Un gobernante que no se valora como sujeto está incapacitado para respetar a los ciudadanos; y, con mayor razón, a quienes considera sus seguidores y sus empleados. El desprecio con el que Maduro se trata indica que se comportará peor con los venezolanos.
El presidente manifiesta un déficit de conciencia moral. De hecho, muchas de sus intervenciones en cadena de radio y tv son un strip-tease verdaderamente vergonzoso: se humilla con la misma naturalidad con la que plantea que los empleados le den el voto a cambio de alimentos, aumentos pírricos o de algún electrodoméstico importado de China. En su visión del ser humano y, claro está del militante o del trabajador, la dignidad no tiene cabida.
Que Maduro continúe en la jefatura del Estado tendrá graves consecuencias éticas; el daño que su mandato produce no sólo es político y económico. En occidente ninguna democracia ha logrado dar un salto al desarrollo productivo y la igualdad social sin un liderazgo que haya renovado los lazos morales entre sus ciudadanos. Siguen sin evolucionar los dirigentes que no advierten que en el mundo de hoy el bienestar de un país depende de los soportes éticos en los que se afinquen la política y la economía. En el caso de Venezuela, se tendría que ser cínico o estúpido para no aceptar que la reparación del piso moral que debe unificar a la población es el primer paso para iniciar la reconstrucción de la república.
Ahora bien, el presidente lo que ha envenenado es el tejido de valores, hábitos, promesas, compromisos y sanciones que permiten que una sociedad transite de la anarquía a la convivencia regulada y, por eso, productiva. Por fortuna, Maduro se quedó sólo en su tarea de meter a la nación en una fosa llena de odio, arbitrariedad y miseria. No hace falta citar nuevas encuestas para probar su ingrimitud; sus actos de campaña dan testimonio del abandono en el que se encuentra. Que incluso la militancia chavista repudia a Maduro es un dato de realidad; sobre todo, es un hecho tan protuberante que no lo puede disfrazar ofreciendo baratijas ni acorralando a los empleados.
En la administración pública muchos trabajadores siguen siendo chavistas pero eso no les resulta incompatible con el deseo de convertirse en protagonistas del cambio. Ni siquiera la estabilidad laboral es una recompensa que los podrá inducir a traicionar sus sentimientos. La mayoría asumirá el riesgo de votar por la tarjeta de la unidad; otros votarán por algún independiente decente y algunos se abstendrán; pero a los candidatos de Maduro no les darán un solo voto. Lo predecible es que los empleados respalden el cambio aun cuando no se les haya explicado suficientemente que la derrota del PSUV no pondrá en cuestión la estabilidad de sus cargos. Además, todos saben que el secreto del voto es una de las garantías que el tramposo CNE de Tibisay Lucena aún ofrece.
El secreto del voto es una certeza pequeña si se compara con la amplia red de privilegios y micro-fraudes que el CNE estableció para favorecer al PSUV. Sin embargo, esa verdad minúscula, modesta, es suficientemente poderosa para el empleado público; el pueblo nunca ha necesitado ofrecimientos monumentales para actuar con la dignidad que Maduro no le reconoce porque no la tiene.
Alexis Alzuru
@aaalzuru