El Bravo Pueblo de Venezuela despertó de un prolongado letargo el pasado 6D, y se manifestó de manera categórica, otorgando un claro mandato a la nueva Asamblea Nacional de mayoría absoluta opositora con las dos terceras partes, para iniciar una etapa de rectificación de rumbos ante el totalitarismo imperante en el país desde hace 17 años.
Pese al ventajismo oficialista, la coacción, la intimidación y el fraude, expresado tanto en la manipulación de resultados como en la falta de equidad de oportunidades hacia la oposición mediante el uso de los recursos públicos, la hegemonía informativa del Estado y la cárcel o inhabilitación para tantos dirigentes políticos o juveniles, pese a ello, el pueblo se impuso, habló, y coronó tan histórica jornada. Desde los barrios populares de Caracas hasta los más recónditos rincones del país, incluyendo otrora bastiones del chavismo, el país envió un atronador mensaje: no al hambre, a la inflación, al robo, al abuso de poder, a la violencia, a la incompetencia y a los crímenes impunes en las calles, y sí al rescate de la independencia de los Poderes Públicos que es consustancial a la democracia, y al equilibrio y control político previstos en la Constitución. La imposibilidad de sufragar para cientos de miles venezolanos en el exterior, no varió el resultado.
Hasta el estamento militar, penetrado por el chavismo y por Cuba, cumplió con el deber constitucional de asegurar el respeto a la voluntad popular, y sin que ello amerite exaltarlos a los altares, hay que reconocer y recordar su papel como garantes de la soberanía y de la paz de la nación. El júbilo provocado por estos increíbles resultados, inicialmente reconocidos por Maduro, rápidamente se han visto empañados por las cuestionables amenazas proferidas, de que rechazará cualquier ley de amnistía a perseguidos políticos o exiliados, que activará un Poder Comunal paralelo, que seguirá armando a sus grupos violentos de seguidores, o que está dispuesto a encabezar una revolución radical socialista, exaltando las ejecutorias golpistas de Chávez de 1992. Como si fuera poco, Maduro ofendió al pueblo amenazándolo con no ejecutar planes de viviendas populares donde no votaron por su partido, en una de las más innobles expresiones de que tengamos recuerdo, solo equiparable a la mezquina actitud de la inefable Cristina Fernández de Kirchner ante su flamante sucesor, el hoy Presidente de la nación argentina Mauricio Macri.
Por su parte, uno de los grandes perdedores de esta gesta, Diosdado Cabello, reaccionó promoviendo la insólita designación de la perturbada jueza Susana Barreiros, verdugo de Leopoldo López, como Defensora Pública de Venezuela, y anuncia que la Asamblea Nacional se apresta a designar antes del 5 de enero a 12 Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia con un mandato de 12 años. Se trata sin duda de reacciones de fieras heridas, con una deslucida falta de talante democrático e irrespeto a la voluntad del pueblo que dicen defender, pero que pueden ser fuente de conflictos indeseables en el nuevo escenario surgido a partir de los comicios del pasado 6D.
Los análisis de los constitucionalistas concluyen en que no le es posible al Presidente de la República vetar leyes que hayan sido aprobadas por la mayoría simple o calificada de la Asamblea Nacional, según sea el caso, existiendo solo el recurso de revisión o de examen por parte de la Sala Constitucional del TSJ. Y en cuanto a la designación de los Magistrados del TSJ, la Academia de Ciencias Políticas y Sociales no tardó en manifestar que el anuncio del Diputado Cabello no solo sería reprobable desde el punto de vista de la moral política, pues desconocería la voluntad soberana de los venezolanos, sino porque los magistrados salientes han sido presionados para solicitar su jubilación antes de la culminación de su mandato, y porque la designación de sus reemplazos, como la de otros integrantes del Poder Público, solo puede efectuarse con la mayoría calificada de dos terceras partes, y no con la mayoría simple como se hizo ilegítimamente en 2014. Se requiere además cumplir con los requisitos de selección previstos en la Constitución, entre ellos que se trate de ciudadanos de reconocida honorabilidad, prestigio en el desempeño de sus funciones, de una conducta ética y moral intachables y sin compromisos político-partidistas. Tales requisitos no se estarían llenando en las circunstancias actuales, por lo cual de forzarse la designación, podría ser declarada írrita por la Asamblea Nacional que se instalará el próximo 5 de enero.
Surgen pues riesgos en el horizonte político, por actos desesperados de Maduro, Cabello y el chavismo radical, ya que el mandatario se siente “como sea”, heredero de las glorias del “Comandante Eterno”, apelando a la dialéctica marxista de que “el fin justifica los medios”. Solo que esta vez no todo está a favor de Maduro: los militares ejerciendo una posición más institucionalista, los chavistas decepcionados manifestándose en favor de una rectificación del caos y la bancarrota económica imperantes. Y además, porque en adelante, la Asamblea Nacional podrá ejercer sus atribuciones de control del gasto público, de velar por la rendición de cuentas y corrección de las limitaciones impuestas por el régimen a las libertades fundamentales de la población. En Venezuela se cumple de manera inequívoca la frase del historiador británico Lord Acton (1887), de que “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Corresponde ahora a la oposición, en un momento crucial de su historia contemporánea, consolidar la unidad en la diversidad, llamar a su lado para a los mejores estrategas, juristas y consejeros, pues el inmenso triunfo alcanzado debe ser administrado con tino y sin revanchismos, pero a la vez con claridad y firmeza, sin dejarse acorralar por un gobierno arbitrario y desacreditado, sobre todo cuando la nueva Asamblea Nacional surge de un mandato popular tan definido. Y si el gobierno pretendiera asumir una actitud de rebelión o desacato, la misma Asamblea y las fuerzas del orden, podrán apelar a los recursos constitucionales a su alcance para impedirlo.
Llegamos así a una Navidad especial, con una luz de esperanza en la larga noche que ha sumido a la nación en la pobreza, la fractura, la destrucción moral, institucional y de su sistema económico. El país ha dado un paso firme hacia la recuperación de la libertad y la democracia, y ello debe alegrarnos. Muchas personas que aguardaban el resultado de estos comicios para decidir si emigraban, acompañando el éxodo de más de millón y medio de compatriotas, tienen ahora la opción de esperar. Y los casi cien presos políticos, los perseguidos o exiliados, ven más cercana la hora de recuperar la libertad o retornar al suelo patrio arrebatado. Que Dios bendiga al Bravo Pueblo venezolano por reivindicar con la hazaña del 6D la primera estrofa de nuestro glorioso himno nacional, cuyo mensaje se encontraba momentáneamente extraviado. Una Feliz Navidad para todos los lectores, amigos o detractores, y que el Año Nuevo 2016 marque la apertura del anhelado camino de la libertad, la paz y el progreso, como bien lo merece la amada pero sufrida patria.
“Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios”