Editorial El Nacional: El renunciante esperado

Editorial El Nacional: El renunciante esperado

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En el caso de Emparan, fue sencillo. Un poco de presión de los cabildantes, quienes lo pusieron al tanto de lo delicado de la situación y de la firmeza de sus intenciones, bastó para que el capitán general dijera su famosa frase y se pusiera a hacer maletas: “Yo tampoco quiero mando”. ¡Ah mundo! Pero desde entonces han faltado las renuncias en Venezuela, no en balde el poder, como dice el refrán, “jala más que dos carretas”. Nadie lo suelta de buenas a primeras ante la solicitud de otros factores de poder.





No obstante, jamás se había anhelado tanto en Venezuela un segundo capítulo de esa insólita renuncia de los inicios republicanos, jamás se había pensado, desde las perspectivas más diversas y desde el seno de los intereses más heterogéneos, en la necesidad de despedir a un mandatario para que comenzaran a enderezarse las cosas. Los ojos puestos en Nicolás Maduro como alternativa de un desenlace capaz de satisfacer las necesidades nacionales y de evitar problemas mayores, son persistentes y ubicuos. El detenerse en las limitaciones y en la inhabilidad de una sola persona como posibilidad de marchar hacia una sociedad mejor, o por lo menos hacia una convivencia alejada de las calamidades de la actualidad, predomina en una atmósfera que es, paradójicamente, pesada y esperanzada.

El hecho de que, según se ha filtrado en la prensa sin que nadie desmienta la versión, el clamor haya tomado calor en la dirigencia del PSUV, dice mucho sobre la necesidad impostergable de establecer un vínculo entre el remiendo de los entuertos y el adiós del primer mandatario. Muchos líderes del partido de gobierno sienten que, en medio de una crisis capaz de salirse de cauce más temprano que tarde, la salvación del pellejo depende de un remedio inmediato que no los sacrifique a ellos en las primeras de cambio, o que les permita la sobrevivencia en la medida de lo posible. Tocan tierra firme antes de la llegada del terremoto, en una demostración de sentido común que no deja de ser oportuna. Las fuerzas armadas no han dicho nada al respecto, o todavía no se sabe públicamente lo que vienen diciendo, pero es obvio que deshojan la misma margarita.

La oposición ha planteado salidas que no son inmediatas ni seguras: la reforma constitucional, la convocatoria de una Asamblea Constituyente o el referéndum revocatorio, por ejemplo. Sin embargo, como se trata de caminos relativamente parsimoniosos cuyos resultados dependen del vaivén de las circunstancias, sus voceros no dudan ahora en plantear públicamente la necesidad perentoria de la partida de Maduro y de insistir en ella sin vacilación. Se cierra así un círculo cada vez más evidente y férreo, construido por diferentes voluntades políticas que miran a una sola conclusión determinante.

¿Se dará cuenta el presidente de que no está frente a “vapores de la fantasía”? ¿Lo aprecian así sus íntimos, los que comparten su mantel, sus manjares y sus sábanas? Es bien probable que no quieran mirarse en el espejo de Emparan, pero allí está el espejo reflejándolos de cuerpo entero. A él y a ellos.