Quien pasta en Miraflores sabe que la ciudadanía lo tiene derrotado políticamente. En esa voluntad convergen tanto opositores como chavistas, incluidos varios zánganos rojos que acusan a Maduro del desastre, con la vana esperanza de que el dedo acusador de la sociedad no los señale. El país entero le endosa la derrota –ya certificada en la opinión pública– principalmente a él. Por eso hay un fraude en marcha, y ya se verá en las próximas semanas si logran imponerlo o se le derrota sin apelación.
Lo curioso de la reciente desesperación que se le nota a Maduro es que dice querer proteger ese bochinche que designa como revolución. Esta no fue más que un mero asalto al poder, especialmente a las arcas públicas. Hoy no hay nada, absolutamente nada, que en 16 años sea diferente y mejor: lo que es nuevo es infernal y lo que existía está devastado. Si quisieron hacer algo grandioso, la ilusión ha muerto. Se “autosuicidó”, como habría dicho CAP en la historia de sus yerros amables y famosos.
Esta revolución murió entre las patas del caballo que Chávez cabalgaba y ahora revuelca a Maduro. No era amor a los pobres sino su uso como coartada. No era distribución de la riqueza a las mayorías, sino recubrir con la venta de pollos la máquina de indecencia que es Pdvsa. Este proceso homicida no se parece a Nelson Mandela sino a Nelson Merentes, tampoco a Rafael Urdaneta sino a Rafael Ramírez, menos a Luisa Cáceres sino a Luisa Ortega. Envuelto en la violación de los derechos humanos, prisiones, torturas, ejecuciones, en el narcotráfico, en la corrupción y el terror, ese duende espectral del siglo XXI, de cuello largo y patas cortas, fue degollado por sus mentores. Ahora desentierran “el poder comunal” con la idea de sustituir a una eventual opositora Asamblea Nacional, con el “poder del pueblo”. Loco experimento de locos.
La revolución se pudrió; yace entubada, y espera por el fraude electoral a ver si revive. Ya parece tarde.