El mal gobierno que azota a Venezuela desde 1999 es el responsable por las variaciones sociales que afectan a los venezolanos y tienen que ser el punto de ignición política para que, los venezolanos convencidos de la decencia política, procuremos agrupar energía y genio político para procurar el cambio que requiere la República. El mal gobierno de lo que se llamó revolución, proceso y socialismo del siglo XXI, que ahora incorpora de manera inmoral la unión cívico militar, constituye una vergüenza para la historia y un profundo lastre para la sociedad venezolana.
El mal gobierno habla del chavismo y postchavismo fracasado. Fracasado porque es inaparente, incapaz y doloso cuando intenta ejercer un poder que no entiende como probabilidad y lo asume por la vía de la fuerza y la cooptación, es la forma primitiva de gobierno del siglo XIX y los albores del siglo XX en los cuales quienes gobernaron normalmente bajo el concepto de caudillismo emplearon la cooptación y los artificios viles hasta la fuerza, las bocas de fuego, el maltrato en aras de mantener y consolidar el poder. Esos malos gobiernos en el siglo XXI constituyen una vergüenza y, por lo tanto, un derecho legitimo del venezolano a cambiarlo, desplazarlo y erradicarlo.
El régimen de Nicolás Maduro como mal gobierno en cuenta del desmoronamiento de la Revolución y del desmembramiento del Gran Polo Patriótico se ha inventado una dantesca guerra psicológica que empleando la anticipación negativa ha venido calando, erosionando y horadando la voluntad de participación contendiente del venezolano en la creencia de que en Venezuela no es posible –porque todo anda mal- producir el cambio político del mal gobierno y, con ello, la reconstrucción de la democracia.
La instrumentación de la guerra psicológica agrupa la criminalidad exponencial, la hiperinflación y la existencia de una supuesta guerra económica con el objeto de configurar un enemigo del ciudadano venezolano. Concepción primitiva, militarista y tétrica acerca del futuro del país. Esa imposición por la vía de la persecución, del amedrentamiento y de la criminalidad facilita operaciones del elemento militar como policía, que además lo cubren con famosas Operaciones de Liberación del Pueblo. Toda una enorme confusión.
Toda esa confusión es la estrategia desarrollada por un mal gobierno que se sabe minoría y que al sentirse acorralado, de manera inescrupulosa, se olvida del venezolano, de la familia, de las instituciones y de la ética de compromiso que debe expresar y mostrar quienes gobiernan ante sus ciudadanos. Este mal gobierno, y todos los que hoy participan de él, son los grandes responsables ante la gran mayoría de hombres y mujeres demócratas del retraimiento que ha venido ocurriendo en el país y que requiere de una respuesta por parte del liderazgo político emergente, de los líderes empresariales, de los centros de cultura y conocimiento y de la Iglesia Católica.
El mal gobierno y su fracaso, atado a la vulgar unión cívico-militar, demanda y requiere de los venezolanos de bien una respuesta: la decisión de generar un cambio político en Venezuela que registre que el poder comitente o poder natural de los venezolanos aspira ser gobernados por la vía de la democracia. La democracia entendida como aquella ecuación política en la cual el individuo, amparada por la Constitución, está por encima del Estado y de la Comunidad. Es decir, aquél modelo político en el cual el ciudadano es el centro, pero no es el centro sobre el cual se ejerce el poder, sino que permite al ciudadano ser contralor, juez y obstructor de quienes ejercen el poder.
Frente al mal gobierno acorralado los venezolanos amantes de la democracia tenemos que convertirnos en una fuerza política que aproveche la situación suprapartido y se oriente como un todo cívico, empleando lo establecido en la Constitución, para lograr -como vector con motivo, dirección y sentido único- el cambio. La discusión ahora no puede girar sobre las facciones y mucho menos sobre la relación amigo-enemigo, la acción política tiene que emanar de una decisión colectiva, política, con sentido de prospectiva y decisión virtuosa para conseguir el poder político.
El poder político que surja de esta realidad deberá proyectarse como una oportunidad política histórica en la cual la norma constitucional, el gentilicio del venezolano y las posibilidades que existen en la geografía humana y terrestre del país se conviertan en concreciones. Esas concreciones serán sólidas, mancomunadas, participativas, pero sobretodo, inteligentes. Concreciones inteligente para proponer lo que requiere la República frente al fracaso de 16 años del régimen. A partir de allí, quienes creemos en la democracia, estamos obligados a la reconstrucción de un país que entienda y practique lo que significa vivir en el siglo XXI y no como ha querido el régimen regresarnos al siglo XIX.
Dr. José Machillanda
Director CEPPRO
@JMachillandaP