Una ola de cambio sacude a América Latina: las recias protestas contra Rousseff en Brasil y su mínima popularidad; las protestas masivas contra Correa en Ecuador y el retroceso en su aspiración releccionista; la apertura cubana y el éxodo que recorre a pie Centroamérica; el descontento del pueblo de Nicaragua; la caída en el apoyo popular que ha experimentado Morales en Bolivia y, sobre todo, la reciente victoria de Macri en Argentina, dando fin a 12 años de un régimen populista y autoritario, no dejan lugar a dudas sobre el hecho de que vientos de transformación agitan los mares y levantan olas encrespadas que van a dar al traste con el modelo chavista y sus franquicias en Latinoamérica. Ahora le toca a Venezuela constatar este cambio de signo. Nos corresponde a nosotros, mediante el voto, dar este giro de 180º que sea el primer paso que implique el entierro definitivo de este régimen oprobioso. El continente espera ansioso el resultado electoral venezolano por ser la cuna del modelo, y tiene sus ojos puestos en el país, ya que los sondeos indican unánimemente una victoria holgada de la oposición; sólo hace falta realizar los comicios del 6 de diciembre para corroborar que esta pesadilla de gobierno sólo cuenta con el respaldo de una evidente minoría.
Durante la segunda vuelta Argentina el candidato oficialista Scioli apeló, como estrategia electoral, a despertar el miedo entre los votantes por la probable pérdida de sus conquistas sociales, por el impacto en el ajuste fiscal y por la intromisión del FMI. Como sabemos esta estrategia no funcionó porque ya Argentina sabía que ganara quien ganara, debían venir los ajustes; las conquistas sociales estaban muy arraigadas para poder eliminarlas, y el FMI ya no era mismo de los años 80, de manera que siendo esto así, la gente optó por el cambio, harta de la prepotencia y arrogancia de un gobierno populista que no respeta las instituciones ni al ciudadano. En el caso venezolano el hartazgo es mayor debido a que hemos padecido en carne propia la mediocridad de esta pandilla de fariseos que hoy nos gobiernan y cargamos con sus errores, equivocaciones y yerros. Hoy un pan de pasas de 500 gr. cuesta Bs. 530 (medio millón de los bolívares de 2008); un profesor universitario con grado de instructor gana el equivalente a 15 euros mensuales, y ya comenzamos a ver en los supermercados de Caracas galeras enteras vacías, tal como veníamos observando en el interior del país. Si eso es a 9 días para las elecciones, época cuando el régimen echa la casa por la ventana, reparte dinero a chorros y busca desesperadamente comprar conciencias para que los incautos voten rojo rojito, como será en enero y febrero.
Las elecciones parlamentarias en Venezuela serán muy seguidas por el mundo entero, por el hecho de constatar el cambio, pero también por la percepción que existe de los fraudes que el gobierno puede cometer para burlar el mandato popular. La opinión internacional está clara de los múltiples ventajismos a los que apela el gobierno: usar con descaro los recursos de la administración pública (personal, vehículos, dinero, comida, bebidas, etc.) en la movilización y búsqueda de electores para que sufraguen por el régimen; presionar a los empleados públicos; forzar a los beneficiarios de misiones; usar el mecanismo del voto “asistido”, etc. Sin embargo, la ventaja que dan las encuestas es tan holgada que de nada valdrán estas trampas, porque el voto es secreto, la gente está obstinada de este desastre y quiere salir lo más pronto posible de esta locura.
Los Estados Unidos, Almagro, la UE y los países democráticos de América Latina estarán expectantes con relación a lo que pueda suceder en Venezuela y se han manifestado con celeridad con relación al asesinato del dirigente adeco de Altagracia de Orituco, Luis Manuel Díaz, por parte de brigadas afectas al gobierno.