ESTIMADO DOCTOR,
Me es grato dirigirme a Usted en un aniversario más de los hechos de abril de 2002 que le condujeron de forma temporal a la silla de Miraflores, convirtiéndose en el 49° Presidente de Venezuela de facto. Sobre esos hechos de infeliz memoria para tantas familias que perdieron a sus seres queridos en las calles de nuestro país, no quiero hablar. La historia habrá de juzgar con razón esta época y los hechos que han sobrevenido en el camino, en la angustiosa búsqueda de libertad del pueblo venezolano. También la historia tendrá que dejar clara la responsabilidad de los actores del 11 de abril, especialmente la del fallecido Hugo Chávez y sus colaboradores, así como la responsabilidad moral de muchos opositores que, aferrados a intereses de diversa índole, cometieron errores que hoy no podemos sino lamentar.
Debo decirle que soy enemigo de esa tendencia que le ha satanizado en filas opositoras, yo también y por otras razones lo he sido, es parte de la dinámica política de estos últimos 17 años. Es normal que el chavismo tenga dedicación exclusiva a esa tarea porque fue el hombre que no dejó en limpio el expediente del fallecido comandante, el que le devolvió con el apoyo de la sociedad civil la misma estocada que en 1992 él le había dado a la democracia. Pero, la diferencia entre lo sucedido el 4 de febrero y el 11 de abril es abismal. Para entonces Venezuela sólo atravesaba una crisis circunstancial y se hubiese decidido temporal de la democracia; en 2002 Venezuela ya había hecho presidente al líder de aquella intentona golpista y el país se encaminaba de forma temprana a este precipicio en el que nos encontramos: el del Estado fallido, el del hambre, la miseria, la violencia sin control (política y social) y la penetración del narcotráfico como política de Estado. Curiosamente, al hacer la aclaratoria sobre la satanización a la que regularmente es sometida su persona, recuerdo cuántos de esos opositores participaron de forma activa en esos hechos que tras la renuncia de Hugo Chávez, “la cual aceptó”, el vacío de poder generado y el acuerdo del conglomerado de actores para que Usted asumiese la Presidencia. Muchos pues decidieron lavarse las manos, excepto Usted que como me dijo en Bogotá durante una conversación hizo lo que tenía que hacer.
Pero no quiero caer en la tentación de hablar más sobre el 2002. No fui arte ni parte de esos hechos, entonces apenas tenía dieciséis años.
El tema central que he querido abordar en esta misiva de carácter público es la situación actual de nuestra lejana patria venezolana que halla hundida en la peor de sus crisis. Lo que se vive es inédito, tanto así que al escribirle tengo presente la imagen de unas personas recogiendo agua en plena avenida Andrés Bello de Caracas porque en sus casas no tienen desde hace tiempo y reviso un vídeo que registra el momento en que una Alcaldía reparte bolsas de comida a cambio de firmar contra la Ley de Amnistía y Reconciliación Nacional, aprobada recientemente por la Asamblea Nacional. Sin detallar en los casos de linchamientos y quema de personas en las vías públicas que, lejos de ser un acto de justicia con un delincuente, es prueba explicita de una muy grave crisis moral que ha sido auspiciada por el régimen chavista desde siempre al demostrar que aquel que puede debe hacerlo sin importarle nada. La política de fuerza a la que sido sometida la sociedad venezolana empieza a dar frutos.
Frente a este drama la promesa de cambiar el rumbo este 2016 nos llevó a elegir una nueva Asamblea Nacional en el diciembre próximo pasado y a cuatro meses de funcionamiento ha sido propuesto como mecanismo para echar a Maduro del poder que usurpa: el referéndum revocatorio, la enmienda y la reforma constitucional, así como la exigencia de su renuncia. Y la constante promesa de la movilización nacional en la calle.
La respuesta del régimen no se ha hecho esperar. Ha ejercido control pleno y descarado para que los actos legislativos de la Asamblea Nacional sean anulados en su totalidad por la Sala Constitucional del tribunal supremo de justicia y más recientemente ha llamado a sus muy escasos seguidores a una rebelión permanente contra este Poder del Estado, elegido democráticamente. Incluso el Ministro de la Defensa ha tenido el tupé de inmiscuirse públicamente en asuntos de carácter civil como el tema de la Ley de Amnistía, hecho que viola Constitución Nacional y denigra a la institución armada cuya obediencia a la institución civil es vital para el funcionamiento democrático de una República.
La verdad es que Nicolás Maduro, de dudosa nacionalidad, no tiene más respaldo que el de la cúpula militar y el tribunal supremo, como se ha venido advirtiendo.
El pueblo se acabó, se consume diariamente en las colas que hay para adquirir los escasos productos que todavía quedan en el mercado. Habrá de recordar que se habla de hasta un 90% de desabastecimiento a nivel nacional. Sumado a ello está el trágico desabastecimiento de medicinas de todos los niveles que configura, sin lugar a duda, una verdadera crisis humanitaria que pocas personas pueden comprender en su verdadera dimensión y gravedad. De hecho, la falta de comprensión de lo que vivimos, de lo que fuimos y de lo que seguiremos siendo es responsabilidad de la apatía que mayoritariamente ha tenido y tiene la sociedad venezolana. Si bien es cierto que muchos están conscientes de la necesidad de salir de Maduro, muy pocos entiende que más que una necesidad (incluso de carácter histórica) es también y principalmente una conditio sine qua non para la existencia misma de la sociedad en el futuro inmediato. Porque sí es cierto que el país no va a desaparecer como se pregona hoy en día para reclamar esperanza en este momento, pero la aunque el territorio venezolano no desaparezca literalmente, puede acabarse de muchas otras, como por ejemplo la temida profecía popular de una guerra civil como desenlace de esta pesadilla. Nuestro país realmente se está acabando de muchas maneras.
Y es en medio de esta pesadilla donde las nuevas generaciones mantienen vivo el deseo de encontrar respuestas a sus más sentidas interrogantes sobre el futuro inmediato de la nación. Aunque la realidad nos obligue a estar resignados y a sentirnos aherrojados. Tales interrogantes podrían ser respondidas al paso con cualquier frase de consuelo-esperanza, pintoresca o no, como las que sentencian año tras año que “a diciembre no llegan”. Pero en el fondo sabemos que el carácter de la crisis venezolana significa también que las opciones –todas- para salir de ella son de carácter aporético (inviables en el orden racional), de ahí que sigamos alimentados por la falsa promesa mesiánica de salidas mágicas. ¿Significará esto que estamos atrapados?
Acaso ¿será que a los venezolanos nos tocó escenificar durante mucho tiempo aquel poema del nicaragüense Rubén Darío? un país:
“Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto
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y no saber, ni de dónde venimos, ni adónde vamos”.
De ahí nace, estimado doctor Carmona, mi convicción sobre la importancia de su voz en el ágora de la discusión, todos los venezolanos, de aquí o allá están en la obligación de elevar su voz y no permanecer indiferentes. Pese a la satanización. Pese a todo, incluso pese al ímprobo pensamiento del exilio. La respuesta no puede ser que debemos estra tranquilos porque el país no se acaba nunca, porque “siempre los protagonistas sobreviven hasta el final de la película”. Aunque hay tristes ejemplos de que no siempre es así. En La vida es bella, excepcional pieza cinematográfica, el sacrificio del protagonista era necesario para el futuro de su hijito. El Dr. Emanuel Tanay, psiquiatra superviviente del Holocausto, habla sobre este tipo de actitudes y pone como ejemplo su propia historia y la de su pueblo en el inicio de la barbarie nazi:
“…Y así las cosas, la inmensa mayoría se sentó a dejar que todo sucediera, y antes de que nos diéramos cuenta, los nazis eran dueños de nosotros, se había perdido el control y el fin del mundo había llegado…”.
Los venezolanos no podemos seguir esperando sentados que todo suceda. “Lo importante es pensar con claridad y abandonar toda esperanza”, como dejó escrito Albert Camus. Este tiempo tiene que ser para cada uno de nosotros una apasionante entrega y una firme decisión para luchar contra este adverso destino que sufrimos, lleno de peligros, manteniendo la dignidad y la libertad de nuestras consciencias, siendo solidarios con un mensaje claro que no signifique esperanzas mesiánicas o milagrosas porque nuestro camino es sólo para venezolanos decididos a luchar adentro o fuera del país.
Así, en la postrimería de este mensaje (si puede llamarse así), creo que debemos que desconfiar de las profecías de cuatro esquinas que advierten el final de lo que ya es-supuestamente- insostenible. Los lamentos bíblicos ya no tienen mayor sentido, es cierto, porque estamos denunciando un modelo que nunca existió y que hartamente prometió la destrucción desde el principio. No se vale generar expectativas sobre una salida inmediata al drama, las expectativas insatisfechas son causa de peores males. Mejor será comenzar por aquel cambio que no precisa para su realización de un cambio de gobierno ni del derrocamiento de una dictadura y que es, a lo sumo, el mayor ejercicio del bendito artículo 350 constitucional: ciudadanos en libertad que bajo el imperio de la ley, que no ejerce el Estado, luchan digna, pacífica y democráticamente en cada calle de Venezuela. La salida de este tipo de regímenes, excepto unos escasos ejemplos milagrosos, no es en votaciones, es a través de grandes movimientos de calle, insisto de forma pacífica y muy bien articulados.
Por más cárceles que haya y grandes represiones, la libertad es un don que nunca se pierde realmente. Cohesionando a los ciudadanos en un movimiento de calle muy bien organizado, estaremos iniciando el problema de fondo de nuestro país desde siempre: el sistema. Sistema que ha condenado a los ciudadanos a ser masas sin forma que viven su cotidianidad, sin mayor compromiso que el de respirar y trabajar para sobrevivir.
11 de abril de 2016
Robert Gilles Redondo