Entre finales de los años 50 y principios de los 60, Venezuela representó la gran esperanza de América Latina en términos de desarrollo económico y posteriormente democrático. Logramos ser la nación con mayor crecimiento de toda la región, con la menor inflación siendo nuestro bolívar una de las monedas más estables del mundo, incluso comparable con el Franco Suizo. Paralelamente a esto, a partir del año 1958 se empezaron a solidificar las instituciones del país, teníamos tres poderes independientes, presumíamos del debate de ideas políticas en libertad, hacíamos valer el Estado de derecho, y el voto se transformó en un derecho para todos. Con sus carencias y virtudes, construimos un modelo exitoso que servía de ejemplo para muchos países del mundo que sufrían de creciente pobreza y dictaduras.
Sin embargo, en los 70 rompimos dos instituciones que con su quiebre le abrirían las puertas a los populismos democráticos y a la neo-dictadura que hoy sufrimos. La primera de ellas: el Banco Central, su composición era mixta lo cual permitía que los intereses individuales de su administración fuesen el equilibrio de los públicos haciendo que el gobernante de turno no cayera en la tentación de utilizar de manera indiscriminada, sin respaldo y sin conciencia la máquina de imprimir billetes. Este sistema le había dado estabilidad a la moneda logrando así, dar confianza a inversores, mantener controlada la inflación y por ende, tener una economía estable.
La segunda de estas instituciones es la industria petrolera, que venía funcionando de manera libre, evidentemente con cosas por resolver como mejores condiciones para los trabajadores, pero prospera, y permitiendo la competencia entre diversos actores y donde el estado estaba llamado a ser el gran regulador. Pero, la obsesión latinoamericana por estatizar y el momento histórico mundial, donde el marxismo recorría las venas de buena parte del liderazgo mundial, permitió que se nacionalizara la industria, dando el paso definitivo para la gran concentración de poder del estado Venezolano. Por ello, el gobierno de turno no sólo tendría el monopolio de la fuerza, sino que en buena medida tendría también el económico.
Años pasaron y la vocación democrática de los liderazgos no permitió que esto afectara la institucionalidad democrática. Sin embargo, lo económico, sí se vio mermado de manera exponencial. El control Estatal de la economía no permitió que pasáramos hacia un país con visión de innovación, sino que nos quedáramos encerrados y dependientes de los commodities o para ser más concretos, que nuestra calidad de vida fuese directamente proporcional al precio del petróleo. Un mercado cerrado y un estado con mucho poder dependiente de una sola industria, nos llevó a que para mantener el irresponsable gasto público tuviésemos que imprimir dinero inorgánico y debilitar el bolívar que ahora llamamos fuerte.
Poco a poco nuestra Venezuela pasó de ser la líder de la región, a una nación convulsionada, nuevamente acosada por el sonar de los sables y lo que es peor, con una pobreza creciente que se manifestó en las calles contra el populismo, contra el sistema y, contra la corrupción. La democracia estaba perdida por escoger un modelo económico que nos llevó al fracaso y se abrían las puertas a un sistema totalitario.
Mientras todo esto ocurría, los partidos tradicionales débiles, fragmentados y sin respuestas quedaron meramente como observadores del ascenso al poder del socialismo totalitario, pero con máscara democrática que hoy estamos sufriendo en el país. Por fortuna, alguna vez escuché decir que Venezuela cumple ciclos de 30 años y pareciera ser verdad. En los 80 vivimos el quiebre de nuestra democracia y pareciera ser el momento de recuperarla.
Tras 16 años de persecución al empresario, de controles de precio, de controles de cambio, de corrupción extrema y de represión los números dicen que Venezuela quiere cambio. A pocos días de tener una nueva asamblea nacional, es el momento de empezar a discutir las reformas de fondo y el sistema que queremos adoptar para la construcción de un nuevo país.
por Jesús Armas. Concejal del municipio Libertador de Caracas