El paso es a cuentagotas por la frontera cerrada

El paso es a cuentagotas por la frontera cerrada

(foto Daniel Pabón)
(foto Daniel Pabón)

A primera hora y a mediodía, más cuadernos y uniformes. Durante la mañana, muchos récipes e informes en mano. Por la tarde no paran de arrastrar maletas. Atravesar de forma lícita la frontera del Táchira con Colombia, esa que sigue cerrada por tiempo indefinido desde hace seis meses, es una licencia que a diario obtienen unas 6 mil personas en promedio. Así lo reseña lanacionweb.com / Daniel Pabón

En la avenida Venezuela de San Antonio toda ubicación tiene un por qué. A cuadra y media de la Aduana Principal, por el canal que desemboca en el vecino país, transcurre el primero de cuatro filtros para quienes usan los pasos autorizados. En la otra mitad de la vía, taxistas y mototaxistas se apiñan para transportar a quienes entran.

Esa suerte de primera estación no es más que una mesa plástica bajo un árbol sembrado en la isla en donde efectivos de la Guardia Nacional revisan papeles y resuelven dudas. A partir de allí, cada tanto se va formando una cola de rostros, acentos y vestimenta heterogéneos. Su telón de fondo son comercios, unos abiertos y solos, y la mayoría cerrados o desmantelados.





La cola se conforma con estudiantes como Iván Betancourt, un joven que la hace a diario para ser chef de cocina. “En esto se me va como una hora”, pondera. Como él, desde enero y hasta el 17 de febrero, salieron por los puentes internacionales Bolívar y Santander unos 61 mil alumnos, la mayoría de primaria y secundaria.

La fila se hace más larga por los pases médicos. En el último mes y medio, y según estadísticas oficiales a las que tuvo acceso Diario La Nación, tramitaron por ambos puentes 12 mil 696 casos de salud. Casos como el de Isbelia Ortiz, una rubiense que va mensualmente a gastar 40 mil bolívares por el tratamiento para enfermedad de Alzheimer de su mamá.

La segunda parada coincide con la esquina de la Aduana Principal. Allí otros guardias interrogan a cada persona sobre el motivo de su salida. Es zona militar, y por eso está prohibida la permanencia en esa área. Circulan, pero bajo la edificación aduanal otro uniformado escruta a cada persona de la fila, que sigue el orden una detrás de la otra.

(foto Daniel Pabón)
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Los que inventan excusas

En la cuarta y última estación, mientras personal del Saime contrasta con listas impresas los pasos de trabajadores y estudiantes, un militar y un médico analizan cada caso médico. Las condiciones no están escritas en ningún lugar visible. Los funcionarios deciden conforme a las órdenes recibidas, bajo la sombra de los árboles de la plaza de la Confraternidad.

Aquí es donde, desde esta semana, rebotan al viajero que tenga a Colombia como destino: la nación vecina debe ser un puente aéreo hacia otro país para que el paso por la frontera se termine de concretar. Aquí es donde devuelven a quien enseña un informe médico del año 2014 (actual, para los funcionarios, es el fechado en 2016).

Un tiempo en la plaza permite conocer que está siendo, a veces, espacio de inconsistencias: Han detectado carnets industriales falsos. Un paciente dice que va a comprar una caja de Eutirox, fármaco para la tiroides que en Venezuela cuesta 125 bolívares pero está escasísimo, pero no carga encima los 140 mil pesos o su equivalente en moneda nacional necesario para adquirirla. Alguna persona llega con informe de un odontólogo que le haría en Cúcuta un examen que es propio de los otorrinolaringólogos. Otro profesional se hace pasar por estudiante, pero debajo de los cuadernos lleva implementos para trabajar.

De allí al límite internacional nadie pasa solo. En la plaza, las personas deben esperar a que la cola llegue a por lo menos 10 o 20 para, en fila y siempre acompañados por un uniformado, marchar por la acera derecha del puente. Impera el silencio, a no ser por el canto de los pájaros. Allí no ha llovido este año, y el río Táchira en ese tramo se redujo a un hilo.

Un total de 120 mil 663 personas han cumplido este procedimiento de salida en lo que va de 2016, según las cuentas oficiales. Se trata de una multitud equivalente a toda la población de la parroquia La Concordia o de Táriba. De la cifra, destaca que hubo 1.393 abandonos voluntarios (colombianos que se fueron del país) y 5.805 pases con carnet industrial.

(foto Daniel Pabón)
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“Pagando también se pasa”
El puente Simón Bolívar dibuja dos realidades, no solo estructurales, porque la mitad venezolana de las defensas es amarilla de cemento y la colombiana plateada de metal, sino porque mientras de este lado se aprecian más controles, así como dos militares y dos civiles de migración en el justo límite, del otro apenas si al fondo se divisa un toldo.

“Por aquí es sencillo. Cualquier colombiano puede llegar a donde empieza el puente, ese es el único punto de control”, asegura un cucuteño que no pudo pasar ese día, pero que, afirma, una noche a cambio de pagar 10 mil bolívares a militares venezolanos cruzó una trocha para “hacer diligencias” aquí.

Quien también atestigua que pagó, pero 15 mil bolívares, fue un habitante de San Antonio que viajó a Cúcuta semanas atrás: “Tenía los papeles para comprar un tratamiento a mi mamá enferma en el hospital, pero no me dejaron. Pagando sí pasé normal por el propio puente, no por trochas”, aclaró, al pedir la reserva de su identidad por temor a represalias.

(foto Daniel Pabón)
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Regresan tras ver abastecimiento
Por la acera izquierda del puente Simón Bolívar, también a cuentagotas van llegando de regreso quienes ya asistieron a clases, compraron el medicamento o cumplieron el tratamiento de salud. Las autoridades registran 117 mil 622 entradas al país de personas por este paso y el puente Santander, entre el 1° de enero y el 17 de febrero.

El registro incluye a personas como Carmen Rodríguez, ama de casa que vive en Villa del Rosario, pero que viene a un tribunal de San Antonio cada 15 días. “Allá todavía venden leche Casa de Mercal, aceite Vatel y mayonesa Mavesa”, asiente, al comparar que los “precios de bachaquero” no son tan atractivos para el consumidor colombiano.

Cuando esta cola se hace nutrida, entonces un militar autoriza la marcha de los que regresan. Los escoltan. Después de pasar frente al mural del Libertador, enfrentan su equipaje a la revisión de rayos X. “Solo trajimos las medicinas y unos poquitos pañales para el consumo del bebé”, confesó Pedro Camargo, rubiense que repetía este procedimiento por tercera vez.

Así, a cuentagotas, universitarios con cuadernos, viajeros con maletas, trabajadores con carnet, enfermos con récipes y representantes con sus niños, son la excepción diaria de la frontera cerrada. Unos van con sinceridad; otros intentan (o logran) burlar los controles. Varias cámaras de seguridad registran todo, y desde Miraflores los observan.

Las materias primas sin salvoconducto
La zona comercial de Ureña es un mosaico de santamarías cerradas, maniquís desnudos y tiendas calladas. Varios agotaron la mercancía durante la temporada navideña y ahora no tienen qué exhibir.

El local de ropa de Suary Castellanos apenas se está “desperezando”. Abrieron esta semana, luego de verse obligados a dar vacaciones colectivas desde finales de diciembre. ¿Con qué iban a producir en enero, si la tela, los cierres y hasta los hilos decían “hecho en Colombia”?

Se acabó la materia prima, confirmó José Mendoza, encargado de una tienda de jeans que bien puede vender una sola pieza al día aunque, en esa jornada, eran las 4:00 de la tarde y parecía que la caja terminaría en cero.
Al llevar medio año paralizado el tránsito legal de mercancías, el comercio formal es uno de los grandes perdedores de esta historia. El DANE, instituto colombiano de estadísticas, reveló hace poco que el intercambio comercial entre Venezuela y Colombia se contrajo 45 % entre enero y noviembre de 2015.