En medio del desierto de la crisis venezolana, todavía se aprecian una serie de oasis de éxito y optimismo que muestran la creatividad y el emprendimiento de muchos en el sector privado, que vale la pena destacar.
Hurgando para conocer las avanzadas sociales, observo múltiples proyectos de diversas índoles. Desde lo educativo, cultural, costumbrista, económico, comunitario, hasta el entretenimiento y rescate de nuestras costumbres y folclor… el gremio trabaja con denodado ejemplo junto a sus empleados y colaboradores. Ello lo observamos en cualquier lugar de la geografía sin distingo regional.
Estas iniciativas de la empresa privada pueden ser, como lo recalcó el padre jesuita Luis Ugalde recientemente, las claves para el futuro del país.
Tales iniciaciones son variadas y tienen en común que están provocando un impacto social inestimable, con redes sociales y de apoyo a los necesitados que están marcando la diferencia.
En un sector popular del estado Aragua, por ejemplo, los propietarios de la hacienda Santa Teresa, famosa por sus rones, organizan torneos deportivos de rugby, en equipos formados con presidiarios.
Posiblemente este deporte no se practica en ninguna otra parte de Venezuela, pero ha servido para enseñarle a los presos valores de disciplina y esfuerzo que nunca aprenderán dentro del corrompido mundo carcelario venezolano.
La historia comenzó en 2003, cuando tras un intento de robo a la Hacienda, dos de los asaltantes que pertenecían a una temida banda local, terminaron como empleados buscando una vida mejor.
El siguiente paso de Alberto Vollmer, propietario del fundo, fue organizar la práctica del deporte que conoció en Francia en la década de los 80. “Haber asaltado Santa Teresa fue lo mejor que me pudo haber pasado”, le dijo a la BBC José Gregorio Rodríguez, alias “El Gordo”, un ex delincuente que ahora juega rugby gracias a la iniciativa de Vollmer.
En otra comunidad del estado Lara, en el occidente venezolano, otra empresa promueve el antiguo arte de la arcilla.
La Fundación Polar, la misma que recibe ataques de la dictadura madurista, apoya el trabajo de numerosos productores alfareros en comunidades pobres de Carora. El proyecto impulsado por Lorenzo Mendoza busca potenciar las capacidades empresariales de los artesanos en un mercado competitivo.
Las actividades de los alfareros son apoyadas también por otras empresas como la Smurfit Kappa Cartón de Venezuela, subsidiaria de la multinacional irlandesa.
También en zonas populares del país, otra empresa ha dedicado sus mejores esfuerzos a mantener vivas las tradiciones populares.
La fundación privada Bigott promueve iniciativas para mantener vivas costumbres y celebraciones populares que se practican desde tiempos inmemoriales, como la Parranda de San Pedro de Guatire. La organización ofrece cursos que abarcan desde bailes tradicionales hasta fabricación de artesanías.
En el área infantil, por ejemplo, un número importante de iniciativas están ayudando a los niños de la calle.
En Caraballeda, una localidad en la costa central de Venezuela, funciona la Fundación Casa Hogar Al Fin, un albergue privado que ofrece un hogar con atenciones especializadas y formación integral a decenas de niños huérfanos o abandonados.
El ingenio fundado por el empresario Mauro Libi en el 2000 ha incorporado a más de un centenar de niños a una vida productiva como trabajadores y profesionales.
Estos niños de la calle han logrado formarse como oficiales, administradores o destacados estudiantes en carreras tecnológicas en la Universidad Simón Bolívar y muchos de ellos ya se han incorporado como empleados productivos.
Actividades similares están avanzando contra viento y marea, a pesar de la crisis. Este es el caso de Fe y Alegría, numerosas asociaciones para proteger a los adolescentes en riesgo, grupos de ayuda a los adictos a las drogas y otros sectores que requieren de apoyo urgente.
Al igual que otras instituciones, Venezuela cuenta con ese motor, que por siglos ha creado empleos permanentes, como única fuente constante de riqueza y progreso social.