El 1 de enero de 2016 se cumplieron 40 años de la entrada en vigencia de la Ley de Nacionalización Petrolera en Venezuela. Aniversario inadvertido hasta por los protagonistas de aquella decisión que andan vivos por ahí, quizás por no hacerse acreedores de algún insulto chavista recordándole aquello de la “nacionalización chucuta”. Como la bautizara Pérez Alfonso para enchavarle la fiesta, desde las entrañas mismas de AD, al señor Pérez y ensuciarle sus chaquetas a cuadros y sus patillas bolivarianas con eso del artículo 5to de la ley que dejaba una ventana abierta para que las transnacionales de los hidrocarburos pudieran entrar en caso de incendio para apagar el fuego encendido por la corrupción y la ineptitud.
Fue acto de factura “nacionalista y patriota” que tanto le hubiera encantado protagonizar al Innombrable, al punto de que en 2005 se inventó una nueva nacionalización petrolera. Pero total, fue al Gocho de Rubio a quien le tocó clavar la bandera para hacernos del petróleo y también para arrebatarle la principal bandera política a comunistas, masistas, miristas, banderosos y demás izquierdosos de aquel tiempo, quienes a partir de entonces sintieron que sus programas políticos eran algo menos que un estorbo. De que ese día se cumplían cuatro décadas de la principal gesta épica civil de la democracia “puntofijista” todos se olvidaron. Nadie se dio por enterado que llegaba a la edad de “adulto mayor” la fecha en la cual la administración y la ejecución de la riqueza petrolera quedó bajo el control directo del Estado venezolano. La historia que debió seguir, según la esperanza de todos, era que los frutos de ese recurso fueran orientados para el logro de la “independencia económica”, que figuraba como la gran frustración nacional luego de haber conquistado en Carabobo la “independencia política”. Los venezolanos que nacimos todos con un techo para la grandeza llamado Bolívar, teníamos esa tarea para ver quién le llegaba aunque sea cerca en su gloria. Y fue Pérez el “afortunado”, hasta sus maquilladores hicieron todo por asemejarlo al hijo de Caracas. Bolívar y Pérez, Pérez y Bolívar, cada uno en lo suyo, y entre el chorro de dólares del boom petrolero iniciado en el 73 y la “grandeza” del hijo de Rubio por aquella proeza, las filas de la izquierda tradicional no superó nunca “el 6 por ciento histórico” y detrás del Gocho se pegaron no pocos viejos guerrilleros y “cabeza caliente” para encontrar puesto en las filas de AD.
El desarrollo económico nunca llegó y ahora apenas si seguimos siendo el mismo “campamento petrolero” del cual alguna vez habló Cabrujas, claro está un poco más grande y con mayores penurias de las pintadas por Miguel Otero Silva y Ramón Díaz Sánchez en sus novelas. Acosados por la enfermedad del “rentismo” recién descubierta por el crío del Galáctico para incorpórarla a su precario léxico diario como suerte de mampara o de un porsiacaso para ocultar su ineptitud, sin admitir además que el principal virus que profundizó a grados insólitos su inoculacion en la sociedad fue justamente su progenitor con su depredación del erario público en la mayor bonanza petrolera de la historia.
II.-
Y bien, ¿qué es el rentismo? Según nuestro amigo Diego Bautista Urbaneja, rentismo es “el reclamo de la renta”, se sobrentiende que en nuestro caso se trata del rentismo petrolero o reclamo de la renta petrolera. Diego se echó unos cuantos años de su vida haciendo un gordo libro donde explica, cultamente, con el rigor de un notorio académico, cómo los venezolanos nos convertimos “en una sociedad de reclamadores de renta”; yo prefiero, sin pretender poner en su boca palabras que no ha dicho mi pana, decirlo en román paladino: Diego nos echa el cuento de cómo llegamos a convertirnos, de un lado, en una banda de pedigüeños, en una tropa gritando “dame lo mío”, “a mí también me toca un pedacito de este pozo petrolero llamado Venezuela”. Y peor aún, del otro lado, en una pandilla de “asaltantes de la renta”, de altos beneficiarios del poder a través de concesiones y contratos, parte del cuento que lamentablemente Diego, supongo que algún día, no echa sino de refilón
Esta mentalidad, con todos sus matices, ya está en el ADN de todos los venezolanos, se formó desde el reventón del pozo Barroso II hasta el último viaje de Maduro tratando, infructuosamente, de convencer a los árabes sauditas de que el negocio que les conviene es recortar la producción petrolera para subir los precios del crudo y continuará por largo tiempo. En la formación de ese pensamiento en la sociedad venezolana viene desde que, a la muerte de Gómez, el eminente Caracciolo Parra Pérez, le escribiera al Dr Diógenes Escalante que “Es indispensable que consejero escuchado como serás del Presidente (Eleazar López Contreras) le ofrezcas desde el principio una cooperación eficaz de ideas sanas y practicables. Nada de sistemas: un programa”. Sugerencia que terminaría aterrizando en el famoso Programa de Febrero. El primer gran programa de políticas públicas de Venezuela contemporánea. En el cual se abre el chorro petrolero para contener la protesta social que siguió a la muerte del déspota. Cuya aprobación y difusión se adelanta para ese mes luego de la inmensa jornada de protesta del 14 de febrero, reclamando democracia y con ella reclamando satisfacción de derechos económicos y sociales; es decir, “reclamando renta”. Es un pensamiento que ha mutado en sus formas y perfeccionado en su esencia, bien en la naturaleza de los pedigüeños o en la de los asaltantes de renta. Desde entonces ha pasado por el dólar a 4,30 en los días de la cuarta o en la versión de vida más corta en la quinta, pasando por “Miami ta’ barato dame dos” y los “Doce apóstoles” de los años setenta, hasta las misiones y la depravación de los narcosobrinos y los bolichicos en Andorra, Suiza, China, etc.
III.-
Así como la mentalidad autoritaria que busca siempre los caminos verdes para resolver los desajustes económicos, sociales y políticos, la mentalidad rentista está sembrada en la sociedad venezolana. El desbordamiento del populismo chavista durante 16 años consecutivos la acentuó. Las consultas de los estudios de opinión revelan la resistencia de al menos uno de cada dos venezolanos al incremento de la gasolina, la eliminación de los controles de precios y de cambio o la liberación del dólar. La gente siente que esas medidas podrían afectarlas y se resiste. El heredero lo sabe, mide la opinión a diario y le aterra las consecuencias. Se niega a cargar con su bacalao y pretende arrastrarnos a todos hacia el abismo con la radicalización de su revolución. En un acto de desesperación se mueve por expropiar lo poco que funciona, por depredar las únicas áreas sanas de la economía privada.
En el seno del chavismo hay resistencia, oposición a sus desmanes. Toca a la MUD diseñar una política de alianza con esos factores. Ello supone detectar cuáles son y dónde están. Promover el acercamiento, sin asco y con respeto. La tarea que está por delante es el cambio, una aspiración de cerca del 90 por ciento de los venezolanos que no será posible sin incorporar a los que se encuentran del otro lado de la acera pese a coincidir con nosotros. En ellos hay conciencia de los peligros que corre la república, pero no hay confianza en nosotros. Necesitamos construirla con urgencia. El tiempo de la calle, el del hambre y las necesidades del pueblo corre a una velocidad mayor que el de la política, por lo que quienes hacemos política debemos pegar el oído al piso para escuchar por dónde viene el barullo y no nos llegue de sorpresa la gente tomando por la fuerza lo que que no se le da por las buenas.
PD: Al mismo sujeto que le hace los mandados y los discursos a Maduro, le sugiero regalarle (y ex-pli-car-le) un ejemplar del libro de Diego, se llama “La Renta y El Reclamo”, Caracas, Editorial Alfa, 2013. Valga la cuña. ¡De nada, “Mantuano”!