La historia es conocida. Después del golpe de Estado de 2002, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, reunió a sus más cercanos colaboradores y les pidió trabajar con determinación para que nunca más lo tomara por sorpresa una situación como la vivida. A pesar del inmenso carisma que tenía, Chávez no concentraba todo el poder, ni podía disponer a su antojo del dinero proveniente de las exportaciones petroleras, que hoy aportan el 96% de las divisas que ingresan al fisco. El comandante presidente había vivido quizá las 72 horas más rocambolescas de su vida. Un grupo de militares había desconocido su autoridad hasta que otra facción, con mayor poder de fuego, lo restituyó en su cargo al rechazar al empresario Pedro Carmona Estanga como presidente de facto. Fue un golpe de suerte.
Por El País de España / ALFREDO MEZA
Desde entonces parecía clara la intención del caudillo bolivariano, quien cumple hoy tres años de fallecido, de liquidar todo obstáculo que se antepusiera en su objetivo de permanecer indefinidamente en el cargo. A finales de aquel año, después de sobrevivir al paro de la industria petrolera, echó a 20 mil trabajadores involucrados en la conspiración para luego tomar el control con sus incondicionales, prohibió la libre venta de divisas y le asignó a una oficina recién creada -Comisión de Administración de Divisas (Cadivi)- la potestad de administrarlas. Poco a poco limitó el poder económico de sus adversarios y concentró en el Estado casi toda la actividad productiva. Al mismo tiempo, liquidó a sus adversarios políticos tomando ventaja de los errores estratégicos de éstos y aprovechó el incremento de la demanda de energía para iniciar una agresiva política exterior a partir de los altos precios del petróleo.
Que consiguiera casi todo lo que se propuso fue posible, más que a su indudable carisma y liderazgo, al valor al alza del crudo venezolano. El promedio de las cotizaciones anuales publicadas por el Banco Central de Venezuela muestra que entre 2002 y 2012 la cesta local promedió unos 60.56 dólares por barril. Con esos ingresos, manejados sin control alguno, el gobierno inició exitosos programas sociales -viviendas gratuitas, entre ellas- asignó divisas a empresas de maletín o a compañías que sobrefacturaron sus requerimientos sin mayor rigor o subsidió los viajes al exterior de la clase media. Fue un festín inolvidable. La vocación importadora de la economía venezolana se ratifica en estas cifras: si en 2003, el año del establecimiento del control cambiario, el sector público importó en bienes 2.600 millones de dólares mientras que el sector privado 8.010 millones, en 2012 las cifras siguieron su imparable ascenso: el sector público importó 23.172 millones de dólares y los privados 36.167 millones de la moneda estadounidense
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