más bien se libera- de su mando civil para después ocuparse con “ejecutividad marcial” de restablecer el orden público: “haciendo presente que él no era ya Jefe de la Nación, pero como General, estaba en el deber de no permitir el desorden…”
Faltaría más, a Olavarría no se le escapa el hecho y lo resalta, y desde luego, Bolívar ceñido en apariencia a un rigor institucional absolutamente impecable, es justificado en el mismo testimonio de Morán con el deber ser de esos “dos mil soldados que le quedaban al Libertador que obedecíamos y no deliberábamos pues éramos soldados y no tribunos”.
Pero no nos engañemos, amigos lectores, y menos sabiendo cómo fue que todo terminó: pues ese al que alude el relato, ya no es el general Bolívar, obediente a una letra de la ley, un militar no deliberante y respetuoso de normas y formas, es ya el Bolívar Libertador, obediente a un destino, ejecutando su destino.
El episodio concluye gloriosamente, a pesar del momento inglorioso, y además con lo que pareciera ser de alguna forma, una clarividente admonición sobre el presente que nos toca vivir, pues: “cansado el pueblo sensato y más aún los partidos de vejarse mutuamente en sus candidatos y propósitos, por un movimiento general aclamaron nuevamente para Jefe Supremo de Venezuela al Libertador, encomendándole que salvara la patria…”
(De hecho, en los pasajes donde se narra lo ocurrido en la asamblea de ciudadanos y el cabildo abierto de junio y julio de 1814 en aquella Caracas a punto de sucumbir ante las hordas de Boves, no puedo dejar de ver, un paralelismo con la insensata alharaca electoralista de nuestra pobrísima clase política actual, en su disputa estéril por “espacios” de poder ante la amenaza en puertas, inminente y tangible, de desolación y muerte para la república)
En fin…
Bolívar hizo lo que hizo y si podía hacerlo ceñido a la ley, como aún podía hacerlo, lo hacía, y si no era el caso, IGUAL HABRÍA ACTUADO. No tengan la menor duda.
Porque,
el imperativo al que obedece ya es su único superior,
la guerra a muerte ya es su única ley,
el compromiso con la libertad ya es su delirio,
y se lo impondrá, a todos los delirios adversos.
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Jorge Olavarría
LA FUERZA DE LA IRRACIONALIDAD
4 de marzo de 2003
Mala, muy mala, se veía la situación de los patriotas para mediados de 1814. La espantosa derrota sufrida por Bolívar y Mariño en La Puerta el 15 de junio, había abierto el camino de Valencia y Caracas a la horda salvaje de llaneros pardos y negros que seguían a Boves y a Morales. Al concluir la batalla en una huida desordenada, los derrotados sabían que nada y nadie era capaz de detener a la feroz marejada humana de odio racial y codicia, en su empeño de llegar y ocupar Valencia y Caracas. Bolívar, andando a marcha forzada de noche y acompañado de un asistente llamado “el Turco”, fue el primero que entró en Caracas.
Su prisa, era para impedir que la noticia del desastre de La Puerta creara un desaliento capaz de producir el derrumbe de la autoridad del gobierno.
Cuando la noticia llegó, Bolívar estaba preparado para afrontar sus consecuencias. El 17 decretó la Ley Marcial, y a medida que llegaban los restos de las tropas derrotadas, organizaba con ellas tres batallones que puso al mando del teniente coronel Hermógenes Maza. Con energía y diligencia, éste impidió los pillajes que empezaron a brotar por doquier. Con esto y con la colaboración de los magistrados republicanos que se mantuvieron firmes, Bolívar logró mantener el orden y el gobierno. Sin embargo, las críticas a su persona aumentaban a medida que los derrotados llegaban a la ciudad inundándola con los macabros detalles de la espantosa derrota.
El miedo se volvió pavor cuando se supo que Boves estaba acampado en La Victoria. Para encerrar las críticas acerca de lo mal que se había hecho esto y lo otro, y encaminar las proposiciones sobre lo que se debía hacer, en un debate organizado, Bolívar reunió en los patios del Convento de San Francisco -hoy Palacio de Las Academias- una Asamblea de Ciudadanos.
Este es uno de los más curiosos y menos conocidos episodios de todo lo que sucedió en los espantosos años trece y catorce.
La Asamblea de Ciudadanos que deliberó tras la derrota de La Puerta fue la tribuna para la exposición de las más extravagantes ideas. Como se había asomado la proposición de hacer salir de la ciudad mujeres, niños y ancianos, hubo oradores que calificaron esto de cobardía y traición gritando “que todos mueran”.
Vicente Lecuna, en su estudio sobre la Guerra a Muerte, comenta que unos demagogos “alardeando heroísmo pedían el régimen de comunidad de bienes para que cada ciudadano tomase lo que necesitase donde lo encuentre”, observando de paso que esos mismos extremistas serían los aduladores de Boves un mes más tarde.
Martín Tovar Ponte, hijo del Conde de Tovar y jefe de una familia insospechablemente devota de la causa republicana, todos campeones de la Independencia desde 1810, que pagaron con sus vidas y sus fortunas su adhesión a la causa de la libertad, contaba a su esposa Rosa Galindo que en el camino de Antímano, dos niñas les fueron arrebatadas a sus padres por unos negros y violadas en su presencia. Su explicación era sencilla: “No tenemos gobierno”. “Sálvate con nuestros hijos. A mí siempre me encontrarás en el campo del honor”.
LA ACCIÓN CONTRARIA AL PROPIO INTERÉS
La irracionalidad es más frecuente de lo que se piensa. Bárbara Tuchman explica esta realidad en su libro “The March of Folly” donde examina el enigmático fenómeno del error consciente deliberado y persistente, de quienes siguen un curso de acción contrario a su propio interés. En nuestras narices tenemos el caso del suicidio del “paro cívico” de 63 días, iniciado el 2 de diciembre (de 2002, ndr).
Tuchman examina casos que se resumen en preguntas sin respuesta lógica: ¿Por qué los troyanos, sordos a las advertencias que se les hacían, dejaron que el sospechoso regalo de un caballo de madera fuese introducido en su ciudad asediada, y no hurgaron el vientre donde se ocultaban los griegos que abrieron las puertas?
¿Por qué los papas del siglo XV siguieron en forma persistente y consciente una política que llevó a la cristiandad al cisma de la reforma protestante? ¿Por qué los ministros de Jorge III de Inglaterra acosaron a los colonos americanos con impuestos y los arrinconaron a la rebeldía? ¿Por qué Hitler invadió Rusia y no aprendió del desastre de Napoleón?
¿Por qué sucesivos gobiernos de Estados Unidos se dejaron arrastrar hacia el desastre por la absurda guerra de Vietnam, que alienó a su nación al punto de una guerra civil?
En esta línea de raciocinios, los venezolanos podemos preguntarnos: ¿Qué llevó en 1987 al partido Acción Democrática a escoger como su candidato a Carlos Andrés Pérez, después de lo que de él sabían y conocían? ¿Qué hizo que los venezolanos reeligieran en 1988 a Carlos Andrés Pérez, quien 10 años atr??s había concluido su gobierno en el fracaso, después de haber dilapidado en una orgía de insensatez y corrupción, la mejor oportunidad que presidente alguno había tenido en nuestra historia, antes de la de Chávez?
¿Qué llevó a que Luis Herrera Campins, después de haber visto el colosal endeudamiento del país por Carlos Andrés Pérez, repitiera la dilapidación de los ingresos petroleros extraordinarios que se produjeron con la caída del Sha de Irán, y ahondara el endeudamiento de su predecesor al punto de llevar al colapso monetario de 1983?
¿Qué hizo que los venezolanos reeligieran a Rafael Caldera, para que repitiera y aumentara los errores de su primer gobierno? ¿Qué hizo que Caldera sobreseyera la causa de los militares rebeldes del 4 de febrero de 1992? ¿Qué llevó a la candidatura de Luis Alfaro Ucero y de Irene Sáez en 1998? ¿Cómo fue posible que ambas candidaturas terminaran en el bochornoso espectáculo de su endoso a Salas Römer?
¿Cómo fue posible que el 12 y 13 de abril de 2002 los militares y civiles que tenían en sus manos el destino del país, se condujeran en tal forma de permitir el regreso de Chávez? ¿Qué fue lo que hizo que un hombre como Pedro Carmona, que parecía prudente y sensato, hiciera lo que hizo? ¿Qué razones tuvo la Coordinadora Democrática para preferir la enmienda para adelantar las elecciones en la cual está enredada, al referéndum revocatorio acerca del cual nada hay que negociar, pues está en la Constitución y lleva a la inexorable salida de Chávez?
LAS MEMORIAS DE MORÁN
José Trinidad Morán fue testigo de lo que sucedió en Caracas poco antes de la emigración a Oriente en junio y julio de 1814. Sus memorias nos han dejado algunas reflexiones que se podrían aplicar en esta hora si hubiera mentes abiertas a la racionalidad.
Morán cuenta que cuando las avanzadas de Boves estaban en Las Adjuntas, Bolívar consciente de que su autoridad no era suficiente para dominar la irracionalidad desbocada, reunió a los hombres más notables de Caracas en un Cabildo abierto y renunció a su autoridad, ofreciéndose a servir a quien el Cabildo eligiese para reemplazarlo.
Morán cuenta que: “testigo de esa escena calamitosa, arrimado a una columna del Convento de San Francisco, niño aún, casi no podía formarme juicio de lo que era el pueblo soberano deliberando. Mil candidatos se presentaron pretendiendo el mando supremo, pero la masa del pueblo los rechazaba.
Tres días llevábamos en estas reuniones populares sin que nadie se entendiera y a lo último ya no había quien discurriese con lógica ni quien mandase ni tampoco quienes obedeciesen. La capital de mi patria era juguete de los partidos; la intriga y la cábala habían tomado el lugar del patriotismo, el populacho quería saqueo ya, diciendo que todos los blancos eran godos. El Libertador los contuvo haciendo fusilar a dos iniciadores de esta “patriótica” ocupación. Hecho este ejemplar castigo, Bolívar se presentó en la Asamblea y dio cuenta de la pena que le había impuesto a los criminales, haciendo presente que él no era ya Jefe de la Nación, pero como General, estaba en el deber de no permitir el desorden, lo cual le atrajo multitud de aplausos”.
Esto sucedió hace casi dos siglos. Hoy, debería hacer pensar a los civiles y a los militares acerca de lo que son sus responsabilidades y lealtades con la patria.
Morán cuenta que “Las deliberaciones y muchos despropósitos populares seguían y si el orden no se alteraba en Caracas, era debido a los dos mil soldados que le quedaban al Libertador que obedecíamos y no deliberábamos pues éramos soldados y no tribunos”.
Sucedió entonces lo que sucede siempre. Los extremistas que eran los que en 1812 habían adulado a Monteverde, en 1814 adularán a Boves. Eso terminó como debía terminar. Morán recuerda que “cansado el pueblo sensato y más aún los partidos de vejarse mutuamente en sus candidatos y propósitos, por un movimiento general aclamaron nuevamente para Jefe Supremo de Venezuela al Libertador, encomendándole que salvara la patria. Pero ya no era tiempo. Boves marchaba sobre Caracas con un ejército vencedor sembrando por todas partes la desolación y la muerte.”
La emigración de Caracas en 1814 es una de las mayores tragedias de nuestra historia. Deformada en la explicación e interpretación de sus causas, por quienes han escrito acerca de los años de la guerra a muerte, la historiografía prevaleciente ha perdido de vista que las migraciones masivas de poblaciones fue una de las características de aquellos dos años, acerca de las cuales se omite explicar que quienes emigraban eran los blancos lanzados a tan desesperada acción, por la acometida de negros y pardos convertidos en hordas de asesinos y ladrones por la prédica primero de Monteverde y luego de Boves.
Ambos, usurpadores de la autoridad realista, se apoyaron en el odio racial para formar y enardecer las huestes que necesitaban para combatir a los rebeldes republicanos cuyas ideas y cuyo modelo de gobierno, no era entendida por quienes podían y debían beneficiarse de ellas, y prefirieron el pillaje y el saqueo a la igualdad y libertad que se les ofrecía.
Dentro de lo que sucedió en los escasos días que siguieron a la catástrofe de La Puerta del 15 de junio de 1814, y la emigración de los caraqueños a Oriente, iniciada el 7 de julio, la Asamblea Popular de junio y el Cabildo Abierto de julio, son dos singulares episodios que evidencian la paradoja de la enorme fuerza de la irracionalidad.
Una lección que debe sacarse de estos episodios es que, en momentos críticos, los energúmenos extremistas son los peores enemigos de la causa que dicen defender.
Otra, lección es que las deliberaciones complicadas* tienden a extraviar la percepción de la realidad, despiertan y le dan tribuna a las ambiciones bastardas, hacen perder de vista lo fundamental, en obsequio de la miopía de lo accidental, y le abren la puerta a oportunistas, logreros y buscones que con su gritería exacerban la irracionalidad colectiva.
*deliberaciones complicadas ¿o democráticas?
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Jorge Olavarría
LAS ANOMIAS VENEZOLANAS
11 de Marzo de 2003
¡Cómo pasa el tiempo! Para noviembre de 1908 cuando Cipriano Castro se disponía a embarcarse para irse a Berlín, para que le sanaran el riñón enfermo que en Venezuela nadie se atrevía a tratar, ya habían transcurrido nueve años y medio desde aquel 23 de mayo de 1899, cuando al frente de 60 hombres había atravesado la frontera del río Táchira, para lanzar en Capacho la proclama de la Revolución Liberal Restauradora.
Era la tercera revolución que en menos de un año se hacía en contra del gobierno de Ignacio Andrade.
Cinco meses después Castro, que no había logrado ni siquiera derrocar al gobierno regional del Táchira, llegó a Tocuyito en las afueras de Valencia. Se había batido con coraje y había triunfado en todos los combates… aunque había la sospecha de que sus victorias habían sido derrotas deliberadas de sus contrincantes. Lo cierto era que cuando Castro llegó a Tocuyito, lo único que había conquistado era la tierra que pisaban las alpargatas del desarrapado millar y medio de tachirenses que lo seguían, y las armas que le habían quitado al enemigo.
Andrade envió a Tocuyito una fuerza que triplicaba la de Castro al mando de los generales Ferrer y Fernández. Estos se detestaban, no se entendían, no se acordaron en nada y maniobraron en tal forma de aniquilarse el uno con el otro. La catástrofe de Tocuyito no fue una victoria para Castro, que quedó tan maltrecho que no podía ni pensar en moverse.
Pero eso desencadenó maniobras, duplicidades, cobardías y traiciones que llevaron el derrumbamiento del gobierno de Ignacio Andrade. Y los que fueron encomendados con la misión de atacar a Castro lo colocaron en la presidencia, pensando que era un fenómeno pasajero. Cuando quisieron sacarlo, no pudieron.
Castro había sacado de la cárcel y había nombrado ministro al Mocho Hernández. A los dos días se alzó. Así se inició en 1899 el gobierno de la restauración liberal. Para 1908, de los nueve años que llevaba gobernando, cinco habían sido una sucesión constante de sangrientas revoluciones, guerras, y gravísimos conflictos internacionales; y cuatro años de incesante agitación y tensión interna y externa.
Cuando Castro partió, Venezuela tenía rotas las relaciones diplomáticas con Colombia, Francia, Holanda y Estados Unidos. Una escuadra holandesa estaba concentrada en Curazao y se disponía a bloquear Puerto Cabello y La Guaira con el apoyo de Washington. En Trinidad, el general Nocivas Rolando, se preparaba para reiniciar la revolución que había perdido en 1903.
Estas eran las circunstancias bajo las cuales, el 24 de noviembre de 1908 el vicepresidente Juan Vicente Gómez se encargó de la Presidencia. Nadie pensaba que Gómez mandaría en Venezuela en los siguientes 27 años. Lo que todos querían era que Gómez acabara con la pesadilla del gobierno de Cipriano Castro.
LA ANOMIA SEGÚN DURKHEIM
En 1897, el sociólogo francés Emile Durkheim introdujo a las ciencias sociales el término anomia, para describir situaciones en las cuales una profunda fractura de las reglas que cohesionan a las sociedades humanas, producen crisis que llevan al desánimo y la pérdida del sentido de identidad, individual y colectiva. Durkheim estudió la anomia en su libro El Suicidio: un estudio sociológico como un fenómeno social proclive a generar conductas patológicas que llevan a diferentes formas de suicidio colectivo.
Se suele pensar que los suicidios colectivos son fenómenos grotescos y raros, propios de cultos religiosos como el de Jim Jones en Guyana y David Koresh en Texas. No es así. Los suicidios colectivos son fenómenos históricos tan antiguos como recurrentes.
Las guerras son –en su mayoría– la forma más frecuente de suicidio colectivo. Las huelgas generales e indefinidas pueden llegar a serlo. Si se las examina bien, las razones que en algunos casos se dan para matar y morir en una guerra, son tan absurdas e irracionales como las de los fanáticos religiosos para inmolarse. Todos los suicidios colectivos están dirigidos por personas fanatizadas por creencias dogmáticas.
Entre 1914 y 1945 la paranoia destructiva de guerras suicidas tomó proporciones de pandemia mundial. Entre 1914 y 1917 las antiguas dinastías gobernantes de Rusia, Alemania y Turquía se suicidaron.
El caso más dramático de anomia que llevó a un suicidio colectivo, fue el de Alemania.
La incapacidad de su liderazgo para entender y aceptar la causa y el resultado de la primera guerra, hizo que en 1933 los alemanes llevaran al poder a Adolfo Hitler que desató la Segunda Guerra que desembocó en el más espantoso suicidio colectivo de los tiempos modernos.
Los casos de patología social generadores de anomia con tendencia al suicidio colectivo, no se reconocen como tales sino cuando la avalancha desencadenada se hace indetenible hasta para quienes la desataron. Esto sucedió con el paro cívico de Venezuela en diciembre de 2002. La razón de esta ceguera colectiva es que la irracionalidad, propia del estado de ánimo colectivo de la anomia, opera como el macabro carrusel que gira en círculos viciosos, donde la causa y el efecto se potencian el uno al otro.
La anomia tiende a consagrar liderazgos mesiánicos que conducen al suicidio colectivo. Visto en retrospectiva, en todos los casos, al inicio del camino que llevó al suicidio colectivo, abundaron voces que advirtieron los peligros de empezar algo que no se podía detener. Una de las características de la anomia suicida es que las voces de minorías estridentes de extremistas fanáticos privan sobre las voces de la sensatez, que casi siempre son mayoría. Pero sucede que en los climas de anomia, la emoción le gana a la razón. El temor a verse acusados de cobardes o de traidores, por una masa a la cual se la condiciona con gritos repetitivos, apaga, inhibe o descalifica toda advertencia. Así es como las sociedades a veces ruedan hacia su autodestrucción en un frenesí demencial.
LAS ANOMIAS VENEZOLANAS
En la historia republicana de Venezuela a partir de 1830, hay tres momentos en los cuales se crearon estados de anomia. El primero se hizo evidente en 1869, 10 años después de haberse iniciado la Guerra Federal. La crisis del sistema creado por la Constitución de 1830 tuvo como síntoma de suprema insensatez, la conmemoración del asalto al Congreso de 1848 como una fecha patria. El derrocamiento de José Tadeo Monagas en marzo de 1858 abrió una esperanza para corregir ese rumbo, el cual se materializó en la Convención de Valencia, que aprobó lo que en su letra fue la mejor Constitución del siglo pasado. Sin embargo, a los pocos días de aprobada, pasó a ser letra muerta por el inicio de la guerra larga. Hacia 1864, la anomia del venezolano llegó a ser de tal intensidad, que llevó a un alma tan noble y justa como la de Fermín Toro, a dirigirle una carta a la reina Victoria de Inglaterra rogándole colonizar para educar a un país incapaz de gobernarse a sí mismo.
Ese ciclo de locura, pillaje y destrucción llegó al delirio con el regreso al poder del viejo José Tadeo Monagas en 1868, sucedido a su muerte por su hijo José Ruperto. Un indicio del estado al que se había llegado fue que como las aduanas estaban en poder de los Estados “soberanos”, el gobierno no percibía ingresos. Cuando Monagas decretó la autoridad del gobierno federal sobre las aduanas, Venancio Pulgar, declaró al Zulia Estado soberano e independiente. Monagas derrotó y encerró a Pulgar en el castillo de Puerto Cabello. Pero el costo de la campaña agotó al Tesoro y el gobierno cayó en la indigencia total, lo cual produjo rebeliones en Aragua, Guárico, Carabobo y Oriente.
Los gastos para enfrentar esas revoluciones llevaron a más impuestos, empréstitos forzosos, confiscaciones y reclutas que a su vez estimulaban más rebeliones. Venezuela fue rescatada de ese estado de anomia por Antonio Guzmán Blanco, quien a partir de 1870 creó las estructuras de gobierno de una República ordenada.
El segundo caso de anomia empezó con la crisis del sistema creado por Guzmán Blanco, que empezó a desmoronarse con las presidencias de Rojas y Andueza y la revolución “legalista” de Crespo en 1892. Esta se deslegitimó con la trampa de las elecciones de 1897 que le negaron al Mocho Hernández su derecho a la victoria y que hicieron a Ignacio Andrade presidente títere de Joaquín Crespo. El Mocho se alzó, provocó la muerte de Crespo en abril de 1898 y eso creó un vacío que desencadenó las revoluciones de Ramón Guerra y Cipriano Castro.
Castro incrementó el estado de anomia que llegó a su cenit cuando en octubre de 1908 todos los municipios se manifestaron a favor de una reforma constitucional que lo haría presidente vitalicio. Eso se interrumpió cuando Castro cayó en una seria crisis de salud. Los venezolanos podían hacer a Castro presidente vitalicio, pero no podían hacerlo inmortal.
El diagnóstico era indudable. Para corregir el mal, la cirugía era imprescindible. Era eso o la muerte. Decidido el viaje, doña Zoila influyó para que Juan Vicente Gómez quedara encargado de la Presidencia.
Castro partió el 24 de noviembre. En la madrugada del 19 de diciembre de 1908 Gómez tomó el control de los cuarteles de Caracas y arrestó al gobernador Pedro María Cárdenas. No se disparó un tiro y los castristas presos no pasaron de 20. Cuando se supo lo que había sucedido, una gran multitud, que ovacionaba a Gómez y daba mueras a Castro se formó en la plaza Bolívar. Alguien le pidió a Gómez hablar desde el balcón. Este respondió “No señor, nada de discursos porque eso no trae nada bueno”. Saludó con la mano y se retiró. Un nuevo estilo de gobierno había empezado. De la locuacidad de Castro se pasó al mutismo de Gómez.
Unos propusieron que se convocara elecciones para una Asamblea Constituyente, y se declarara la Dictadura “provisional”. Gómez lo rechazó. Según la Constitución era el legítimo vicepresidente encargado de la Presidencia. Nadie reaccionó a favor de Castro. El hombre que hacía seis meses, estaba a punto de ser consagrado por “aclamación” presidente vitalicio, pasó con inusitada facilidad a ser blanco del oprobio general. En el Congreso no se levantó, ni se levantará, una sola voz para defenderlo.
Y en la Corte, se le abrieron juicios por instigación a delinquir y el asesinato de Antonio Paredes.
La tercera anomia de nuestra historia estalló en 1999. No sabemos cómo terminará. Lo que sí sabemos es que a la primera la corrigió un Antonio Guzmán Blanco y la segunda la corrigió un Juan Vicente Gómez.
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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
“HISTORIA VIVA 2002-2003: La rebelión civil, el referéndun revocatorio”
Jorge Olavarría
Caracas, Alfadil Ediciones, Primera Edición, 2003.
Diario EL NACIONAL
Año 2003.
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