Un sol secular e incandescente se asoma como intruso en el ventanal de la habitación. El insomnio fue acompañante de una noche complicada por sopores de preocupación. Alfredo se levanta de su lecho maltrecho y se mira al espejo con pesadumbre, observando su rostro más desencajado. Ha perdido varios kilos de una dieta forzada por una realidad nacional que degüella una quincena, desaparecida en apenas dos días.
Su esposa ahoga sus trasnochos en la cocina, con una taza de un café exprimido hasta la última borra. Los utensilios sólo han servido para resguardar agua casi insalubre, pues son el reservorio improvisado de un líquido que no llega desde hace casi dos semanas, con malos augurios para el mejoramiento del servicio. “¿Ya habrán atrapado al bendito Niño que se robó el agua?”, expresó con sarcasmo la mujer, cansada de ver cómo al fenómeno climatológico lo culpan de todos los males.
“Seguro está bañando a las iguanas que se mastican los cables. Ya dicen que en menos de un mes, la represa de El Guri podría caer en colapso. ¡Te imaginas! Sucios, con hambre y a oscuras… Y todo es culpa del imperialismo, la guerra económica y unos extraterrestres importados de Groenlandia”, le respondió con guasa el hombre, mientras tragaba con apremio unos panes a medio rellenar, pues todo lo obtenido el 15, se le fue en dos kilos de queso.
Alfredo se asea con duchas de totumas a las que bautizó como la “Gran Misión Limpieza”. La piel se le escama, por ser alérgico al jabón de pasta azul, siendo de multiuso, por servirle además de champú. Se cala un suéter desgastado y mal abotonado. Cambia el cartón que le pone a la suela de los zapatos e inicia el luctuoso y poco alentador peregrinar diario. A esperar bastante en una atiborrada parada de carros de porpuesto. Cada vez menos unidades prestan servicio por falta de repuestos.
Al llegar al sitio de trabajo, se sienta frente a su escritorio y no le enciende el computador. En sus temerosas conjeturas existe la posibilidad de que se haya dañado y puedan despedirlo por falta de equipos. La empresa está casi en la quiebra y, pese a ostentar un cargo de ingeniero, devenga un salario mínimo bastante mínimo. No comprende cómo con avezados estudios profesionales, sólo obtenga ese sueldo simbólico, mientras los burócratas y politiqueros dentro del Gobierno, se regodean en la decisión de en cuál de sus lujosas mansiones del mundo van a veranear.
La oficina permanece casi vacía. Pregunta por los compañeros de jornada y muchos, se han inventado patologías para no asistir o se fueron en caravana para disfrutar de una sabrosa cola de cuatro horas a pleno sol, para comprar un par de productos de la cesta básica. La desmotivación laborar campa a sus anchas. De dónde sacar recursos para adquirir un pasaje y huir a otra nación, pues su amada Venezuela cancela un salario mínimo de 10 dólares mensuales tasado a dólar negro, el único que realmente se consigue.
Tras reiterados esfuerzos, logra encender la computadora. Tiene apiñada varias tareas por hacer, pero antes observa la noticia del desarrollo de un concurso llamado “Chávez en 100 palabras”. Cavila un instante, mientras aprieta los dientes en señal de consternación. Contabiliza en el aire las 54 mil empresas cerradas en los últimos 15 años y las mil 500 organizaciones productivas expropiadas y que ahora no lo son.
Entonces con sobrada inspiración, escribe en menos de 10 minutos más de 300 palabras calificativas sobre el mandatario fallecido, culpable de este sistema propiciador de la decadencia, las cuales no se mencionarán para no llenar de insolencias a unos lectores cansados de leer noticias negativas de la nación con más recursos petroleros del planeta.