Sin embargo, al margen de lo señalado, la Venezuela de este tiempo, como suele acontecer en los periodos de anarquía y caos, se acerca a un momento en el cual la situación no será conveniente para nadie. Los dólares se acabaran, la presión de la deuda nos llegará, no habrá productos que bachaquear, ni combustible que vender al otro lado de la frontera. Cuando ese momento llegue, el país sin duda cambiará, no nos quedará otro camino que el trabajo, en todos los sentidos de la palabra: trabajar y pasar trabajo, que parece que es la única manera que tienen las naciones de progresar y entender. Pasaremos trabajo porque las medidas que se tendrán que tomar serán necesariamente muy duras, como consecuencia de tantos años de desidia, pero aprenderemos la lección de los antiguos griegos: solo se progresa de verdad cuando la polis es floreciente.
Entonces, como diría Lenin, “¿qué hacer?” frente a lo que viene. Lo primero meter la cabeza entre las piernas y colocarse en posición de impacto para capear el temporal de calamidades que se avecinan. Es esencial tratar de sobrevivir, al hampa, a la cárcel, a la escasez a las inhabilitaciones y al sinnúmero de dificultades que ya los expertos vislumbran. Frente a esto, los venezolanos de bien, es decir, la mayoría, solo tienen las dos opciones que son las que en la práctica han venido tomando en los últimos tiempos: emigrar o tratar de resistir desde la certeza de que es inevitable que esto cambie cuando las contradicciones sean insalvables. El país está lleno de gente que resiste: empresarios que producen a pérdida para no cerrar sus industrias, agricultores que insisten en sembrar arroz en Portuguesa, profesores universitarios que continúan dando clases con un sueldo de menos de 50 dólares, periodistas que dan la cara por la libertad de expresión, médicos que salvan vidas con las uñas, estudiantes que se forman en la excelencia y una infinidad de etcéteras tan diversos como la complejidad del país. Irse también es una manera de resistir, sobrevivir y preparase es también hacer patria. Vivir fuera, en la hostilidad del mundo desarrollado, en esa selva que es para uno el imperio de la ley, no es nada sencillo.
La resistencia tiene que ser activa, cada uno de nosotros tiene que contribuir con su talento, inteligencia e integridad a que una Venezuela como la que imaginamos y soñamos se haga realidad algún día. Este tiempo nos convoca de manera personal, nuestra responsabilidad es impostergable, individual e intransferible, como el voto. Con lo único con lo que contamos para edificar el país que merecemos es nuestra materia gris, por eso aún hay esperanza, porque la inteligencia abunda en Venezuela, aunque esté en este tiempo acorralada, agazapada, subestimada. Con esa inteligencia debemos afrontar lo que nos viene cuando la factura de la historia nos alcance, porque como dirá Luis Vicente León en su artículo del próximo domingo, es preciso “entender que no habrá salida fácil y que independientemente de quien sea el culpable, todos sin excepción vamos a pagar por él”