La posibilidad de tomar una fotografía en prácticamente cualquier momento y circunstancia ha provocado una contradicción con las leyes que impiden capturar imágenes en ciertos lugares. Por: Pijamasurf
Actualmente, la fotografía se ha convertido en un ejercicio cotidiano, social y masivo gracias a que la cámara es uno de los aditamentos básicos de casi cualquier gadget portátil, en especial los smartphones y las tablets. Ahora basta con sacar el teléfono del bolsillo, presionar un botón o tocar la pantalla, apuntar su lente en dirección al objetivo deseado y voilà, he ahí una fotografía que incluso se puede hacer pública de inmediato.
Las leyes, sin embargo, que de por sí se mueven con una velocidad menor respecto de los cambios que ocurren en la sociedad, en el caso de la tecnología tienen un desfase todavía más palpable, pues mientras que esta ofrece nuevas posibilidades de acción con rapidez vertiginosa, aquellas se mantienen a la zaga, expectantes ante un asentamiento de la realidad que les permita intervenir para sancionarlo.
Ese es un poco el caso de los museos y otros sitios de interés cultural en donde usualmente está prohibido tomar fotografías, a veces por razones de conservación del patrimonio, otras para evitar la difusión no reglamentada de contenido intelectual y a veces incluso por seguridad pública.
¿Pero cómo conciliar dicha interdicción con la facilidad con que puede tomarse una fotografía y, por otro lado, con la tentación de hacerlo? ¿Cómo estar en la Capilla Sixtina y resistirse a la posibilidad de atesorar ese momento en una selfie?
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Según parece, no hay forma de resistirse a tomarle una fotografía al David, ni cerco policíaco que lo impida