El extraño amor a las muñecas de la suerte (fotos)
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Camino de un templo budista, Natsuda Jantaptim comenta los gustos de su “bebé” Ruay Jang, aficionado al batido de fresa. A primera vista, una conversación clásica de una madre de familia, salvo que Ruay Jang no es una niña sino una muñeca de plástico.
Conocidas en tailandés como “thep de Luuk” (niños de los ángeles), estas muñecas, que cuestan hasta 600 dólares, fueron popularizadas hace más de un año por celebridades que decían que gracias a ellas habían alcanzado el éxito profesional.
“Dormimos juntas en la misma cama, ella tiene su propia almohada y sus propias mantas”, explica Natsuda Jantaptim, propietaria de un salón de belleza en Bangkok, a la AFP. Por la mañana, asegura, “le gusta beber batido de fresa”.
En Tailandia, el budismo, las supersticiones y las prácticas místicas conviven y mucha gente piensa que la magia negra o los rituales ocultos pueden traerles suerte o apartar de ellos todo lo malo.
Los aficionados a las muñecas piensan que éstas contienen el espíritu de un niño, y por lo tanto deben ser tratadas como seres vivos. A cambio, los propietarios serán recompensados, según creen.
Así, en los restaurantes, los aviones y en el cine se ve cada vez a más tailandeses desplazarse con una muñeca a su lado.
Para Natsuda, la razón es evidente: desde la llegada a su familia de la muñeca, hace ocho meses, tiene mucha más suerte.
“Desde que tengo a Ruay Jang, mi vida ha cambiado de verdad. Por ejemplo, he ganado la lotería, cosa que nunca me había ocurrido”, afirma esta mujer de 45 años, madre de una hija de 22.
Más del 90% de los tailandeses se declaran budistas, aunque en el país se dan también tradiciones hinduistas y animistas. De esta forma, la planta número 13 no existe en los edificios, los dirigentes políticos recurren a la numerología o los consejos de videntes, y los amuletos forman parte del día a día.
– ‘Maldito seas, imbécil’ –
Sin embargo, la fascinación de algunos tailandeses por estas muñecas son también fuente de críticas.
“A veces me da miedo cuando las veo en el tren”, admite Lakkhana Ole, un grafista de 31 años que vive en Bangkok.
Según un sondeo publicado esta semana por la universidad Suan Dusit Rajabhat de Bangkok, dos tercios de la población ven estas muñecas como algo positivo si les pueden ayudar a romper con la soledad o a darle un sentido a su vida.
“Esto demuestra que la sociedad está en crisis”, comenta a la AFP Phra Buddha Issara, un monje nacionalista muy conservador, famoso por sus airadas denuncias de las derivas comerciales del budismo tailandés.
“Si usted se siente solo, es muy fácil: basta con salir y hablar con sus vecinos, interactuar más con los demás, hacer cosas buenas”, explica.
¿Y que haría si le pidieran bendecir a una muñeca? “La única cosa que esa gente recibiría de mí es un ‘maldito seas, imbécil'”, asegura.
En Nonthaburi, en el templo Bangchak, el monje Phra Ajarn Supachai no tiene la misma posición, tanto que regularmente organiza oraciones por las muñecas y sus propietarios.
“Recibimos a unas diez personas por semana”, que vienen con sus “acompañantes”, afirma el monje, quien asegura que el fenómeno empezó hace unos tres años.
En la ceremonia, Natsuda y su amiga Mae Ning, acompañadas de sus muñecas, entonan las oraciones en voz alta, y a continuación el monje vierte agua bendita sobre todos los asistentes, ya sean de carne y hueso o de plástico.
Mae Ning, coleccionadora de muñecas, estima que lo que muchos tailandeses buscan es un poco de apoyo. “Algunos están estresados por culpa de la economía, la política, su trabajo y sus finanzas, y tienen ganas de agarrarse a algo”, explica.
Según Natsuda, “cuando la gente tiene muñecas, se siente feliz, como si se encontrara en otro mundo”.