“Con todo lo que está pasando y nadie hace nada”. Y de pronto esta frase, que he oído infinidad de veces en las últimas semanas, en muchos lugares distintos, me suena a muletilla quejona. A salida fácil, esperando que los demás hagan lo que nos corresponde hacer a todos: involucrarnos y participar para salir de la crisis que generó este régimen. “¡Nadie hace nada!” se escucha como eco en los rincones de cada lugar que visito, cuando somos “todos”, y no unos pocos, quienes debemos organizarnos y comprometernos con algunas de las propuestas de solución. ¡Pero, todos! Porque sólo entre todos, seremos lo suficientemente grandes para hacer algo y terminar con esta pesadilla. ¿Se han puesto a pensar que este podría ser el pensamiento del grueso de los venezolanos? Entonces, de ser así ¿cuántos, realmente, estamos dispuestos a meterle el pecho a la solución? ¿Tres, cien, mil, quinientos mil venezolanos? El problemón en el que estamos metidos es tan grande, que no es “nadie” solo, quien podría resolver la situación que vivimos “todos”.
Hablemos en primera persona del plural porque el país, si es que acaso queremos recuperarlo, nos pertenece a los venezolanos, aun cuando unos pocos pretendan apropiárselo. No olvidemos nunca que, esos pocos, son los responsables de la destrucción actual. Nos han arrastrado hacia su modelo cubano, donde la pobreza, el hambre y la prostitución es lo que impera, para mantener a la población ocupada en la sobrevivencia. Este régimen ha aniquilado a Venezuela. Pisotea a su antojo nuestra dignidad. Ha sabido –con maldad y perversión- quebrantarnos la moral. Pero, nuestra dejadez e incredulidad –porque pensamos que nunca nos pasaría a nosotros- han sido el mejor caldo de cultivo. Y vivimos un momento crucial donde, o nos activamos masivamente o el autobús nos lleva por delante. Ellos, los del régimen, bajo la tutoría de los Castro, han edificado un modelo que les permita perpetuarse. Y, como parte de esa estrategia para mantenerse per secula seculorum pisoteándonos, han destruido aquello que podía brindarle resistencia a su plan macabro: nos han empobrecido y llevado a la mendicidad. ¿O es que acaso no es mendigar cuando vamos de un lugar a otro buscando una medicina o alimentos o repuestos o cualquier cosa de las que hoy escasean?
Naciones vecinas del continente, por la mitad de los que nos ocurre aquí, han sabido deslastrarse de los tiranos de turno que han devastado sus naciones. Incluso oponérsele a los mandatarios que, al igual que Chávez y Maduro, asumieron la Presidencia de sus países preñados por las doctrinas amañadas y caducas del Foro de Sao Paulo. ¿Qué nos pasa a nosotros? Muchos alegarán que, en otras oportunidades, lo intentamos todo y nada dio el resultado esperado. Marchas, huelgas de hambre, protestas pacíficas que sólo dejaron muertos regados en las aceras y presos políticos en las cárceles. ¿Vamos a dejar que sus sacrificios sean en vano?
“Deseos no preñan” y aunque todos deseamos la salida a la crisis, si no nos activamos en torno alguna de las propuestas para acortar la permanencia de estos saqueadores en el poder, vendrán muchos más años padeciendo esta pesadilla. Hay cuatro propuestas en la actualidad: Referéndum Revocatorio, Enmienda Constitucional, Reforma Constitucional y Asamblea Nacional Constituyente. Sin olvidar que, masivamente, podemos solicitarle a Maduro la renuncia. No desaprovechemos la oportunidad de que ahora –en teoría- tenemos a la Asamblea Nacional de nuestro lado. Escojamos alguna de estas opciones de cambio y activémonos en torno a la de nuestra preferencia. Pero, hagamos algo. No esperemos que los demás resuelvan lo que nos corresponde solucionar a todos. No nos vayamos para la playa cuando Maduro, irresponsablemente, decreta un puente indefinido bajo la justificación de disminuir el consumo de electricidad. Una decisión que se le ve la costura cuando, a los pocos días, Nicolás tuvo que reconocer que tener a la gente metida en sus casas, aumenta desproporcionadamente el consumo eléctrico residencial. Otra de las bestialidades “cometidas por la Revolución”. No apoyemos las sinvergüenzuras en un momento en el que el país demanda compromiso, entrega y acción.
“Nadie hace nada”. Lo escuché de nuevo ayer, mientras hacía la fila para pagar en el automercado –una fila interminable, más que de costumbre, producto de las fallas en los puntos de venta y la conexión con los bancos. Una señora se lo decía a otra. Y lo volveré a oír mañana y pasado mañana y la semana que viene. Y estoy consciente de que no quiero unirme a este lamento. No quiero ser el problema, sino parte de la solución. La Constitución nos ofrece algunas salidas: son cuatro alternativas –e incluso una más, con la solicitud de renuncia. Dejemos de perseguir medicamentos o de buscar comida, porque si no nos detenemos en este instante y nos preguntamos ¿cómo estoy contribuyendo con la solución? Seremos unos mendigos para siempre. Y el régimen, victorioso, bailara sobre nuestra moral hecha escombros. ¿Nadie hace nada? Esa, créanme, no puede ser la consigna. Esto es un asunto de todos.
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