La de Venezuela raya ya en una crisis humanitaria. El desabastecimiento de comida y medicinas se ha convertido en una verdadera calamidad que nos ha regresado a la realidad de las muertes por desnutrición, así como al fallecimiento por falta de medicinas, lo cual si es una deprimente novedad en la Venezuela de las últimas seis décadas. Las enfermedades crónicas que son totalmente llevaderas, se han convertido en una nueva causa de mortalidad prematura. La destrucción de nuestro aparato productivo es un récord que debe asumir esta llamada revolución que ha hecho que no produzcamos en Venezuela lo que consumimos y que con las importaciones financiemos a empresarios y trabajadores de otros países.
Por otro lado, en nuestra patria, el trabajo ya no es garantía de vida mejor. Trabajes formalmente o informalmente, estés en la condición que estés, siempre verás desmejorado tu poder adquisitivo y tu remuneración siempre alcanzará menos aunque nominalmente sea superior. Y es que la destrucción de la moneda es otro de los récords que deben atribuirse a este pésimo gobierno de 17 años. El proceso inflacionario que ha sido generado por las políticas gubernamentales es de los peores daños que se ha hecho al país.
Los problemas económicos se han traducido en profundos dramas sociales que debemos atender con urgencia. Allí está el problema de la inseguridad que sólo en materia de vida, que es el don más preciado que tenemos, se cobra 28 mil en un año. Pero si a esto agregamos los robos, hurtos, secuestros y una lista larga de delitos, es indudable que vivimos en el mundo de la zozobra y de la desesperación.
Mención especial merece la prestación de servicios públicos. No hay un solo servicio que podamos decir que ha mejorado en estos años de gobierno. La centralización –que vacía de competencias y recursos a gobernaciones y alcaldías–, la ineficiencia, la partidización y la corrupción son los flagelos que impiden que podamos tener una mínima calidad de vida. Lamentablemente hemos llegado a niveles que nos ubican en tiempos decimonónicos. Venezuela es el país de la crisis. Crisis de agua, de cloacas, de gas, de electricidad, de transporte público, de basura, de contaminación ambiental, de ornato público, de vialidad, de infraestructura –educativa, de salud, deportiva, cultural-, de vivienda, de cementerios, de convivencia, de organización comunitaria, crisis de todo es lo que hay en este país.
Esta crisis profunda va generando conflictos sociales que cada vez revisten más gravedad. La gente, llena de indignación, protesta en las colas. Los trabajadores, en la calle, exigen reivindicaciones laborales. Mención especial merecen los maestros, los profesionales de la salud, los policías. Sueldos equiparables al salario mínimo que no cubren ni el 10% de la canasta alimentaria. Venezuela es una olla de presión que podría estallar ante la vista complaciente e inepta del gobierno más indolente que ha registrado la historia de este país.
La convicción de que este gobierno no va a tomar ninguna medida que resuelva la situación, nos lleva a la lucha por sacar del poder a quienes sólo les importa el poder. Así que la solución comienza por cambiar constitucionalmente al gobierno. La Unidad democrática discute cual es la vía más eficaz de solución. Ojalá pronto resuelva y asuma tanto el referendo revocatorio, que lucharemos en la calle, como la enmienda constitucional, que lucharemos en la Asamblea, y que la primera que se dé, con trabajo, lucha y sacrificio, abra las puertas a la atención global de esta crisis sin precedentes. Venezuela bien vale la pena.