Recuerdo con nitidez a mi mamá en uniforme de milicias, arrodillada junto a mí, instruyéndome en meterme bajo una cama, taparme con una toalla mojada y morder el palito de cedro que me había colgado al cuello, cuando comenzaran a caer las bombas. No recuerdo nada más de esos días. La intensidad de aquellas recomendaciones se quedó grabada en la precocidad de la niña de seis años.
Por Regina Coyula en 14yMedio
Eran recomendaciones inútiles para lo que se esperaba. Mis padres y mis hermanos se encontraban movilizados y yo quedaba al cuidado de mi abuela. Los americanos venían. Los cubanos esperábamos ser desintegrados bajo un hongo atómico.
Esa visión simple de la Crisis de Octubre tomó cuerpo con los años. Por eso estoy en desacuerdo con que constituya otro mito de las relaciones de Cuba con Estados Unidos: “Cuba puso al mundo al borde del holocausto mundial en octubre de 1962”.
Voy a centrarme en el análisis de la tan trajinada carta del 26 de octubre de 1962 que Fidel Castro dictara en la embajada soviética para hacerla llegar a Nikita Jruschov; pero no en lo que habitualmente todo señalan, referido a que la URSS no debía permitir jamás que Estados Unidos se adelantara y pudiera descargar el primer golpe nuclear. Me interesa lo que dice poco más adelante: … si EE UU “llega a realizar un hecho tan brutal y violador de la Ley y la moral universal como invadir a Cuba, ése sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro, en acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuese la solución, porque no habría otra”.
Si algo define estos mensajes de alto nivel es la utilización de términos muy precisos para no dejar dudas acerca de la idea que se quiere expresar. Sin que haya errores de traducción, se habla de una invasión y no de un ataque a Cuba, entendiéndose que se trataría de una invasión convencional con desembarco de tropas y apoyo aéreo. Ante dicha acción, se le pide a la dirección soviética que su respuesta consista en “eliminar para siempre semejante peligro”.
No se menciona eliminar el Pentágono; no se menciona eliminar el Capitolio, la Casa Blanca, los silos de misil balístico intercontinental más próximos a Cuba, no se menciona siquiera otro objetivo previamente acordado por las partes, no. Esas palabras tienen que haber producido estupor en la jerarquía soviética. Mientras los rusos ya negociaban con el Gobierno norteamericano, la dirección de la Revolución cubana estaba dispuesta a inmolar a su pueblo si con ello el imperialismo yanqui desaparecía de la faz de la tierra.
En las palabras de Fidel Castro, no aparece la consideración de que una invasión militar por parte de Estados Unidos hubiera recibido la repulsa inmediata de la comunidad internacional, tratándose de una isla pequeña cuya Revolución gozaba de enormes simpatías dentro de la intelectualidad mundial y de los líderes de opinión. La Guerra Fría y el bloque pronorteamericano no bastaban para observar impasibles semejante escenario. Tampoco contempla la vía diplomática como solución a la crisis, como se desprende del final del párrafo: “Por dura y terrible que sea la solución, no habría otra”.
Probablemente, Jruschov había calado lo suficiente en la sicología del líder cubano cuando le hizo la oferta de colocar los R-12 y el resto de las armas estratégicas en nuestro territorio. Mientras Fidel Castro buscaba una instalación abierta y desafiante, los soviéticos –excelentes jugadores de ajedrez– y con mayor experiencia política, eran conscientes de que Estados Unidos no permitiría impunemente aquel emplazamiento tan cercano a sus costas; las miras soviéticas no estaban en el Caribe, sino en el Mediterráneo, concretamente, en los misiles apuntando a la URSS apostados en Italia y Turquía.
Con la Operación Anadyr la dirección soviética puso en suelo cubano el material bélico necesario para luego negociar la retirada de los misiles Titan y Minuteman de Turquía, que de acuerdo con la división política de la época, tenía fronteras con Armenia y Azerbaiyán, territorios de la URSS, y logró una moratoria de agresiones norteamericanas contra Cuba por un plazo de 15 años.
El fin de la crisis supuso un revés para la dirección cubana en general y para el orgullo de Fidel Castro en particular. A pesar de los llamados Cinco puntos, lo cierto es que no se le tuvo en cuenta para la negociación; ni siquiera fue consultado, y muy probablemente la parte soviética tomó esa decisión al saber que la dirección cubana estaría en contra de la retirada de las armas y la racionalidad indica no tener abiertos varios frentes de conflicto si no pueden ser manejados. Traigo a colación de nuevo lo de los soviéticos y el ajedrez, porque Jruschov aprovechó el carácter impulsivo y la inexperiencia del líder cubano para mover las piezas según sus intereses y lograr –subsidiariamente–, garantías para su nuevo aliado caribeño.