Luis Izquiel: Acostumbrándonos a la violencia

Luis Izquiel: Acostumbrándonos a la violencia

thumbnailluisizquielTodos los días ocurren gravísimos casos de violencia criminal en el país y la sociedad no reacciona. Pareciera que la gran mayoría de los ciudadanos ya se ha acostumbrado a las horribles noticias que genera la inseguridad. Ya casi nadie se sorprende de los homicidios y otros crímenes atroces que con alta frecuencia se suscitan. Esto no quiere decir que la gente no esté preocupada por la delincuencia (las encuestas la colocan hoy como el segundo problema), sino quizás que, después de 16 años de incremento delictivo, la población ya desarrolló una gruesa coraza ante los eventos criminales.

Veamos algunos ejemplos. El mes pasado la cabeza de un hombre fue hallada al lado del busto de Francisco de Miranda en una plaza con el mismo nombre del prócer en la población de Pariaguán. En julio también fue localizado en una carretera de Ciudad Bolívar el cuerpo sin vida del Fray Alexander Pinto. Ni los sacerdotes se salvan de la violencia criminal generalizada. Igualmente, el pasado domingo, en la urbanización El Rosal, del municipio Chacao de Caracas, fue encontrado dentro de una nevera abandonada en plena vía pública el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición. El caso pasó como una más de las 35 muertes violentas ocurridas en la capital ese fin de semana. Si nos referimos a los asesinatos de policías, ya suman 82 en lo que va de año, solo en la gran Caracas. Cualquiera de estos casos, que apenas constituyen una ínfima muestra de lo que ocurre a diario en Venezuela en materia de criminalidad, hubiera causado una gran conmoción y debate público  en países como Chile o Uruguay, por tan solo citar dos ejemplos. Aquí, por el contrario, se pierden entre las terribles novedades cotidianas de la inseguridad.

Los linchamientos tampoco parecieran alarmar a nuestra sociedad. Hace pocos días varios vecinos de Caricuao descubrieron a un joven delincuente de 20 años intentando ejecutar un robo y procedieron a darle muerte. Asimismo, el pasado domingo en Petare un hombre que aparentemente intentó violar a una joven del sector fue linchado por un grupo de personas que lo golpearon salvajemente. Su cadáver quedó en la vía pública. Este tipo de actos, propios del más absoluto primitivismo, evidencian, entre otros aspectos, la falta de credibilidad de amplios sectores de la población en las instituciones del sistema de justicia. Cualquier gobierno responsable se preocuparía por las frecuentes ocasiones en las cuales la gente decide tomar la justicia por sus propias manos. Aquí no pasa nada.





El país no puede acostumbrarse a los hechos de violencia criminal que a diario ocurren. Venezuela no siempre padeció de este nivel de criminalidad y tampoco está condenada a sufrirla perpetuamente. El sociólogo Roberto Briceño León narra en su libro, “Violencia e Institucionalidad”, las etapas delictivas por las que ha pasado nuestra nación. Al respecto señala que “durante los años 70 y 80 se cometían poco más de 1000 homicidios por año en Venezuela, por lo que la tasa permanecía cercana a los 8 homicidios por 100.000 habitantes”. Luego vino el llamado “Caracazo” en 1989, el cual significó un duro quiebre institucional y los asesinatos se elevaron ese año a un número cercano a los 2.500. Posteriormente se produjeron los dos golpes de Estado de 1992 y los homicidios aumentaron a más de 3.300. Entre 1994 y 1998, durante el gobierno de Rafael Caldera, hubo una estabilización de la criminalidad, la cual se rompió en el año 1999 con la llegada del oficialismo al poder. A partir de allí los asesinatos se multiplicaron hasta llegar a los 24.980, cifra con la que cerró el año 2014.

La sociedad no debe resignarse a la inseguridad desbordada que hoy sufre Venezuela. Hacerlo seria entregarle el país de por vida a los delincuentes.

Twitter: @luisizquiel