Sería harto difícil atribuirle la connotación de bien cultural a aquellas prácticas de mera subsistencia o sobrevivencia en el mismo plano que a los dibujos, pinturas y grabados de nuestros ancestros en la Cueva de Altamira [1]
Por Henrique Meier / Soberania.org
La verdad es que no hay límite para la capacidad de asombro ante las “iniciativas” de la “secta destructiva”. Por razones vinculadas a mi trabajo como gerente académico y profesor en el área de los estudios jurídicos y políticos no dejo de leer diariamente las gacetas oficiales donde constan las insólitas “decisiones” del actual régimen de poder, todas, absolutamente todas, contrarias al sentido común y a las exigencias del buen gobierno y la razonable gobernanza.
Para corroborar mi afirmación he aquí un ejemplo emblemático. “Aunque usted no lo crea” (Ripley), en la Gaceta Oficial número 40.875 de fecha 30 de marzo de 2016 figura una providencia dictada por el “Instituto del Patrimonio Cultural” cuyo contenido es el siguiente:
“Providencia mediante la cual se declara Bien de Interés Cultural al Carácter de Práctica Cultural de Resistencia y Pervivencia en el Tiempo de los Saberes Ancestrales y su beneficio social de El Conuco, como espacio de liberación de los procesos científicos-tecnológicos y su estrecha relación a los conceptos de identidad cultural, expresión liberadora de la integración-organización social productiva-ética de la Población Venezolana”.
¿Qué comentarios podrían hacerse a semejante cretinismo? El conuco es, ya que lamentablemente no ha sido erradicado a pesar de los sostenidos esfuerzos realizados desde la creación del otrora Ministerio de Agricultura y Cría(1936) y en especial del desaparecido Instituto Agrario Nacional (1960), una forma de explotación de la tierra conocida en otras latitudes como “minifundio”, extremo del también nefasto “latifundio”, caracterizada por prácticas depredadoras de bosques, suelos y hábitat de especies (destrucción de la biodiversidad) como lo son la tala y la quema en áreas de fragilidad ecológica (zonas montañosas, cuencas hidrográficas, zonas protectoras de cursos de aguas).
Al respecto, me remito a la autorizada opinión de los especialistas en la materia Francis Pierre, Zoraida Peña, Bernardo León y Ana Isabel Quiroz:
“El conuco es una agricultura de autoconsumo familiar y la realizan desde tiempos ancestrales: se consume todo lo que se produce, se intercambia con otros productores y se utilizan semillas almacenadas de ciclos anteriores. La siembra, atención y cosecha del conuco se repite año tras año, y casi siempre en las mismas condiciones. Para el establecimiento de un conuco primero se realiza la ‘tumba y quema’ de la vegetación natural (bosque primario). Los impactos ambientales negativos asociados con esta práctica son evidentes: pérdida de bosque, de biodiversidad, de nichos ecológicos y deterioro del suelo, entre otros”[2].
Pero, analicemos la ingeniosa declaración del autor de la “providencia” en cuestión. Dícese allí que el conuco es un“bien de interés cultural”. En primer lugar, cuesta entender cómo puede ser calificado de “bien cultural” a una mera práctica económico-social de subsistencia. Es como si en algún país de Europa, por ejemplo, se declarase a la cacería de animales realizada con instrumentos rudimentarios (el hacha primitiva: unión de piedra grande y filosa y un fuerte palo), segunda modalidad de subsistencia de las bandas nómadas del Paleolítico, con el carácter de bien cultural (la primera fue la recolección de frutos y semillas).
Obviamente que tanto el conuco “patrio” como la cacería de animales que llevaban a cabo los primeros habitantes delPlaneta, consisten en expresiones de la cultura en cuanto quehacer realizado mediante utensilios, artefactos y objetos creados por el hombre, única especie dotada del poder (capacidad de invención) para transformar la naturaleza. Sin embargo, sería harto difícil atribuirle la connotación de bien cultural a aquellas prácticas de mera subsistencia o sobrevivencia (impulso o instinto de conservación) en el mismo plano que a los dibujos, pinturas y grabados de nuestros ancestros en la Cueva de Altamira[3].
Es fundamental comprender que una cosa es la práctica social en sí y otra su reproducción intelectual en dibujos y grabados. La primera forma parte del conocimiento histórico de la evolución de los modos de producción, los vínculos del hombre con la naturaleza y las diversas formaciones sociales y económicas; la segunda, aunque se trate de imágenes: dibujos, pinturas y grabados relacionados con esas prácticas sociales primitivas, constituye expresión testimonial del espíritu trascendente del hombre, y en tal carácter ha de conservarse y protegerse como obra de arte: modalidad de creatividad que trasciende las actividades asociadas a la satisfacción de las necesidades biológicas perentorias, y por ello la manifestación más radical de nuestra “especificidad antropológica”.
Se afirma también en la “providencia” de marras que el conuco es una “Práctica Cultural de Resistencia”. Y en medio del desconcierto que me produce tal aseveración me pregunto: ¿resistencia frente a qué? ¿Acaso los conuqueros siembran en sus minifundios yuca o maíz (si es que consiguen semillas) con el objetivo de resistir ante una imposición? ¿Cuál sería esa imposición? ¿No será que los campesinos pura y simplemente por naturales y básicas razones de subsistencia realizan esa práctica agrícola porque no conocen otra, vale decir, porque el organismo al que le compete mejorar las condiciones de la producción y la productividad del agro no les brinda la asistencia técnica, educativa, financiera y tecnológica -como si ocurrió en el proceso de reforma agraria iniciado en 1960 con la magnífica Ley de Reforma Agraria-, para abandonar esa mísera agricultura de subsistencia y convertirlos en productores organizados capaces de ofrecer al mercado los alimentos que tanto necesita la población?
¡Ah!, pero, al seguir leyendo tan ingeniosa providencia se descubre cuál es la supuesta resistencia heroica del conuquero que merece la atención del Instituto del Patrimonio Cultural. Se trata de impedir que los campesinos tengan acceso a “los procesos científicos-tecnológicos”, que les permitiría transformarse en eficientes productores con beneficios para sí, sus familias y la población en general. La condena, el estigma a los procesos científicos-tecnológicos, es decir, a la agricultura moderna sustentada en el conocimiento de la capacidad edafológica, ecológica y agrológica de los suelos, y la utilización de tecnologías para la siembra masiva atendiendo a los avances de las ciencias agronómicas y ambientales, es brutal expresión de absoluta ignorancia y desprecio al progreso. Que sigan en el atraso, en la agricultura de secano, dependiendo de los cambios climáticos, sin acceso permanente al regadío de sus cultivos, caminos de penetración, modernos instrumentos de labranza, acceso a los mercados, destruyendo la fertilidad de los suelos y las áreas de importancia ecológica.
Es más, en la susodicha providencia se alude al conuco como “espacio de liberación de los procesos científicos-tecnológicos y su estrecha relación a los conceptos de identidad cultural, expresión liberadora de la integración-organización social productiva-ética de la Población Venezolana”. Con esa extrañísima argumentación también podría decirse que en aquellas zonas de este desgraciado país donde no existen medicaturas rurales y médicos, y cuyos pobres pobladores acuden a los supuestos “saberes ancestrales” de brujos y brujas, hechiceros, chamanes, para curarse de enfermedades tropicales por medio de hierbas, brebajes, conjuros y ramalazos, lectura del tabaco, etc., son espacios de liberación de los procesos científicos-tecnológicos de la medicina moderna, y en consecuencia la práctica de la brujería también debería ser conceptuaba como un “bien de interés cultural”.
Además, ¿qué tiene de ético la práctica del conuco? Se trata, reitero de una agricultura de mera sobrevivencia, atrasada, primitiva y basada en el monocultivo. Con la quema año tras año, reitero, los suelos van perdiendo su fertilidad. Además, un régimen que exalta el minifundio, práctica incapaz de producir los alimentos de origen vegetal para satisfacer las crecientes demandas de la población, revela su intención de condenar al país a una hambruna colectiva, aparte de una cínica burla a los campesinos. En efecto, el colmo del cinismo, de la ignorancia o del fanatismo ideológico es asignarle “beneficio social” a esa rémora del pasado: ¿cuál beneficio? Sólo el desarrollo agrícola sustentable y sostenible y a gran escala es susceptible de producir beneficios sociales.
Hay que recordar cómo la Ley de Reforma Agraria de la época democrática tenía como objetivo no sólo convertir a los trabajadores del campo en auténticos propietarios, sino modernizar el agro para fomentar una agricultura sustentable basada en la productividad y la utilización racional de los recursos naturales renovables.
De acuerdo con la brillante “línea de pensamiento” contenida en la providencia en comentario, también podría catalogarse al rancho de bajareque y palmas, donde anidan los chipos que producen la gravísima enfermedad “Mal de Chagas”, como bien de interés cultural, espacio liberado de la vivienda rural moderna que construía la otrora División de Malariología y Saneamiento Ambiental de aquel Ministerio de Sanidad y Asistencia Social en el que sirvieron brillantes, eficientes y honestos médicos sanitaristas de reconocida vocación de servicio público como el recordado Dr. Arnoldo Gabaldón. Asimismo, también sería conveniente declarar a la “alpargata” bien de interés cultural y liberar a los campesinos de los calzados modernos: botas de trabajo y zapatos que no forman parte de la identidad cultural del pueblo venezolano (el “Juan Bimba” del populismo adeco: campesinito en alpargatas, franela, pantalón enrrolado, sombrero de cogollo, alpargatas y un bollo de pan en el bolsillo, iconografía de la campaña electoral en 1963, si mal no recuerdo. Hoy a ese Juan Bimba evocado por la providencia en comentario le faltaría el bollo de pan).
En ese mismo sentido, glorificar al burro, la mula y la carreta como parte de nuestra identidad cultural, conjurando los maleficios de tractores, camiones, jeeps, celulares, computadoras, centros de investigación, centros de acopio y almacenamiento, sistemas de créditos para el agro, asistencia técnica, sistemas de riego, viveros, hidroponía, acuicultura, granjas piscícolas, camaroneras, ganadería intensiva, cooperativas de producción y comercialización, empresas agroindustriales, etc. (es lo que explica la destrucción de la magnífica empresa Agroisleña, columna vertebral del desarrollo agrícola sustentable). En suma, desechar cualquier avance científico y tecnológico de la modernidad porque seguramente se hallan asociados al capitalismo salvaje y a las pretensiones de imposición “cultural” del Imperio. La defensa de la “identidad cultural” (¿Cuál?) justifica la resistencia frente a los procesos científico-tecnológicos, deber de la gloriosa revolución bolivariana.
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Referencias:
[1] A la memoria del eminente agrarista venezolano Víctor Jiménez Landínez.
[2] Los sistemas de subsistencia: conucos en las zonas cafetaleras de Venezuela Written by Francis Pierre C. , Zoraida Peña, Bernaldo León, Ana Isabel Quiroz —last modified May 17, 2011. Disponible enhttp://www.agriculturesnetwork.org/magazines/latin-america/1-diversidad-de-la-agricultura/los-sistemas-de-subsistencia-conucos-en-las-zonas cafeteras
[3] La cueva de Altamira es la máxima representación del espíritu creador del hombre. Todas las características esenciales del Arte coinciden en Altamira en grado de excelencia. Las técnicas artísticas (dibujo, pintura, grabado), el tratamiento de la forma y el aprovechamiento del soporte, los grandes formatos y la tridimensionalidad, el naturalismo y la abstracción, el simbolismo, todo está ya en Altamira. Es Altamira, a quien Henri Moore llamó en 1934 La Real Academia del Arte Rupestre, la que inspiró a los artistas de “La Escuela de Altamira”, a Miró, Tapies, Millares, Merz o a Miquel Barceló, quien escribió de su arte: Cuando visité por primera vez Altamira pensé, ha sido como volver al origen, que es el sitio más fértil. Creer que el arte ha avanzado mucho desde Altamira a Cézanne es una pretensión occidental, vana. A la cueva de Altamira le corresponde el privilegio de ser el primer lugar en el mundo en el que se identificó la existencia del Arte Rupestre del Paleolítico superior. Su singularidad y calidad, su magnífica conservación y la frescura de sus pigmentos, hicieron que su reconocimiento se postergara un cuarto de siglo. Fue una anomalía científica en su época, un descubrimiento realizado en la cumbre y no en su grado elemental, un fenómeno de difícil comprensión para uno sociedad, la del siglo XIX, sacudida por postulados científicos extremos y rígidos. Bisontes, caballos, ciervos, manos y misteriosos signos fueron pintados o grabados durante los milenios en los que la cueva de Altamira estuvo habitada, entre hace 35.000 y 13.000 años antes del presente. Estas representaciones se extienden por toda la cueva, a lo largo de más de 270 metros, aunque sean las famosas pinturas policromas las más conocidas. Su conservación en las mejores condiciones constituye un reto científico y de gestión del Patrimonio y es el objetivo prioritario y la razón de ser del Museo de Altamira”. Disponible en http://museodealtamira.mcu.es/Prehistoria_y_Arte/la_cueva.html
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