La excandidata presidencial, Marta Lucía Ramírez, habla sobre la crisis fronteriza con Venezuela y el proceso de paz en Colombia, en el que precisamente el gobierno de Nicolás Maduro forma parte, publica El Tiempo.
Hablemos del país. Con respecto a la crisis con Venezuela, ¿qué haría si usted fuera presidenta de Colombia?
Le habría pedido a la Cancillería desde hace casi un año, cuando oímos las primeras noticias sobre deportaciones, trabajar de inmediato a nivel bilateral con el Gobierno de Venezuela para evitar las vías de hecho. Pero el estilo reactivo que ha caracterizado a este gobierno solo le permite reaccionar cuando estamos con el agua al cuello. Es sorprendente que se haya entrevistado primero Maduro con Ban Ki-moon, cuando lo ha debido hacer hace más de una semana el Gobierno de Colombia. La verdadera diplomacia es el manejo oportuno y eficaz de los temas estratégicos para el país.
¿Cree que hemos tenido abandonadas las fronteras?
Precisamente durante la campaña presidencial propuse crear un ministerio de fronteras. Colombia tiene 17 departamentos fronterizos y tanto las fronteras marítimas como las terrestres han estado en el abandono. Por eso nos han querido amputar el mar de San Andrés. Ya vimos el famoso decreto de Maduro sobre las zonas militares estratégicas (Zondimain), ante lo cual la Cancillería se demoró un mes en reaccionar. Si no queremos problemas con los vecinos, hay que desarrollar las fronteras. Si no queremos guerrilla ni ‘paras’ ni coca, hay que desarrollar el campo.
¿Qué caminos internacionales debería abordar el Gobierno?
Debería actuar simultáneamente en tres frentes: Uno, bilateral, a través de algún país facilitador amigo de Colombia y de Venezuela, inclusive de un país fuera del continente. Dos, regional, insistiendo en la convocatoria al consejo de cancilleres de la OEA, pero haciendo esta vez sí la labor de alta diplomacia, uno por uno, que hizo falta la semana pasada en la OEA, e insistiendo ante la CIDH en la solicitud de medidas cautelares como la que inició el Centro Democrático. Y tres, multilateral, acudir al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, para pedir de inmediato una misión de expertos que verifique los hechos in situ y haga las recomendaciones al Consejo, pues ellas tienen carácter obligatorio.
¿A qué podemos aspirar de ese Consejo?
Que pida frenar de inmediato las deportaciones, garantizar el respeto a la propiedad de los colombianos en Venezuela, asegurar su derecho a residir en el país vecino (si están allí conforme a la ley) y, sobre todo, lograr el derecho superior de una sociedad, como es el derecho de los niños a vivir al lado de sus padres.
Tanto el Fiscal como el Procurador están amenazando a Maduro con la Corte Penal Internacional. ¿Eso le parece apropiado?
Es una equivocación total estar en una actitud camorrera frente a Maduro, un total irresponsable. No solo está dispuesto como sea a aplazar las elecciones del 6 de diciembre, sino que plantea un verdadero riesgo de un problema militar. Colombia vive en este momento una situación de conflicto en el interior y de tensión en las fronteras que es fuerte, preocupante, y que no tenemos solamente con Venezuela, sino con ese eje Ecuador, Venezuela y, obviamente, Nicaragua.
Se supone que la política exterior de Colombia la maneja únicamente el Presidente de Colombia…
Sí. El Fiscal y el Procurador se están extralimitando en sus funciones. Esa competencia de micrófonos y de espontaneidad jurídica es tan irreal como riesgosa.
Me temo que con estas amenazas y denuncias podamos exponer al Estado colombiano a un segundo oso internacional como el que sufrimos en la OEA, con el agravante de cerrar el espacio de diálogo bilateral entre los dos gobiernos.
Acudimos a la Corte Penal, pero hemos minimizado su importancia en La Habana…
Le deberían subir el volumen a la Corte Penal Internacional frente a las Farc y bajarle el volumen frente a Venezuela. Ellos dos, como buenos juristas, saben que las acciones internacionales del Estado, que son diferentes al debate interno, las debe conducir solamente el Presidente de la República, para lo cual debería tener a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores casi que en sesión permanente.
El proceso se ha acelerado y parece que habrá muy pronto anuncios claves. A pesar de eso, ¿Colombia debe mantener a Maduro como acompañante del proceso de paz?
El gobierno de Venezuela no les genera confianza a los colombianos, sino una gran desconfianza y preocupación. El Presidente podría hacer algo audaz, como, por ejemplo, mover la mesa de negociaciones de lugar y cambiar tanto a los países acompañantes como a los facilitadores. Si los cambia a todos al tiempo, nadie tiene por qué sentirse especialmente afectado. Eso generaría tranquilidad en varios sectores de la opinión en Colombia. Es muy preocupante que algunos de esos cuatro países realmente hayan tomado partido más del lado de las Farc que de la institucionalidad colombiana.
¿Mover la mesa de negociación, por ejemplo a Colombia, para la etapa final de la negociación?
Podría ser el momento de traerla para Colombia, siempre y cuando también el Gobierno sea capaz de garantizar que aquí no se vuelva una competencia de micrófono entre las Farc y algunos miembros de la mesa. Pero, además, muchos creen que firmando con las Farc al día siguiente Colombia va a estar en paz. Mientras tanto se nos han venido creciendo las bacrim, aumentando la extorsión y las bandas de delincuencia organizada cada vez están amedrentando más a los ciudadanos. Para que haya paz verdadera hay que darles prioridad al fortalecimiento institucional y, lo primero, a la justicia.
Perdóneme, pero usted había sido invitada por el Gobierno a formar parte de una comisión de paz, y se retiró. ¿Con qué autoridad opina sobre lo que debe hacerse con el proceso?
Justamente, no me parece serio que entre enero y hoy la comisión vaya apenas a reunirse por tercera vez. Cuando sucedió, por ejemplo, lo del asesinato de los soldados en el Cauca, le sugerí al Presidente en una carta citar a la comisión. Ni me contestó la carta. Tres semanas después, cuando vinieron los derrames petroleros, volví a pedirle lo mismo. Tampoco la citó.
No me pareció serio estar sentada en una comisión de paz que no tiene ni arte ni parte, donde uno termina enterado de los temas casi que a través de los medios de comunicación.