Cracovia recuerda a cada momento que en su día fue la capital de su país. La ciudad en sí es pequeña y manejable, pero repleta de trazos que componen su verdad pretérita: desde ella se vertebran las visitas a Auschwitz y a la fábrica de Schindler. Así es como ofrece una mirada de Polonia a través del mejor y el peor de sus pasados. Traveler.es
Uno de los básicos antes de adentrarse en el casco antiguo de la ciudad es el castillo de Wawel. Situado en la colina del mismo nombre, el complejo arquitectónico incluye una catedral, la de San Wenceslao, que es considerada una de las joyas arquitectónicas y religiosas del país. Su combinación de estilos -gótico, renacimiento- y el hecho de que se incrusten en ella distintas capillas genera en su fachada un efecto patchwork, colorista y heterogéneo. Es patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.
A solo unos metros, la cueva del dragón es una gruta donde al parecer vivía uno de estos animales mitológicos. Con razón algunas de las plazas de Wawel recuerdan a “Juego de Tronos”. Mientras el resto de la humanidad recuerda a Juan Pablo II como el Papa Pop, con su papa-móvil y sus tours mundiales, en Cracovia se trata a su figura como a la del santo que en realidad es. En los dominios del castillo, se encuentra una estatua dedicada a quien fue Obispo del lugar antes de erigirse como Papa. Otro de los grandes alicientes de la zona es la obra maestra de la pintura que reside en ella: La dama del armiño de Leonardo da Vinci.
Colindante con el castillo se encuentra, ahora sí, el casco histórico. Además de contar con atracciones religiosas (una veintena de iglesias se agolpan en un espacio muy reducido), la zona ofrece muchos otros atractivos. Cerca de la impresionare Iglesia de San Pablo y San Pedro y sus doce estatuas frontales, situada frente a la plaza María Magdalena, el Café Mini compite con la iglesia por atraer feligreses, en este caso del azúcar. Helados, gofres y rurka (dulces rellenos y con forma cilíndrica) de todos los tamaños posibles dispuestos a seducir al quien pasee por la calle Grodzka 45. Es como estar en la casa de Hansel y Gretel. En la misma calle se encuentra la tienda gourmet Krakowski Kredens, con delicias de la gastronomía polaca y los básicos internacionales. Saborear sus productos te transporta al pasado, cuando hacer un picnic en Planty Park un domingo por la tarde era tradición entre la gente de bien. El casco histórico está rodeado por este original parque, que apenas ocupa unos metros de largo, pero conforma un cinturón verde que rodea el epicentro de Cracovia.
Caminando todo recto se llega a la plaza del Mercado de Cracovia (Rynek G?ówny), lugar donde abandonarse al souvenir más obvio bajo los soportales centrales, hacer alguna fotografía de la Torre de Ayuntamiento y evitar los restaurantes turísticos. La limitada extensión del centro de Cracovia permite encontrar lugares más auténticos en donde comer a tan solo unos pasos de distancia. Por ejemplo, Czerwone Korale, de precios muy competitivos y estética deliberadamente kitsch, haciendo referencia al folclore polaco, en la calle Slawkowska. Una opción más actual se encierra entre las paredes de Kogel Mogel en la calle Sienna 12.
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