“El problema no se reduce a un modelo económico, político o ideológico. En Venezuela el problema es actitudinal, es conductual y a fin de cuentas, profundamente moral.”
Después de muchos años sin visitar Margarita, lo hice por fortuna de un reencuentro familiar. Trato que la nostalgia de revivir la isla (después de disfrutarla de niño, de adolescente y en mis inicios profesionales), no incida -ni exagerada ni tímidamente- en mis percepciones. Desde la 4 de Mayo a Playa El Ángel, desde la Av. Bolívar a Parguito, o desde el Yaque a Chana, Porlamar o Guacuco, existe una intensa convivencia entre la abundancia tropical de la isla y sus desarrollos urbanos, comerciales y hoteleros, que enrostran la descomposición y un pasado que se resiste a morir. No puedo hablar bien del deterioro de los ornamentos, de la vialidad o de la decadencia de zonas residenciales o rurales. Pero sería inmerecido hablar mal de la recuperación de Playa El Agua, de la construcción de nuevos centros comerciales, de la energía bucólica entre contrastes de valles, planicies, ensenadas y extensas costas, que aun visten en sus faldas atrevidas estructuras. Inevitablemente todo comporta una gran contradicción, reflejo de esa controversia continua entre rojos y azules, entre lo social y el mercado, entre lo espiritual o lo mundano; lo honesto y lo criminal, lo productivo o lo holgazán. Un contraste que se aprecia en cada rincón y ya irrita y fastidia. Y en este devenir angustioso entre lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo noble o lo violento, se debate un país que no me canso repetir, no es desmantelable.Creo que es momento de disipar varios mitos. No hay que tocar fondo, ni sucumbir, para concluir que será en el lodo o en la nada, donde todo tendrá su final. No es un tema de estar al filo del precipicio, para decir ya no más. No es asunto de escasez o de abundancia. De inflación o pretendida prosperidad. En tiempos de esplendor nos hicimos más pobres. En tiempos de prosperidad vaciamos nuestras arcas. En tiempos de estabilidad monetaria hemos lo derrochamos todo irresponsablemente. Entonces el problema no se reduce a un modelo económico, ni político ni ideológico. En Venezuela el problema es actitudinal, es conductual y a fin de cuentas, profundamente moral. Todo lo que hoy sobrevive en términos urbanos, naturales o éticos, es porque existe un último propósito de mantener en pie, lo que queremos continúe en sitio. Y esto es válido tanto para las Torres de El Silencio, la Cota Mil, la iglesia de la Virgen del Valle, nuestros ímpetus, nuestras ganas o el árbol que alguna vez, sembramos en casa y que aún nos da sombra. La dinámica-país sigue su curso desde el Terminal de La Bandera hasta cada aeropuerto, por carretera o por las nubes, colmado de voluntades, que aun inmersos en una inmensa distorsión cambiaria e inflacionaria, no renuncian volver a los pueblos donde nacieron y disfrutar de un trozo de montaña y de carne en vara o un rayo de sol y una “empaná” de cazón, con sus paisanos.
En cuanto al difícil y a veces muy lírico desafío de rescatar la democracia, creo que es una misión muy rimbombante y pesada, de cara a lo realmente terrenal. Lo que tenemos que salvar los venezolanos -á la par de nuestras libertades ciudadanas- es nuestra firme decisión de volver a ser felices. Y para ser feliz no hace falta votar, protestar, criticar un modelo político o radicar un amparo constitucional. Para ser felices tenemos que comenzar por valorarnos más como nación. Anhelar lo mejor del pasado para reconocer lo que fuimos capaces de hacer, y hacerlo hoy. Querernos más como sociedad a partir de la reedificación de una misma identidad unificadora, cuya semilla no es otra, que las madres que parieron una misma historia y unos mismos héroes. Porque lo que somos, es producto de un mestizaje extraordinario, que nos sigue haciendo un pueblo noble, humilde e irrenunciablemente batallador. Fuerza generadora de una reserva progresista excepcional, que no la desmantelan las ideas trasnochadas de Marx o Mao Tse Tung… Por cierto, el valor de la pluralidad, es otra virtud a retomar. La gente se cansó de debatir y de ver llover. De la retórica y la propaganda. La gente quiere dar, trabajar y que el Estado, no se meta más…
Es cierto que en estos últimos tiempos, producto de muchas desviaciones institucionales, sicopáticas, grupales y humanas, hemos sido cercados por la anarquía y la ley del mínimo esfuerzo. Pero así como en nuestra geografía aún vibran mares, valles y estructuras incólumes, que encierran una urbe tanto fatigada como indetenible, también sigue de pie-decíamos-un ser consciente, potente y ansioso de redimir un país, después de tres décadas de oscurantismo. Venezuela no está en escombros. Está golpeada pero latente y a punto de despertar. Y más libra el ánimo de resurgir que la anarquía y la galbana. Cuando despertemos el rebote será brutal… Vivámoslo.
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