Estos personajes no saben nada de marxismo. En vez de reconocer las fuerzas de la historia, como corrientes de fondo que establecen las posibilidades y limitaciones de los dirigentes, más bien son presas de un voluntarismo petrolero, que, agotado, hace que la historia se niegue a obedecer sus caprichitos.
La acción de gobierno se reduce a manotazos a ver qué sale. Si un enfrentamiento con Guyana no resulta, pues se agarra Colombia. Si este se vuelve inmanejable siempre está a la mano EEUU para suplir la dosis necesaria de enemigos externos. Mientras todas las violaciones a los derechos humanos ocurren ante los ojos sorprendidos de la comunidad internacional, el país ha profundizado el proceso de disolución al que el régimen lo ha condenado.
La crisis humanitaria asoma su horrible rostro. Se ha comenzado a desencadenar en algunos sectores y áreas del país, debido a la carencia de producción nacional, al agotamiento de las reservas disponibles para importar, al destrozo de las redes de distribución formales y su toma por redes informales, así como por la corrupción que emponzoña todo el sistema.
El estallido social tan temido, llegó. No llegó con el rostro del 27 de febrero de 1989, sino con centenas de rebeliones localizadas. Hay un estallido social que todavía no es uniforme y aullante, pero está a un tris de serlo.
Las fuerzas, una vez desatadas, tienen su propia lógica: nadie las maneja; se lanzan furiosas hasta que su energía interna se agota. Cuando son inmensas, la represión las exacerba y no las puede someter. El poder rojo nadie lo asaltó, se cayó, se derramó y sólo espera por quien lo recoja.
Este tema deberá planteárselo la oposición democrática; de no hacerlo, el poder permanecerá derramado hasta que se lo proponga o desfilen enigmáticos caballeros andantes, dentro o fuera del Mar Rojo, que lo hagan. ¿Quién recogerá lo que yace desparramado en la vereda de la historia?