Lo que debería sorprender al final de las elecciones de hoy domingo, no es tanto que la oposición gane con una mayoría holgada –que ha sido el resultado de otras veces- sino que le imponga la victoria al madurismo.
En este orden, “confiarse” de que una avalancha de votos -más la certeza que cunde a nivel nacional e internacional de que, tanto Chávez, como sus sucesores, se impusieron a punta de adulterar porcentajes y prostituir el voto- son suficientes para contener la adicción al fraude de una dictadura neototalitaria, es tan ingenuo como creer que Stalin, Hitler, Mao o Fidel Castro hubiesen aceptado resultados electorales en su contra.
Aclaro que, no estoy comparando las cataduras de los cuatro dictadores exhumados con las de Chávez y Maduro -aun vivitos y coleando- porque, ni nacieron en el mismo tiempo, ni en los mismos espacios, pero no deletrear su compartido irrespeto a la ley como un rasgo distintivo, tampoco hace honor a la verdad.
Yo diría que Chávez y Maduro trasladaron las guerras a sangre y fuego por el poder de los dictadores del siglo XX, al plano electoral y de legitimidad a través del voto, y que, fue adulterando comicios, robándo votos, y maquillando resultados, como se convirtieron en los dictadores prototipo del siglo XXI.
Quiere decir que, de lo que se trata hoy domingo es de arrollar, colapsar, abatir y derrotar la que llamo la primera “dictadura electoralista” del continente -y quizá del globo- una que se legitima comprando votos a través de un furioso clientelismo político, y anulando, escamoteando y trastocando los votos de la oposición con la incautación de un poder electoral, cuyo personal y directivos son causa eficiente de la dictadura.
En el clásico, “La rebelión de las masas”, el irreemplazable, José Ortega y Gasset, consigna “que la república romana” empezó a declinar según “fue corrompiéndose el sistema electoral”, y es que, en manos de autoritarios, corruptos y delincuentes, las elecciones también pueden servir para introducir o perpetuar dictadores.
La guerra de hoy, entonces, es también por el rescate del sistema electoral, que debe dejar de ser un poder sometido al Poder Ejecutivo, y a sus dueños -Chávez ayer y Maduro hoy-, electo, no por los órganos del Poder Público constitucionalmente facultados para hacerlo, sino, por el dictador de turno, que pasa a darle órdenes como si fuera su agencia “cuentavotos”.
Hoy el CNE, el máximo organismo electoral, tiene cinco miembros en su directiva, de los cuales, cuatro son militantes del partido de gobierno y fanáticos revolucionarios y tienen a mano una estructura que en sus distintas dependencias, y responsabilidades, sigue las órdenes de Maduro, por intermedio de los cuatro rectores “del partido”.
Su historia es, por tanto, la de los fraudes que se han repetido, en tanto no se auditó exhaustivamente su modus operandi y el electorado y el país no convinieron que había llegado la hora de ponerle fin.
Hoy, precisamente, domingo del 6D, podría Venezuela aspirar a reconvertir el voto en lo único que puede ser: el máximo poder con que cuenta el pueblo para legitimar o deslegitimar gobiernos, y ello es posible, porque, por primera vez en 17 años, la comunidad internacional ha desenmascarado los ladrones y los electores venezolanos, en su mayoría, decidieron empezar a desmontar el modelo político y económico, que no solo condujo a la perversión del voto, sino a la destrucción del país.
Es un mamotreto que Chávez llamó “Socialismo del Siglo XXI”, pero que en realidad, para lo único que sirvió fue para instalar en Miraflores, una élite cívico-militar o militar-civico, ya famosa en el mundo por sus nexos con la delincuencia organizada –narcotráfico incluido- y aliada de las distintas subversiones que, en este momento, alzan banderas en el globo contra la libertad, la democracia y el estado de derecho.
“Sus obras” son reducir la economía a ruinas, con una inflación que ya traspasa el 500 por ciento anual, una volatización del poder adquisitivo del bolívar que se cotiza a 900 bs x un dólar, una caída del PIB del 4 por ciento anual, y una deuda externa que se calcula en 200.000 millones de dólares.
Saldo que, unido a la destrucción del aparato productivo interno, más el desplome de los precios del petróleo que experimentaron una baja del 50 por ciento en el último año, situaron a los 28 millones de venezolanos frente a la desaparición de la comida y las medicinas, al extremo de que, el desabastecimiento en estos rubros, ya pasa del 75 por ciento.
En otras palabras que, un apocalipsis que no es diferente a los que se vivieron en la URSS, China Comunista y los países de Europa del Este, y aun se sufre en Cuba y Corea del Norte.
Pero en circunstancias de que, el mundo socialista y comunista desapareció a finales de los 80, y comienzos de los 90 del siglo pasado y Chávez y Maduro procedieron, en consecuencia, a adosar a Venezuela a las excrecencias o residuos de los restos de un naufragio que, por su mismo origen y naturaleza, apesta.
Para ello, no tuvieron más alternativa que camuflarse de demócratas, de partidarios sui géneris de la democracia representativa y parlamentaria, para en la práctica, proceder a despellejarla, descuartizarla, y sobre sus ruinas, construir el reino del engaño, la pobreza, la violencia y el crimen.
De estas añagazas, surgió la “dictadura electoralista”, el sistema de la perversión del voto y corrupción de las elecciones, el que ha celebrado más de 200 comicios en los últimos 17 años, pero previa interferencia del patrón electoral, las migraciones que desplazan o retiran votantes de su sitio de votación para que el gobierno gane sin discusiones, y la violencia que se ejerce a discreción para promover la abstención o persuadir al elector que mejor es votar “por los que mandan”.
Es un sistema automatizado, con máquinas electrónicas, donde los software solo son operados por técnicos adictos a “Sus Majestades”, los rectores, quienes quitan o añaden votos según cifras que se determinan antes del acto de votación.
Pero con un defecto primordial –no hay crimen perfecto- pues, en cualquier circunstancias, las elecciones son un acto político, donde, por más efectivo que sea el control que se ejerza, los electores siempre tienen posibilidades de escabullirse y votar según sus preferencias.
Pero hay algo más importante: el sistema es ineficaz contra los irreductibles que, en las condiciones de un sistema y un gobierno cada vez más desastroso, van organizando victorias, poniendo contra la pared a los malhechores y, si insisten en el fraude, dejándolos en evidencia.
Estas son las armas que empuñan hoy domingo del 6D las mayorías de electores venezolanos y que, no dudo, harán valer para derrotar una satrapía en fuga: la chavista-madurista.