A la mirada estrecha y adocenada, las rebeliones habidas en estos años han sido “aventuras” fallidas; sin tomar en cuenta –o desechando- que un cambio radical es posible cuando se pasa de un cierto orden a un desorden, de la armonía al caos. En el filo de ese tránsito los cambios radicales pueden –digo, pueden- tener lugar. Si no ocurren en ese momento, viene una nueva estabilidad aunque sea precaria.
El bachaqueo, ilustra este vaivén. El desastre económico condujo a la escasez; la escasez a crecientes niveles de desesperación por las colas y las migraciones de un sitio a otro para conseguir lo inexistente; ese caos podía conducir, como ocurrió varias veces, a disrupciones violentas. Poco a poco se le sobrepuso un orden: desde el gobierno se inventaron variedades de racionamiento; y desde la sociedad civil la imposición de una nueva profesión, la del bachaqueo: un orden nuevo sobrepuesto al desorden de la escasez.
Así ocurre con la inseguridad. La desprofesionalización de las policías y la creación de los grupos paramilitares, así como el enaltecimiento del malandraje como tributo a la pobreza que supuestamente lo producía, generó el caos. Luego, los colectivos, la policía y los guardias nacionales coludidos, instauraron un orden rojo en las calles que no combatía el crimen sino a la oposición. Se desataron los asesinatos al por mayor. El gobierno intenta controlar el caos que ha generado en 16 años, pero lo que emerge es un caos mayor en el cual muchos colectivos, malandros, pranes y policías no pertenecen a bandos opuestos sino que son parte de la misma úlcera que deshace el tejido social. Germina un orden instaurado por el crimen en barrios, prisiones y pueblos del país.
El Orden Malandro no está destinado a durar. Vendrá una nueva crisis. No es cierto que los ciudadanos no volverán a salir a la protesta; lo hacen a diario y en una de esas idas y venidas, se producirá el tsunami y la salida del régimen.