Con sus propias reglas, su propio CNE, con el uso ilegal de los recursos del estado y todo el ventajismo imaginable en los medios, el régimen sufrió una apabullante derrota el 6D. Aunque reconocieron haber perdido, incluso ante la comunidad internacional, de inmediato comenzaron las maquinaciones para burlar la voluntad soberana del pueblo.
José Toro Hardy
Por un lado la Asamblea saliente designa magistrados express al TSJ, saltándose a la torera la mayoría requerida (recurriendo a sesiones extraordinarias de dudosa validez con 5 minutos de diferencia), pasando por encima de los lapsos previstos en la ley e incurriendo en lo que muchos consideran un fraude a la Constitución. A mazazo limpio aprobaron lo que les dio la gana, dejando en todos el mal sabor de una trácala.
Intentaron además, según anunció la MUD, impugnar la elección de 22 diputados de la oposición generando tal resistencia -incluso dentro de las FAN- que por lo visto se vieron obligados a dar marcha atrás.
Por otro lado recurren a un “parlamento comunal” para oponerlo a la Asamblea Nacional. Esta figura no representa al pueblo en quien reside de manera intransferible la soberanía, no está prevista en la Constitución y no es el resultado del voto universal, directo y secreto de donde emana la legitimidad del poder legislativo. Ya el régimen había intentado darle base constitucional cuando propuso en el 2007 una Constitución Socialista que fue rechazada expresamente por el pueblo en referendo constitucional. También en aquella oportunidad el presidente Chávez había reconocido la derrota, pero acto seguido anunció que seguiría adelante con su proyecto “sin cambiarle ni una coma”.
Las comunas no son más que el resultado de un rígido pensamiento dogmático. Fueron propuestas por Carlos Marx como una vía para establecer la “dictadura del proletariado”.
Volvamos las páginas de la historia:
Se basan en la experiencia de la Comuna de París de 1871 (episodio revolucionario que duró apenas setenta y dos días y que se produjo al final de la guerra Franco-Prusiana). Dadas las características épicas del evento, se transformó en un hito esencial en la teoría marxista del Estado.
El 28 de enero de 1871 Francia capitula ante Alemania. Poco después estalla la guerra civil en Francia. El 28 de marzo de ese año uno de los bandos proclama la Comuna de París, la cual procede a abolir el ejército, declarar a la Guardia Nacional como única fuerza armada, expropiar bienes de la Iglesia, ocupar empresas y talleres, condonar el pago de alquileres y muchas otras medidas revolucionarias.
Decía Marx, quien participó en aquellos acontecimientos, que la comuna aboliría la propiedad privada: “Sí, caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la riqueza de unos pocos”. Y agregaba: “el proletariado no puede simplemente tomar posesión del cuerpo del Estado… La primera condición para la posesión del poder político, es transformar la maquinaria en funcionamiento y destruirla”.
Los partidarios de la Comuna lucharon con ferocidad e hicieron fusilar al Arzobispo de París, Monseñor Darboy y a varios sacerdotes. París fue pasto de las llamas.
El gobierno francés de la época -encabezado por el presidente Adolphe Thiers- reaccionó con energía. La mortandad fue espantosa y la lucha se generalizó en las barricadas. Algunos dicen que unas 35.000 personas fueron fusiladas. El Journal de Dèbats anunciaba: “Las pérdidas sufridas por el partido de la insurrección, incluyendo muertos y prisioneros ascendía a la cifra de 100.000 individuos”.
También Lenin defendía las Comunas. Eran una estructura para organizar el poder de “abajo hacia arriba” y también “de arriba hacia abajo”. Las llamaba “Comunas Revolucionarias” y eran el camino para establecer “la Dictadura Revolucionaria del proletariado y los campesinos”.
Por su parte Stalin decide en 1929 colectivizar la propiedad de las tierras entregándosela a comunas populares que, según decía Stalin, eran indispensables para implantar la economía socialista. Cerca de diez millones de personas fueron despojadas de sus tierras y de sus hogares y enviadas a Siberia. Al menos un tercio pereció en el traslado. Aquello desembocó en una hambruna entre 1932 y 1933, donde la cifra de víctimas se calcula en otras diez millones de personas, porque además de la drástica reducción de la producción agrícola en manos de las comunas, el gobierno engañó a los campesinos robándoles el fruto de la venta de sus cosechas. En Ucrania aquel deplorable evento se conoce como Holomodor y fue declarado como genocidio por la ONU.
Mao por su parte aplicó desde 1946 las Comunas al estilo de la URSS; pero en 1958 crea cerca de 25.000 Comunas. Creyó Mao que a través de la colectivización obligatoria y el trabajo en masa, China podría lograr el “El Gran Salto Adelante”. El experimento concluyó con una hambruna en la cual murieron cerca de 30 millones de chinos.
Stalin y Mao recurrieron a las comunas en el apogeo de su poder político y estas condujeron a una catástrofe humanitaria. Resulta inconcebible que un régimen menguante, que ya ha perdido el favor popular y que tiene al país hundido en una de las peores crisis de su historia pretenda evocar figuras de esa naturaleza ante una sociedad hastiada del modelo socialista.
Deberían entender los gobernantes que una cosa podían hacer con el petróleo por encima de 100 dólares el barril, el apoyo de un pueblo hipnotizado por Chávez y la indiferencia internacional y, otra cosa muy diferente ocurrirá ahora, cuando esas tres condiciones han variado. Su tozudez dogmática y sus acciones desesperadas despiertan cada vez más repudio entre los venezolanos y acercan al régimen a un final previsible.
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@josetorohardy