Es inevitable que el totalitarismo apele a la represión y al abuso para preservar el poder, lo que nos sumerge en una realidad de despojo e impotencia que intentan presentar como una situación límite imposible de superar. En su teoría del Fatalismo Latinoamericano, el eminente sicólogo social identifica rasgos de nuestra cultura política que las dictaduras utilizan para afianzar su poder. En su desarrollo teórico, frente a ese destino fatal que marca la vida y la historia de nuestros pueblos, el oprimido interpreta su impotencia como una prueba de sus propias debilidades, lo que contrasta con la imagen del opresor poderoso aparentando que todo le es posible; “de ahí que el oprimido experimente una atracción irresistible hacia el opresor, quien se convierte en su modelo de identificación y ante cuyos imperativos muestra una casi total docilidad”, precisa Martín Baró. Ello explica la idolatría por Chávez que parte del país sintió y quizás sienta aún, justamente la parte más oprimida, aquella que más sufre las consecuencias de su incompetencia, corrupción y autoritarismo.
Lamentablemente, todo indica que Hugo Chávez permanecerá por un buen tiempo sin el descanso eterno de la cristiana sepultura pues -por sus carencias de liderazgo- las cúpulas podridas que hoy encabezan la “revolución” están obligadas a colgar en cada poste al insepulto y a ocultar sus rostros de fracaso, lo cual solo demuestra la extrema debilidad de los candidatos de Maduro. Obvio, aunque el pueblo chavista mantenga su amor por el insepulto, quienes dilapidaron su legado no podrán enterrar la dramática realidad de escasez, inflación e inseguridad. Los venezolanos no somos tan pendejos como cree el gobierno y lo reflejan todas las encuestas: el sentimiento de cambio se hace presente para superar la tristeza. Sin duda, en Venezuela también podemos decir que ya viene la alegría.
Twitter: @richcasanova
(*) Dirigente progresista / Vicepresidente ANR del Colegio de Ingenieros de Vzla.