Fue su respuesta y su mirada se perdió, mientras observaba al fondo, hacia abajo, donde se apreciaban unas llamaradas. Eran los días de las guarimbas en varias ciudades venezolanas. Quizá el periodista esperaba que la mujer, una señora de rostro sereno, negro, quien tenía experiencia de vida recia, sacrificada, daría una respuesta a favor de las revueltas que día a día encendían las calles.
Pero no. Esa fue su respuesta. Seca y clara. Al periodista no le quedó de otra que irse por las ramas y seguir preguntando. En fin. Que de esa entrevista a esta fecha, han pasado dos largos años.
Y en las redes sociales, en entrevistas que aparecen sobre la crisis venezolana, gran cantidad de personas continúan solicitando que esto se acabe. Que “el pueblo” es flojo, entreguista, y hasta irresponsable porque no hace nada para salir de este atolladero.
Sobre esto, responderé con varios ejemplos de la historia. Los países europeos duraron cerca de 12 años para salir de las garras de Hitler y su nacionalsocialismo. Es más, varios países, entre ellos Alemania, Francia, Italia, debieron ser auxiliados por otras naciones para ser liberados.
La antigua Unión Soviética, URSS, implantó su denominado sistema socialista por más de 70 años, sobre Polonia, Hungría, Bulgaria, Letonia, Estonia, Ucrania, entre otros países. Al final, la gente hastiada, famélica y sin otra esperanza, le cayó a mandarriazos al muro que dividía a Berlín en dos partes.
La era franquista, en España, donde el dictador Francisco Franco doblegó a la población asesinando, torturando y exiliando a sus enemigos políticos, duró desde 1939 a 1975. Franco y sus secuaces, murieron de viejos, de gordos y ennoblecidos…”por la gracia de dios”.
Pinochet gobernó Chile por 17 años. Se apoderó del gobierno en un cruento golpe de Estado. Persiguió a sus opositores a sangre y fuego. Hasta en el exterior hubo atentados, planeados por sus esbirros.
A quién, hoy, se le ocurre tildar al pueblo francés de innoble, de inútil, de malagradecido. Quién, hoy, alza su voz para culpar al pueblo ruso, ucraniano, polaco, de entreguista, de poca valentía. Quién, hoy, se atreve a acusar al pueblo chileno de vago, de adulador, de hipócrita y falso.
Solo en Venezuela a unos cuantos, de mente obtusa, inmediatista y de vida fácil, se les ocurre estar escribiendo por las redes sociales y hasta en artículos de opinión, que “el pueblo venezolano” “la gente” “nosotros” somos una cuerda de flojos, de mediocres, de cobardes, porque no salimos a la calle a matar guardias nacionales, malandros y chaviztas, con pistolas de cartón, palos y piedras.
Los pueblos, las sociedades y los ciudadanos tienen siempre el deber sagrado de resguardar, cuidar y velar por su integridad, como primerísima prioridad. Aún y a costa de falta de seguridad, alimentación, medicinas y otros deberes que todo Estado debe garantizarle.
La vida es la prioridad suprema. Sin ella nada tiene sentido. En la Venezuela del siglo XXI estamos en una guerra, del Estado-régimen-partido, contra los ciudadanos. Que no existan bombardeos, fusilamientos masivos o aniquilación de aldeas o barrios. Pero existen asesinatos, a través de bandas y macrobandas de individuos que el Estado permite, por omisión de responsabilidad, quienes anualmente dejan una estela cercana a las 23 mil víctimas. Además de las cientos de miles, ya millones de venezolanos, mutilados, sea física como psicológicamente.
Esta es una guerra moderna, asimétrica, donde no hay declaración alguna que la oficialice, pero sí, donde todos estamos sentenciados a morir trágicamente: por robo, secuestro, arrebatón, o porque le caímos mal al delincuente. O peor; porque el delincuente está en proceso de formación y debe presentar al “lucero” y éste al “pran” evidencias para ser aceptado en la banda.
La población venezolana está pasando por una experiencia, en esto única en el mundo, donde es sometida, controlada y manipulada, de manera directa, en caseríos, urbanizaciones y barrios, por megabandas absolutamente jerarquizadas. Mientras que por otra parte, se delinea un modelo artificial de vida, donde se accede a la riqueza (específicamente material) a través de actos de fuerza, violencia y corrupción.
Salir de esta vida antinatural, desdoblada e impuesta, no es fácil. La han implantado cerca de un cuarto de millón de dirigentes, a través de medio millón de portavoces; secuaces, luceros y testaferros. Y donde otro cuarto de millón se encarga de crear zozobra, terror, imponer formas crudas de tráfico de influencias, drogas, víveres, medicinas, para que la población no haga nada más que buscar sobrevivir.
Poco más de un millón de malvivientes, hombres de cuello rojo-rojito, pranes, pillos, enchufados y bolichicos, no podrán contra 30 millones de honestos venezolanos. Pero tienen armas, influencias leguleyas, alimentos, medicinas y propaganda.
La respuesta del pueblo son las constantes huelgas, manifestaciones, actos de rebelión en las continuas colas, trancas de calles, avenidas y carreteras. Eso es diario. De día y de noche. Fines de semana y feriados. Ahí está la sociedad venezolana, mayoritariamente, rebelándose contra un régimen absolutamente corrupto, obsceno, militarista, autoritario y arbitrario.
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