La contundencia emocional del proceso electoral del pasado domingo sobrepasa cualquier precisión conceptual. Ni en los sueños más optimistas hubiésemos programado una noche de tan festiva algarabía. El acostumbrado mutis que retoca la tensión en cada sufragio por parte del CNE, seguía hilando los nervios a un pueblo que tuvo la valentía de expresarse sin miramientos, aplomado con la idea de no dejarse engañar más por bufonadas de la fábrica roja.
Ya las cartas estaban sobre la mesa de la lucha por la justicia. La posibilidad de otra burla nacional había sido acallada con un alud de votos; un pueblo prevenido ante el alarmante anuncio de representantes del órgano comicial de alargar un proceso concluido. Trataron hasta de abrir mesas ya cerradas. Las hordas de motorizados irrumpieron con su tumultuoso accionar de violencia, esperando apuntalar un reverso en el resultado. Nada pudo trastocar la prodigiosa manifestación de descontento, ante un sistema que se come el presupuesto y la tranquilidad de miles de venezolanos.
Cómo pudo llegarse a un resultado tan atronador y valeroso. Las consabidas artimañas eran ya esperadas. Estos podrían ser unos comicios más de tantos que se han enmarañados en los 16 años de desvergüenza. Pero las cifras parecían llegar al final de la tarde, con un ímpetu sin freno de gente motivada a ejercer su derecho a elegir a sus representantes, sin las alarmantes estrategias del color partidista. El voto espontáneo rebosó los centros, dejando estupefacto hasta al pronóstico más exagerado.
Los ojos abrazadores del planeta tuvieron una participación primordial, pues se generó una expectativa enorme, ante tantas sugestivas encuestas que mostraban un margen tan elevado entre uno y otro bando. Eso ayudó a evitar descarados comportamientos por parte de personeros e instituciones nacionales.
Sin lugar a dudas, tres factores le dieron sazón a esta prodigiosa manifestación democrática. El primero lo constituyó el desbordamiento de electores para manifestar su rechazo a la actual situación nacional. El segundo fue el ver a una Mesa de la Unidad Democrática avivada; prevenida ante la común escaramuza del poder y la mentira del pasado, con respuestas acertadas en su momento y un plan estratégico que pareció llevarse de forma acuciosa.
Pero un tercer aspecto le puso un muro juicioso a la infamia. Ya había corrido el rumor un día antes, sobre un cambio direccional del componente militar frente al sufragio del domingo. El ministro de Defensa asumió su papel de preservar la paz y la legalidad del proceso. No se acicaló con la tendencia de un factor político, ni desenfundó algún interés personalista, simplemente ocupó su notable papel institucional y tomó firme posición para respetar la decisión del pueblo.
Hoy la oposición venezolana cuenta con una mayoría calificada en el parlamento. El crucigrama nacional se resolvió esta vez con las respuestas correctas. A partir de este grandioso sufragio podremos cambiar desde la justicia manejada por los antojos del jerarca, hasta recomponer unas instituciones que han representado por ahora al oprobio y al engaño.
El trepidar de los corazones de los venezolanos, anhelando un cambio urgente, se hizo escuchar en las urnas electorales. Podrán faltar algunos platos tradicionales en estas festividades decembrinas, pero lo innegables es que contaremos con una Navidad llena de esperanzas, pues se alcanzó el primer peldaño de la escalera de bondades a la cual subirá Venezuela en el futuro.