Norberto José Olivar: Adaptaciones peligrosas

Norberto José Olivar: Adaptaciones peligrosas

Estábamos en la terraza del café Tegel cuando Armando Coll nos dijo que el guión estaba destinado a morir para dar vida a la obra. Carl Zitelmann se ha quedado pensando en esa idea, en su cara se ve que le ha gustado. Armando sigue hablando como si nada, seguro no es primera vez que la piensa ni que la dice, pero sigue hablándonos de adaptaciones de libros al cine. Zitelmann ya viene de vuelta de dónde sea que lo llevó aquella frase genial y dice que él nunca había pensado en eso a pesar de tantos guiones con los que ha lidiado. Armando se detiene por un momento y se da cuenta de que todos estábamos pensado en lo que había dicho hacía un rato, entonces me mira esperando que yo diga algo. Mercedes y María Paula, que andaban con nosotros en la mesa del Tegel, también observan y aguardan, suponen ellas que por ser escritor debo agregar algo extraordinario a la conversación, pero la frase de Armando me ha sacado del tema que nos entretenía y me ha puesto, de frente, ante los padecimientos cotidianos.

II.

«El guión está destinado a morir para dar vida a la obra», dice Armando Coll, en el Tegel, y yo pienso en que toda esta calamidad, de país que nos agobia no es sino una especie de guión. Lo pienso en forma de pregunta. Y si somos ese guión, escrito por la historia supongo yo, significa que estamos destinados a morir para que quienes nos sigan puedan vivir y alcancen todo lo que hoy se nos niega. Esto también lo pienso en forma de pregunta. Y no veo nada patriótico ni gracioso en el asunto porque nuestra vida es única e irrepetible. Pienso, pues, en la vida que no he vivido y en unas gentes miserables que me la han negado. A mí la patria de Bolívar no me interesa. Me desvela la mía y la de mis hijos. De los héroes estoy hasta el cuello. Y de la patria hasta la coronilla. Soy un hombre lleno de maldad, diría cualquiera. Va de pregunta, por supuesto. Pero recuerdo, de pronto a Monsieur Meursault y la adaptación dirigida por Luchino Visconti, en 1967, con Marcello Mastroianni, que he vuelto a mirar no hace mucho y entiendo que nuestras madres son, también, una especie de guión, pero no por ello Monsieur Meursault está dispuesto a morir, ni siquiera a llorar, aunque esto lo convierta en uno de los personajes más despreciables de la literatura.

III.

«El guión está destinado a morir para dar vida a la obra», dijo Armando Coll, en el Tegel, y se ha quedado mirándome, igual que Zitelmann, igual que Mercedes y María Paula. Se han quedado mirando mi cara de pánico y no entienden lo que está pasando. El instante angustioso parece eterno. Mercedes se sopla con su abanico chino y espera, pero luego llega Karl Krispin y desbarata, con su acalorada elegancia, la tensa escena. Él no sabe que ha desbaratado nada. Ni lo sospecha. Solo dice que es hora irnos a su casa de la calle Guaicaipuro. Armando Coll me mira, muerto de risa, y sabe que yo he pensado en el Monsieur Meursault de Visconti, pero que no me he atrevido de decírselos. Que he sido un cobarde. Un Meursault pasado por agua.

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