Todavía es motivo de consulta y hasta de asombro un clásico de Vance Packard, “Las formas ocultas de la propaganda” (1957), cuyas técnicas y triquiñuelas psicológicas no sólo mejoraron con el tiempo, dejando atrás la profusa reseña, sino que también ha recibido la debida y persistente contrarrespuesta, incluida la denuncia, propia de una opinión pública despierta, libre y organizada. Hincando el bisturí, Luis Britto García tiene en su haber un par de títulos que versan en torno a la publicidad política del sistema que tanto combatió, como “La máscara del poder” (1988) y “El poder sin la máscara” (1990), aparecidos con la tinta, el papel y la casa editorial que no faltaban en el país. Sin embargo, suele ocurrir, nada equivalente circula cuando se trata de países que caminan hacia el totalitarismo.
Bajo el socialismo real, la propaganda y la publicidad saben de un brutal perfeccionamiento propagandístico y publicitario, orientados a garantizar el sojuzgamiento de pueblos enteros. Sobre todo, orientado al culto de la personalidad que aglutina y, a la postre, explica la misma existencia del Estado, adquiere niveles óptimos cuando el poder confisca y monopoliza todos los recursos materiales y simbólicos disponibles, impone la censura y el bloqueo informativo, al igual que combate deslealmente a la disidencia. Huelga citar el ejemplo cubano, cuya dictadura comienza desde el aula escolar.
Un rápido examen a la Venezuela de todos estos años, pone en escena la bien aceitada maquinaria misilística de la propaganga y de la publicidad, la que va al centro del subsconsciente de la población, haciéndola prisionera de los intereses oficialistas en boga. Vance se queda en pañales y Britto García hace el ridículo, porque – esta vez – el régimen por el que siempre apostó, resulta exponencialmente peor, por supuesto, cuidándose obviamente de opinar al respecto.
Huérfanos de imaginación, los constantes estudios de opinión desembocan en la enfermiza repetición de fórmulas, desembocando en unas groseramente elementales, rayanas en la imbecilidad, como la de presentarse el sr. Maduro como hijo del presidente extinto, cosa que jamás permitió el mismísimo Juan Vicente con Vicentico Gómez. Ahora, en un ciego callejón, haciendo una determinada lectura de los costosos estudios de opinión con los que cuentan hasta el hartago, emplean al que te conté y halagan como valiente al pueblo que han condenado a hacer colas, por decir lo menos.
Y es que, en la hondura de todas las manipulaciones del poder establecido, los que hoy monopolizan los privilegios, tienen su más cobarde pretexto en el emblema del extinto. Un elenco de cobardes para un país tan valiente que le propinará una paliza electoral el 6-D, encallejonados en la hora histórica de un cambio que los enceguece varias veces.
@LuisBarraganJ