La sentencia contra Leopoldo López nos obliga a hacer varias reflexiones; unas en el marco de la insoslayable solidaridad cristiana hacia un hombre, su mujer, hijos, padres, familia y amigos; y otras en términos ético-políticos.
Leopoldo pasa a ser uno de los dirigentes políticos venezolanos que le toca sufrir una de las sentencias más largas recibida por dirigente alguno en la historia republicana de Venezuela. Son muchas las razones familiares que han creado en mí anticuerpos contra toda forma de represión o violencia política. Un bisabuelo fusilado en un paredón, un abuelo que le tocó tragarse un montón de años en una cárcel de 2×2 metros cuadrados, un tío ajusticiado a balazos por sus ideas políticas, fueron creando en mí, un rechazo automático, a toda forma de represión política.
En esto vaya que si he sido coherente; formo parte de los activistas estudiantiles que subscribimos aquel comunicado de Mayo exigiendo la libertad de los militares presos del 4 de febrero de 1992.
Luego, nos tocó acompañar a Iván Simonovis y seguimos acompañando a los policías presos por los sucesos de abril de 2002, al punto de tener el honor de incorporar a la Dirección Nacional del partido a su esposa Bony de Simonovis antes de que le dieran casa por cárcel; ahora, años después, firmamos como un gesto de solidaridad, el llamado “documento de la
transición” que puso preso a Antonio Ledezma. Por lo tanto, no puedo hacer menos ante esta ruda sentencia que le mete casi 14 años de cárcel a Leopoldo López.
La solidaridad no entraña necesariamente coincidencia política. Cuando los estudiantes nos movilizamos pidiendo la libertad de los militares del 4F ni siquiera conocíamos bien la ideología, ni posición política de ellos. Simple y llanamente la entendimos como una acción política y militar en la Venezuela consternada de aquellos tiempos. Allí nos agrupábamos activistas estudiantiles de diferentes corrientes del pensamiento político, que sin cálculos ni miramientos, sentimos el impulso de reclamar la libertad para aquellos oficiales. A decir la verdad; ese era el sentimiento imperante en el país. Pues así somos los venezolanos: solidarios.
Al pasar el tiempo; y ya asumiendo responsabilidades de mayor peso como la presidencia de Copei no he dudado en ser solidario con todo el que vive un mal momento. Lo he sido con Ledezma y Leopoldo; así como, los demás dirigentes, jóvenes y estudiantes presos. Eso de ninguna manera implica coincidencia con el movimiento llamado “La salida”, muy por el contrario, muchas fueron mis observaciones y críticas públicas a esa propuesta. Pero una cosa es la diferencia con una posición política y la otra hacerte el musiú ante el mal momento que atraviesa un compañero. Todos los muertos nos
tienen que doler a todos, no podemos hacer distingos partidistas o ideológicos, todos son venezolanos. Pero cargarle la culpa del guardia nacional, el motorizado, la señora y los jóvenes asesinados esos días a un dirigente político es algo exageradamente injusto.
De mi abuelo recuerdo una paz enorme; jamás le sentí odio ni amargura; mucho menos rencor hacia sus carceleros. Siempre envuelto en esa espesa aurea nostálgica que envuelve al exiliado, lo vi hacer chistes de las abstinencias que le tocó sufrir, reírse de sí mismo cuando nos contaba alguna anécdota dentro de las tantas circunstancias que le tocó vivir en la
cárcel.
Yo estoy convencido de que Leopoldo no va a durar tantos años en la cárcel. Simplemente porqué los venezolanos no somos así. Y cuando hablo de venezolanos me refiero a todos, no hago distinciones políticas.
Es por eso que el mensaje central que le quiero enviar a todos mis compatriotas; a quienes están indignados por esa sentencia, pero también a quienes la convalidan es que no nos dejemos contaminar por el odio y el rencor. Venezuela necesita paz, solidaridad y amor. También necesita justicia, pero la justicia debe castigar a los verdaderos culpables, a los
verdaderos asesinos; recordemos que en derecho penal la responsabilidad es personalísima. Cargarle penalmente sus posiciones políticas a un dirigente solo ahonda la injusticia y nos aleja de la verdad.
Si de verdad queremos cambios en Venezuela; la primera consigna debe ser:
“Prohibido odiar”. Por allí va la cosa…