Sísifo es uno de los malditos más tristes de la mitología griega, porque su castigo primero que nada es aburrido; y no hay peor condena que el aburrimiento. Fue condenado este astuto bribón a subir una roca por la empinada pendiente, una y otra vez, porque la piedra, llegando a la cumbre, siempre se volvía a deslizar hasta la tierra.
Muchas especulaciones intentan develar el misterio que envuelve al castigo, pero lo cierto es que sucedió en el inframundo al que fue devuelto Sísifo por retar a los dioses, revelar sus secretos y ser un pillo que creía que se las sabía todas.
Venezuela atraviesa una época de oscurantismo, rica de paralelismos con este mito, y la comparación termina siendo perfecta si le atribuimos a Sísifo, como hacen muchos poemas; y no a Laertes, como intenta Homero, la paternidad de Odiseo, el héroe que tuvo que vencer los peores demonios antes de conquistar su libertad.
Aquí llevamos diecisiete años condenados a sufrir un régimen vil, porque la caja de Pandora se rompió, dejando escapar los peores demonios que han enfermado de males a Venezuela, hasta hacerla irreconocible.
Y de cientos de demonios que circulan por los aires criollos, quizás el más letal de todos sea el maldito Sísifo, porque su condena obliga a sufrir un tedio gris, cargado por hombros muy cansados, encerrando al país dentro de un laberinto tenebroso, donde los sucesos se repiten una y otra vez, como la roca que cae y hay que volverla a subir.
Ningún suceso es tan similar a este mito como el asunto electoral. En el entramado que he bautizado como el “teatro de ficción”, nos han condenado a presenciar durante casi dos décadas, en el único escenario, la obra que han titulado “democracia” y que tiene a unos actores con ínfulas de inmortales narrando el mismo cuento, porque jamás osarían desafiar a un guión que ya parece un pergamino de lo amarillo y rugoso.
Si ayer Caldera y Alfaro fueron Saturno devorándose a sus hijos, ciegos ratones que abortaron la renovación de la política, decretando la muerte del país; hoy tenemos a sus clones, tercos como mulas, negándose a reconocer que la obra llegó a su fin, exigiéndole a su público fidelidad esquizoide, evidenciando que su prioridad es la permanencia de lo estático, así la gente muera de lo que sea, hasta de aburrimiento.
Se leen los titulares y bastaría una exploración por Google para toparnos con los sospechosos habituales, emitiendo las mismas declaraciones en cualquiera de los años que han habido elecciones – casi todos por lo demás- ; el tufito triunfalista, las estadísticas copiadas al carbón, tácticas y estrategias que suben y bajan la colina del inframundo venezolano, repitiéndose circularmente; cilindros coloridos que dan vueltas incesantes alrededor de las órbitas mentales de quienes perdieron la razón.
Los actores de esta comidilla hueca no tienen prurito en su cinismo, serían cantinfléricos a no ser porque esa evocación provocaría sonrisas, y estos sujetos lo que dan es ganas de llorar.
No se cansan de recitar las mismas líneas, es como si Venezuela fuera su espejo y pudiera soportar ese reflejo emperifollado, haciendo muecas y gárgaras histriónicas, sin reparar en nada que no sea el sonido pastoso de sus mentiras trilladas.
Ahora vienen con que al fin somos mayoría, cuando en 2002 eso se demostró con sangre y desde 2004 matemáticamente. Reparten empaquetadas consignas, pedacitos de sus espejos rotos; creen que los habitantes de estas tierras nos quedamos como indios ignorantes y damos riquezas a cambio de ilusiones, siendo ese tesoro la autoestima y el respeto por uno mismo, que se amasa como la harina, moliéndola en los molinos del engaño.
El repertorio ya no da para más, pero aún así intentan convertirlo en algo novedoso. Le quitan un punto aquí, una coma allá, le echan condimento a una sopa evaporada, ansiando que su sabor sea el de la mermelada. Pero tanto esfuerzo es inútil si las costuras están rasgadas y la piel ampollada.
Falta muy poco para ese seis; se acortan los meses para la noche de la alfombra roja, donde desfilarán actores y actrices que tienen diecisiete años prometiendo un final que nunca llega, porque el que está escrito en el guión es otro, y ese ya se conoce, como la roca de Sísifo.
En un esfuerzo desesperado por resucitarlo, intentan maniobras que abofeteen al público; limpian los polvos al fastidio, pero éste se volvió el rostro permanente de unos espectadores ávidos de otra historia. Entonces ocurren inhabilitaciones, sueltan a Baduel, inflan los rumores, se dispara el dólar, los chismes vuelan, y claro, no podían faltar, surgen los comunicados.
Los actores de reparto repiten sus historias viejas, y los estelares vociferan cuentos que creen nuevos, pero no lo son. Unos escriben a los militares y otros a los civiles; son cursis y otros parcos, unos alguna vez recogieron firmas que entregaron al enemigo y fue materia prima de sus listas negras; y otros ahora las recogen, prometiendo darle brillo al escenario que luce muerto.
Los primeros piden a los militares ser institucionales en el reconocimiento de unos resultados cantados; los segundos animan a los firmantes, cegándoles con espejitos luminosos, abusando de la esperanza de una humanidad que está muerta de hambre o de tedio. “Show must go on”; y el coro de lo mediático y popular nunca ha sido exigente con la coherencia.
A los militares le exigen respetar una mentira, porque ¿qué otra cosa es una democracia en narco tiranía? Y a los civiles se les pide firmar un petitorio fantástico, que no es superado siquiera por la carta más ambiciosa escrita jamás por un niño a San Nicolás.
Y mientras tanto los demonios vuelan y la esperanza real sigue atrapada en la caja de Pandora. El régimen avanza en su plan de arrase total y el reinado vitalicio del mal se está coronando exitosamente.
¿Dónde está Teseo? ¿Concluirá esta maldita condena de Sísifo?
Decía antes que Odiseo tenía que ser el hijo del condenado. Si es así, ya empezamos nuestra muy autóctona odisea; y veo que Ulises y Teseo son uno solo, y tienen un nombre local que es un verso: El renacimiento.
Venezuela fue arrasada y el teatro de ficción se colocó allí para disimular el cementerio. Los actores de esta obra “sísifica” se niegan a callar, o salir del escenario, al fin y al cabo es una maldición.
El tedio llegó a su clímax y el apocalipsis nacional, como el de Coppola, igual tiene a sus coroneles Kurtz exclamando “horror… horror”…
Pero afirmé que el renacimiento posee una unidad en sus Odiseos y Teseos; eso es una buena noticia.
Nuestra odisea está en pleno desarrollo; son bastantes y peligrosos los demonios que hemos de vencer antes de cantar victoria. El reto más grande es derribar el teatro de ficción y marcar un camino real, pisando la tierra llena de lápidas, reconociendo que la democracia hoy es un cuento y nuestro deber es conquistarla no legitimando a los espectros. Y para hacerlo es vital que se silencien las mentiras, arrancando las caretas a esos actorcillos disfrazados, que insisten en sus engaños para legitimar lo que no existe.
Poco a poco se escucha más y más la voz de los Teseos, Ulises u Odiseo; que guiarán al país por nuevos senderos que nos alejen de la montaña de Sísifo, donde solo la roca tiene fuerza.
Démosle eco a estas voces; sus rostros son frescos, y no les cuelgan rabos de paja ni sus cuellos soportan cabezas de cristal. Por eso exijamos la restitución del orden constitucional y hagámoslo ya, sin miedos ni silencios.
Esta odisea puede ser una historia heroica con final feliz, y hay que escribirla con letras modernas y un idioma universal, hablando el lenguaje de los países donde la libertad se respeta y los sueños se hacen realidad.
Sigamos nuestra historia con coraje, y así el viaje nos conducirá a buen puerto.