¿Qué pensaría usted si le dijeran que hay un país en la América Latina con un altísimo porcentaje de su población sufriendo poliomielitis? Seguramente le costaría mucho entenderlo porque esa enfermedad, que llegó a ser un terrible flagelo mundial hace ya algunas décadas, está hoy prácticamente erradicada de la faz de la tierra, gracias a tratamientos preventivos, incluyendo vacunas que son muy conocidas, eficaces y baratas. Prácticamente no existe hoy excusa alguna para que un niño sufra de poliomielitis en parte alguna del mundo.
Usted entonces se preguntaría, en el caso hipotético del país latinoamericano abrumado por la poliomielitis: ¿qué pasa con su gobierno, sus servicios de salud, sus médicos?; se preguntaría si es que acaso ese país está tan desconectado del resto del mundo que no puede enterarse de lo que otros países han hecho desde mucho tiempo atrás en esa materia; si es que ese país no puede recibir si quiera el auxilio de la Cruz Roja Internacional.
Se sorprendería usted aún más si le dijeran que ese país, gravemente aquejado por la poliomielitis, es el que ha recibido por muchos años el mayor volumen de ingresos fiscales per cápita de la región. Usted simplemente no lo podría entender. Pues bien, algo similar a esto ocurre con la exorbitante inflación que padece Venezuela, la más alta del planeta. Esa es una enfermedad de la economía cuyas causas y consecuencias el mundo entiende hoy bastante bien y que, por tanto, sabe tratar. Es así que en América Latina casi todos los países la han logrado controlar, incluyendo aquellos bajo gobiernos amigos o cercanos al régimen de Maduro.
Nicaragua cerró el año 2015 con 3.5% de inflación; Bolivia con 4%, Ecuador con 5%. ¿Cómo es que el régimen venezolano no se ha podido ilustrar siquiera con los gobiernos de esos países a los que considera sus amigos? La particularidad de la situación venezolana con el tema de la inflación no termina allí, porque no solamente es que el país padece la inflación más alta del planeta, es que además la padece en un tiempo en que una buena parte del mundo más bien enfrenta los problemas y riesgos de la enfermedad contraria: deflación.
Volviendo al ejemplo de la poliomielitis, resulta que al país imaginario del que hablamos, se le ha complicado el cuadro clínico de su población con otra serie de graves enfermedades y usted lo que oye decir es que sin que se hayan introducido cambios en su gobierno, ni en el sistema, políticas o programas de salud, se ha declarado un estado de emergencia.
Vuestro escepticismo sobre los resultados de esa acción será extremo. En el caso venezolano, lo que haga el régimen durante y como parte del llamado estado de emergencia económica, no solo no permitirá salir o paliar la crisis sino que la profundizará. Ya no hay espacio para ninguna esperanza con el régimen actual venezolano, que no sea la de su propio final. Por allí comienza la sanación.
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