No obstante, nos pasamos todo el rato agobiados por el «caos tumultuoso» de lo físico. Lo físico se impone a lo mental. Entonces me pregunto si en esta larga temporada, en que las «contingencias fisiológicas» nos han dominado, hemos continuado con nuestra vida mental, que es la única vida posible. Me parece que no. La democracia, pongo otro ejemplo, es, en esencia, mental. Esto que pienso es suficiente para comunicarnos telepáticamente y entablar una animada conversación desde nuestros poderosos cerebros. La sociedad sería un WiFi mental, también: todos conectados. Pero insisto, creo que no hemos vivido en nuestra mente, de modo que hemos andado por ahí como zombis. Y vivir mentalmente es un peligro. Nos vuelve seres complicados. Y los defensores de la «contingencia fisiológica» nos someten al escarnio público. Es lógico que así sea. Somos una mala versión de Matrix, pensaría alguno que esté, placenteramente, viviendo en su mente y se haya tomado la molestia de pensar en estas vicisitudes casi escatológicas. Como sea, lo que quiero decir es lo que pensé después de leer «La máquina de pensar en Gladys» de Mario Levrero (Irrupciones, 2010), cuando uno de sus personajes relata que echó a un bosque apartado, lejos de su casa, a un perro del cual quería deshacerse. En un par de días el perro regresó. Y como no se atrevió a matarlo y nadie lo quería, tomó una decisión radicalísima: «Entonces dudé apenas un instante ante la majestad del bosque compacto que se alzaba antes mis ojos, umbrío, imponente, desconocido; resueltamente comencé a internarme, y seguí internándome hasta que, finalmente, me perdí».
Lo que quiero decir es que el protocolo electoral no resuelve nuestros problemas reales. No resuelve nuestra vida porque el problema de vivir es mental. ¿Y qué quiere decir esto que quería decir después de pasar por Levrero? Ríase: pues que me acordé de mi amigo Miguel Ángel Campos y de su magnífico libro «La fe de los traidores» donde dice lo mismo, pero en clave republicana, y que deja ver, con claridad meridiana, cómo la «contingencia fisiológica» aplasta las posibilidades de una auténtica vida, de un genuino estado de bienestar, en absoluto mental, y que transcribo acá de seguidas como cierre de estas líneas pero que, de cierto, apenas abren la discusión de lo que he querido decir y que podemos seguir diciendo, pero conectados ahora desde nuestras mentes: «Las ventajas del petróleo han podido servir para configurar un nuevo estilo social, para oxigenar las relaciones de grupo y así fortalecer el sentido de pueblo, que no se alimenta ni de costumbrismo ni de chauvinismo… Sirvieron, en cambio, para vulcanizar los estilos de la política representada en el impresionante fracaso en construir una nación que es toda la segunda mitad del siglo XIX».
Terrible: los viejos hábitos regresaron remasterizados, no fuimos capaces ni de modificarlos ni de exorcizarlos. Necesitamos, pues, caernos del caballo de camino a Damasco, solo así entenderemos que debemos cambiar de vida, es decir, nuestra mente tiene que evolucionar. No podemos seguir fracasando. Aunque tal vez tenga razón Peter Handke y necesitemos, para lograrlo, mucho más cansancio histórico, todavía: única vía posible para aclarar nuestra mente y vivir. Por supuesto, tampoco es garantía de nada.
@EldoctorNo