Durante la celebración en Washington DC de la XIX Asamblea CAF, organizada por el Banco Latinoamericano de Desarrollo y el Interamerican Dialogue, Moisés Naím le preguntó a Enrique Iglesiassi no había llegado la hora de construir en América Latina una coalición de los “decentes”. Una coalición en la que primaran la ética y los valores sobre los objetivos políticos más inmediatos. Su propuesta se vinculaba directamente a la falta de crítica de los presidentes latinoamericanos a los constantes desbordes represivos y autoritarios de los gobiernos bolivarianos, primero con Hugo Chávez y ahora con Nicolás Maduro.
La pregunta también remite al conflicto fronterizo con Colombia y cobra aún más entidad tras la durísima condena penal, por motivos estrictamente políticos, del líder de oposición Leopoldo López. Pese a las afirmaciones de Maduro de que en Venezuela no hay presos políticos sino políticos presos, la subordinación del poder judicial venezolano a las directivas gubernamentales, potenciadas en aquellos casos en los cuales el gobierno es parte, agrava aún más el problema.
En su búsqueda ansiosa por cambiar el clima preelectoral e invertir las tendencias del voto popular que detectan las encuestas, el gobierno está dispuesto a invertir mucho de su capital político en la aventura. Maduro yDiosdado Cabello saben que están frente a una de sus últimas oportunidades para apaciguar el conflicto social, político y económico más grave de los últimos años con alguna garantía de éxito. Si pierden este tren cada vez será más difícil recomponer el orden bolivariano. El deterioro cada vez más rápido e intenso de la coyuntura hace temer lo peor, vinculado a temibles desbordes populares contestados con una represión paralela, como demostraron las decenas de víctimas mortales que acompañaron las manifestaciones que culminaron con la detención del propio López.
Si el desafío del gobierno es mayúsculo, el reto que enfrenta la oposición es todavía mayor, dado el carácter desigual de la pugna electoral. De ahí la importancia de la última misiva de López a sus compatriotas, donde tras recordar que “el que se cansa pierde”, los convocó de forma masiva a votar el 6 de diciembre. Todas las encuestas dan como ganadora a la oposición, pero todavía quedan casi tres meses y puede pasar cualquier cosa. Con las encuestas actuales y las expectativas generadas un triunfo opositor sería visto como una hazaña y una derrota como un desastre. Pero ése es sólo el comienzo, ya que será decisiva la traducción del voto popular en escaños (recordemos todo lo vinculado al trazado de las circunscripciones) y, posteriormente, la composición de la Asamblea parlamentaria.
Los expertos barajan tres opciones, dada la ventaja en las encuestas de más de 20 puntos que separa a la oposición del gobierno y las opciones de las candidaturas independientes. El primer objetivo sería conseguir la mayoría simple del Parlamento con 84 diputados. A partir de ahí el siguiente listón son las tres quintas partes, o 101 diputados, y el máximo logro conquistar la mayoría calificada de dos tercios, o 112 diputados. Cada uno de estos umbrales implica mayor posibilidades de incidir y controlar las políticas del gobierno y es, precisamente, lo que está en disputa.
Para garantizar la mayor normalidad posible de los comicios desde muchas instancias se presiona al gobierno, sin éxito, para abrir las puertas a una amplia presencia de observadores electorales internacionales. De momento, sólo se ha admitido a Unasur, algo que todos estiman claramente insuficiente, dada su parcialidad, a lo que se suma la incapacidad de los gobiernos latinoamericanos y de las instituciones regionales de mirar a medio y largo plazo en la crisis venezolana. Es una tendencia cada vez más preocupante.
En lo relativo a la condena contra López una vez más Unasur se puso a la cabeza de la manifestación, publicando un comunicado que entre otras cosas reconocía sin la menor crítica el fallo de la justicia venezolana. Su Secretaría General, encabezada por Ernesto Samper, reiteraba “su respeto a las decisiones que adopten las autoridades jurisdiccionales de sus Estados miembros y confía que en el curso de las siguientes instancias judiciales, el señor Leopoldo Lópezpueda ejercer los recursos procesales que considere pertinentes su defensa”.
Esta postura o el silencio administrativo fue la respuesta más corriente entre los presidentes latinoamericanos. Volviendo a la propuesta de Naímsobre la coalición de los decentes habría que preguntarse si no ha llegado el momento en que al menos uno de los mandatarios remede a Cicerón y su primera Catilinaria y se pregunte: “Quousque tandem abutere, Nicolas Maduro, patientia nostra?” (¿Hasta cuándo abusarás, Nicolás Maduro, de nuestra paciencia?).
Dicho de otra manera, hasta dónde están dispuestos a tolerar o a callar los presidentes latinoamericanos las constantes violaciones de las más elementales reglas democráticas en aras de mantener en el poder a un gobierno que más allá de su retórica es incapaz de respetar su propia legalidad y su propio mandato constitucional.
Los presidentes saben que en el caso venezolano están jugando con fuego, pero que por falsos prejuicios y justificativos ideológicos deciden callar. Cada vez está más lejana la posibilidad de una salida pacífica a la crisis venezolana. ¿Qué harán los mismos que siguen jaleando los enormes logros de la autoproclamada revolución bolivariana cuando las víctimas se agolpen en las calles de Venezuela? ¿Qué harán cuando el conflicto interno en el que nadie quiere intervenir devenga en un conflicto regional de incalculables proporciones? ¿Qué harán entonces con su tan preciada “no injerencia”?
Llegado el momento, la muralla sanitaria de silencio que han intentado construir al mejor estilo Trump mostrará su absoluta inutilidad, justo cuando la realidad se les caiga encima. A este paso la pregunta que muchos se formularon el 5 de marzo de 2013 de si habría chavismo sin Chávez comienza a perder sentido.
Publicado originalmente en Infolatam