Dentro de una pequeña vivienda en La Acequia, uno de las crudas villas de emergencia que rodean Caracas, Carlos se prepara para un día de trabajo: cargar municiones, apilar granadas, amontonar chalecos antibalas y pasamontañas negros. “Ahora tenemos un secuestro, así que hay estar listos”, explicó quien con sus 28 años forma parte de una pandilla de 80 miembros. Se dedican a varias actividades desde secuestro y manejo de drogas hasta asesinatos. También hace alarde de un poderoso aliado: el gobierno venezolano.
Por Andrés Schipani para Financial Times | Cronista (Argentina)
“A veces la gente del gobierno nos manda a matar. Trabajamos en sociedad”, contó Carlos señalando los rifles de asalto que según él provienen de la guardia nacional bolivariana. “No me gusta ver a mi país así, pero es en lo que terminó siendo. Nos convertimos en una nación de malandros,” afirmó.
Es espectacular cómo Venezuela se sumió en un estado de matones habiendo sido un modelo de socialismo revolucionario. Hace tres décadas, Venezuela tenía uno de los estándares de vida más altos de Latinoamérica. Hoy, tras 17 años de revolución, la mayoría de la gente no consigue papel higiénico, pese a que el país tiene reservas petroleras mayores a las de Arabia Saudita. La corrupción abunda y la violencia está fuera de control: los 25.000 asesinatos ocurridos el año pasado convierten al país en el más violento del mundo.
Pero este fin de semana los venezolanos elegirán a 167 miembros de la Asamblea Nacional; y, por primera vez en 16 años, la votación probablemente ponga fin a la mayoría del gobierno socialista. Promete ser un momento decisivo.
El presidente Nicolás Maduro prometió hacer “lo que sea necesario” para asegurarse “la victoria”, incluyendo ignorar la asamblea y gobernar en una alianza cívico-militar en “nombre del pueblo”, si bien no hay evidencia de que el pueblo lo apoye. Algunas encuestas sugieren que la oposición arrasará en las elecciones del domingo. El 75% de los venezolanos opina que Maduro no debería terminar su mandato.
La sensación de desencanto es evidente entre quienes antes eran fervientes defensores de la revolución.
Caída libre de la economía
Esa amargura se refleja en la decrépita economía venezolana. La escasez es habitual, los servicios de salud se derrumban. La inflación de tres dígitos ?se calcula en 185%? está destruyendo los progresos sociales. El salario mensual mínimo de 9.649 bolívares equivale a u$s 10 al tipo de cambio paralelo, menos que en Cuba. El FMI estima que este año la economía se contraerá 10%, tras la caída de 4% en 2014. Para 2016 se pronostica una baja de 6%.
La baja popularidad del gobierno de por sí está beneficiando a la oposición, aun en los ex bastiones chavistas. Jacqueline Jiménez vive en Petare, una de las villas miseria más grandes de Latinoamérica. Madre de tres hijos siempre votó al partido socialista gobernante o PSUV; pero ya no más. Su esposo, un albañil, recibió hace dos semanas un disparo camino a su trabajo, todo porque no tenía dinero. “Se suponía que esta revolución nos cuidaría. En cambio, nos está matando, empobreciendo”, se lamenta. “Votaré a la oposición porque este gobierno es inútil y peligroso”.
El país se ubica último en el índice de estado de derecho 2015 que elabora el Proyecto Mundial de Justicia, detrás de Afganistán. Altas figuras como Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y segundo hombre más poderoso de Venezuela, enfrentan acusaciones por tráfico de drogas en EE.UU.
Masivo sentimiento opositor
Corregir la situación en Venezuela será difícil. En los días previos a las elecciones se observa aún más violencia. La semana pasada mataron de un disparo al político opositor Luis Manuel Díaz en un acto de campaña.
La respuesta de Maduro esa noche en la televisión estatal fue la típica. Acusó a la oposición de incitar a la violencia y de pagar a venezolanos armados u$s 50.000 dólares para que “ataquen a la oposición y luego mostrarlos por el mundo”.
Hay un masivo sentimiento anti gobierno”, aseguró Javier Corrales, estudioso de Amherst College, que también dijo que sería un error asumir que esos sentimientos se traducirán en resultados electorales. “Este gobierno no tiene interés en ceder poder”.
Las razones son claras. Si bien la presidencia no está en juego, una mayoría opositora en la asamblea tendría considerable poder. Podría controlar el gasto, otorgar amnistías a presos políticos y retener el permiso para que Maduro viaje al exterior. Una mayoría de dos tercios o aún de tres quintos le daría todavía más poder, incluyendo la facultad de designar jueces. “El gobierno teme a la posibilidad de tener que rendir cuentas. Está muy implicado en delitos de todo tipo”, señaló Corrales.
Alejandro Moreno, un sacerdote y científico social que investiga la violencia desde su vivienda baleada en Petare, concuerda. “No tenemos un estado delincuente, tenemos delincuencia que se apoderó de un estado”, explicó este religioso de 81 años. “Mientras los chavistas sigan en el poder, esto no se detendrá”, agregó.
“Hay un estado paralelo corrupto dentro del gobierno”, señaló Luis Cedeño, del Observatorio sobre Crimen Organizado, una ONG. “Los militares supervisan el contrabando y el tráfico drogas… El estado delegó las funciones a las pandillas de delincuentes”.
Desarmar el aparato
El costo de esta corrupción y violencia es enorme. Asdrúbal Oliveros y Jessica Grisanti, dos economistas locales, estiman que se llevan más del 12% del PBI anual.
El gobierno controla la Corte Suprema, la petrolera estatal PDVSA, el banco central y también el consejo electoral. También tiene el control casi absoluto de los medios, puede usar dinero público para financiar su campaña y obliga a los empleados estatales a votar por candidatos socialistas. Esta combinación representa lo que los funcionarios llaman “maquinaria perfecta que nos llevará a la victoria perfecta” el domingo.
Gran parte de la legitimidad del gobierno se ha evaporado, especialmente para la gente como Maite Hernández. Ella, una ama de casa empobrecida, y su familia fueron desalojados de un departamento en Caracas que les había entregado el gobierno de Chávez. Fueron unos matones como los de la pandilla de Carlos. “Tenían órdenes de devolverlo”, contó. Luego dispararon a su hijo de 23 años y lo dejaron morir.