El auge del periodismo libre en Cuba

El auge del periodismo libre en Cuba

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Hace poco más de 25 años, un puñado de activistas de derechos humanos comenzaron a difundir reportes semanales que acusaban al Gobierno militar de Fidel Castro de vulnerar libertades políticas, económicas y de expresión en Cuba, publica Diario Las Américas.

Eran los años duros del régimen de La Habana. Internet estaba en pañales y no existía la telefonía móvil. Los hermanos Castro controlaban la sociedad cubana con puño de acero.

Las noticias con retraso

La isla vivía en otra dimensión. Muchos cubanos se enteraron que el Muro de Berlín lo echaron abajo, iracundos alemanes del este comunista, con dos meses de retraso.

La invasión soviética a Afganistán, los asesinatos selectivos de la KGB o las huelgas del sindicato Solidaridad eran noticias proscritas en Cuba. El activismo disidente generó notas informativas y de denuncias.

No se pueden olvidar los nombres de Ricardo Bofill, Rolando Cartaya, Marta Frayde, Roberto Luque Escalona, Reinaldo Bragado o Tania Díaz Castro, pioneros del periodismo de barricada.

Luego llegaron otros. Surgieron grupos opositores de diferentes tendencias políticas que divulgaban reportes del estado de cosas en el país. Ya para la primera década de los años 90 comenzaron a surgir agencias de prensa independientes.

Sólo en La Habana, a pesar de la represión y carencias materiales, se fundaron media docena de agencias. Algunos reporteros procedían del periodismo estatal o jóvenes con vocación y deseos de hacer carrera en el mejor oficio del mundo.

Desde un principio fue un trabajo a dos bandas. Exiliados cubanos residentes en Miami, desde la retaguardia, grababan los textos por teléfono y posteriormente lo subían a primitivas páginas web: Rosa Berre, Carlos Quintela, Nancy Pérez Crespo, Juan Granados, Bernardo Marqués Ravelo y Jesús Díaz estaban entre ellos.

Desde Cuba, casi un centenar de corresponsales que apostábamos por la democracia, semanalmente dictábamos nuestras informaciones y crónicas por teléfono. Quiero detenerme en un nombre: el poeta y periodista de Morón, Raúl Rivero Castañeda.

Era la figura insigne del periodismo independiente. El más talentoso y reconocido. Un maestro. Cuando en la primavera de 2003 un iracundo Fidel Castro arbitrariamente mandó a detener 75 disidentes, entre los cuales se encontraban 27 comunicadores sin mordaza, con toda intención ordenó a sus sicarios encarcelar a Raúl Rivero.

Según la lógica de Castro, si lograban descabezar al movimiento de las mujeres y hombres que desde varias provincias reportaban libremente, y con la oleada represiva conseguían imponer el terror, terminaría uno de los problemas que más preocupaba a un régimen que nos tildaba de ‘vendepatrias’. Y decía que éramos ‘mercenarios de la pluma que por un puñado de dólares desacreditábamos las proezas del socialismo fidelista’.

Fue un golpe terrible. Pero ni la Ley 88, que todavía flota en el aire de la República y sanciona con 20 años de cárcel o más a un periodista, ni el encarcelamiento de 27 colegas en 2003, sepultaron el movimiento del periodismo independiente en Cuba.

Todo lo contrario. En plena represión y con linchamientos verbales orquestados por la policía política contra opositores y periodistas libres, el auge de la prensa alternativa se desplegó con fuerza inusitada.

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