Dos reporteros de EL HERALDO ingresaron desde Paraguachón a Guarero por las rutas que usan contrabandistas e indocumentados.
Paraguachón. Dejar el miedo atrás y viajar por una trocha a Venezuela, como hacen muchas personas a diario a través de la frontera en Paraguachón, no fue difícil.
En medio de las noticias que llegaban desde Cúcuta por la expulsión de miles de colombianos de parte del gobierno de Nicolás Maduro, los enviados especiales de EL HERALDO a la otra frontera, esta en La Guajira, estuvimos pensando en la travesía toda la mañana y durante el almuerzo del viernes pasado: queríamos obtener testimonios de venezolanos que vivieran cerca de La Raya, para saber si estaba en marcha algún operativo de las autoridades del país vecino o si temían un eventual cierre de la frontera.
Nuestro objetivo principal era Guarero, población de Guajira que es uno de los 21 municipios del estado Zulia en Venezuela. Este es el primer pueblo después de pasar la frontera y tiene una población de 4.800 habitantes, aproximadamente.
A las 3:00 p.m. no indagamos mucho sobre el viaje. Simplemente le preguntamos a conductores de los llamados ‘carritos por puesto’ y todos nos respondían: “Los esperamos de aquel lado, después de que sellen el pasaporte”.
Nuestra indecisión también tenía que ver con el deseo de querer mostrar lo que pasa en las trochas por donde viajan desde pasajeros colombianos y venezolanos hasta camiones llenos con productos de contrabando, esos que escasean en el vecino país, pero que se venden en cualquier esquina en Maicao.
Viaje en moto
Fredy González, un wayuu venezolano, vestido de rojo, guaireñas y con una gorra que casi no le dejaba ver el rostro, fue quien acabó el temor que teníamos.
“Eso no es nada, vamos y los llevo a los dos en la moto por la trocha. Por ahí no pasa nada. Todo está normal”, aseguró.
Sus palabras nos dieron confianza por lo que le dijimos que buscara otra moto porque los tres –él, el reportero gráfico y esta periodista– no cabíamos en la suya. “Móntense que ahí entran, si yo llevo hasta tres y cuatro bultos de mercancías casi todos los días”, insistió González con la esperanza de ganarse él solo el viaje que cuesta 10 mil pesos de ida y 10 mil de regreso por pasajero.
Ante nuestra insistencia, con algo de molestia porque tenía que compartir la ganancia, buscó a otro motorizado de su confianza.
Frente a los puestos de Migración Colombia y la Dian salimos rumbo a Guarero. A las 3:20 p.m. nos internamos en las trochas que forman laberintos que solo los motorizados logran descifrar.
Los 12 peajes
A medida que avanzábamos volvió el temor. Y no era para menos: todo se veía solo, en los alrededores había un impenetrable monte seco, compuesto por cientos de árboles y bejucos que por la escasa lluvia perdieron su follaje; también había arena y más arena en los múltiples caminos y apenas escuchábamos el ruido de las dos motos.
A pesar de que González repetía “esto no es peligroso, por aquí viven los wayuu sin problemas”, la intranquilidad era creciente.
De un momento a otro, al doblar una curva, apareció atravesado en el polvoriento carreteable un joven wayuu. Sostenía una cabuya en su mano derecha. “¿Qué sucede?”, fue la pregunta obligada al motorizado que se detuvo. En wayuunaiki, el indígena le dijo a Fredy González que le pagara para poder pasar. Y este le respondió, en la misma lengua: “Cuando termine los viajes te pago”.
El camino entre Paraguachón y Guarero dura entre quince y veinte minutos, de los cuales nueve o diez los transitamos por trochas en las que contamos doce peajes humanos.
Cada uno de estos se encontraba cerca a pequeñas rancherías o ranchitos donde sus habitantes instalan las cuerdas para cobrar el paso de motos y camiones. Solo así puede uno transitar en esos territorios ancestrales.
La frase de pagar después la repitió González en cada peaje y en algunos de estos los indígenas mostraron molestia por su decisión unilateral y la de su compañero Gabriel.
Tranquilos, pero en alerta
Hasta ese momento por temor no nos atrevimos a sacar la cámara o el celular para tomar fotos o hacer videos para mostrar lo que veíamos; además los motorizados nos habían advertido que podíamos grabar o fotografías solo la trocha y no los peajes. “A ellos –nos dijeron– no les gustan estas cosas”.
Al seguir el camino, de lado y lado veíamos motos que llevaban o traían pasajeros. También camionetas, tipo 350, que venían hacia Maicao con mercancía de contrabando. Sus choferes se detenían a pagar en cada peaje.
Cuando llegamos a la carretera sentimos alivio, aunque también incertidumbre porque pensábamos que nos encontraríamos con muchos guardias o puestos de control, dado el nivel de hostilidad que Maduro había expresado en sus discursos de los últimos días.
No fue así. Nos sentíamos como en Colombia. Íbamos tranquilos y solo vimos a un guardia venezolano custodiando un puesto. El uniformado miraba de un lado a otro sin advertir, detalladamente, quiénes circulaban por la vía que lleva a Maracaibo.
Cuatro o cinco minutos después llegamos a Guarero, un pueblo tranquilo, sin mucho movimiento y con calles semidesoladas, a esa hora de la tarde, 3:40 p.m. (hora colombiana).
Muy despacio recorrimos sus calles y por azar llegamos a la casa de Tibisay González, una wayuu colombiana que lleva doce años en Venezuela, después de haber vivido 25 en Maicao.
Sentada en su hamaca, con su tradicional manta guajira, la artesana afirmó: “Aquí todo está normal. Transitan los vehículos, aunque han aumentado los controles contra el contrabando”.
Contó que tiene muchos vecinos colombianos que “están encerrados” por “algo de temor”. Sin embargo, expresó que la mayoría lleva muchos años allí, por lo que piensan que eso les da una especie de inmunidad ante una posible deportación. “Hay una vecina que no tiene documentos y está temerosa, pero aquí no creo que vengan a molestar”, expresó la indígena.
Con total convicción, Tibisay González dijo estar dolida con lo que está pasando en Cúcuta y manifestó “no estar de acuerdo” con el trato que están recibiendo los colombianos deportados. “Yo me siento a ver la televisión y lloro porque son compatriotas, aunque veo que allá los están ayudando”, señaló.
Como ella, un venezolano habitante de Guarero, que no quiso identificarse, afirmó que “Maduro se pasó. Chávez no era así, por eso estamos molestos con él”, y opinó que el mandatario venezolano “necesita de los colombianos porque ellos son los que más votan por él y trabajan”.
Airado, indicó que “los bachaqueros (quienes compran mercancía para vendarla en Maicao) son venezolanos. Los que se están llevando la comida y los artículos de aseo para Colombia son de aquí, así que no entiendo por qué (Maduro) trata así a nuestros hermanos colombianos”.
Contrabando sin control
Tras veinte minutos en Guarero, cuando iban siendo las 4 p.m. (hora colombiana), iniciamos el regreso. En la carretera encontramos más camiones llenos de gaseosas, cervezas, refrescos y otros artículos de contrabando que rumbo a Colombia.
En momentos en que íbamos detrás de uno de estos, el camión se detuvo de repente. Nos envolvió el miedo, pero el ayudante que iba encima de la mercancía dijo con acento venezolano: “Se nos apagó el motor, chico”.
Entonces, nuestro guía y conductor refrendó lo dicho por el habitante de Guarero, y dijo: “Es verdad, esos que llevan el contrabando a Colombia son venezolanos”.
Nuevamente pasamos por donde estaba el guardia bolivariano y también lo hicieron sin requisa alguna los camiones con la mercancía ilegal.
Lo que veíamos en la vía coincidía con lo que la noche anterior nos dijo un comerciante en Paraguachón, quien afirmó que “los camioneros salen en la tardecita de territorio venezolano, esperan la noche y entran por las trochas a Colombia”.
De regreso a los caminos de arena, los wayuu nos volvieron a cobrar, los motorizados repitieron la misma respuesta, los ‘peajes humanos’ nos dejaron pasar y llegamos a Paraguachón, hacia las 4:20 de la tarde, incrédulos de que hubiéramos logrado ir a Venezuela en tan poco tiempo y sin restricciones.
Salvo los casos de los compatriotas que en menor número han sido deportados desde Maracaibo y Caracas, tras ser detenidos en batidas callejeras por la Guardia Nacional, en la zona fronteriza guajira –ancestralmente compartida por Colombia y Venezuela– no hay problemas por el momento. No se sabe lo que traerá el mañana.